Amy Winehouse, cantante genial : la compulsión de destruirse

En la actualidad existe una ola Winehouse de reconocimiento y arte, lo que suele llamarse una devoción casi religiosa y también un clásico. Falleció en 2011, cuando la encontraron muerta en su departamento, para asociarse al club de los 27

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 Amy fue aumentando la cuota de alcohol, cualquiera, y aprendió a enfrentar conciertos sin que se notara la intoxicación (ESPAÑA SOCIEDAD CONTACTOPHOTO)
Amy fue aumentando la cuota de alcohol, cualquiera, y aprendió a enfrentar conciertos sin que se notara la intoxicación (ESPAÑA SOCIEDAD CONTACTOPHOTO)

Es una experiencia escuchar las canciones de Amy Winehouse, en su mayoría compuestas por la artista, de la que no se sale como antes de ellas.

Claro que también tiene que sumarse a la experiencia los videos donde la inglesa, nacida de familia judía en el norte de Londres, rompe muchas reglas no estéticas o estereotipadas. Nadie se pareció a Amy Winehouse, con toda seguridad una de las mayores músicas y cantantes de la historia, capaz de abrir el plexo y la mente del que la ve y escucha – murió para asociarse al club de los 27: Janis Joplin, Jim Morrison, Jimmi Hendrix, Curt Cobain- : la encontraron en su departamento reventada por tal cantidad de alcohol que nadie podría seguir vivo, alternada o a la vez en muchas ocasiones con cocaína, crack, heroína.

En las imágenes de video- hay también un documental de refinada y sensible narración, y varios libros (el de Blake Wood se consigue por 20.000 pesos en el mercado de internet), entre ellos el escrito por la madre, Janis Seaton, “Amy, my daughter”, difícil de llevar adelante por las dolorosas páginas que cuentan y claman la impiedad de los días al dotar de tanto arte y fascinación como la incapacidad de evitar su carrera autodestructiva.

Los Winehouse se separaron cuando ella tenía nueve años. Quedaron unidos por lo único que tenían común: el jazz (Photo by Dan Kitwood/Getty Images)
Los Winehouse se separaron cuando ella tenía nueve años. Quedaron unidos por lo único que tenían común: el jazz (Photo by Dan Kitwood/Getty Images)

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Quién sabe si la autodestrucción es o fue la voluntad de hacerla creciente con los días o si fueron más factores superpuestos. Solo que ha de dejar a un lado teorías sociales o psiquiátricas y quedarse con el hecho neto y el final trágico: procuró internarse en lugares de rehabilitación y los dejó para volver a intentarlo de nuevo, en vano. En los grupos de ayuda se llaman “giratorios”, bandera de “Rehab” la letra de Amy que expresa con claridad, rebeldía y desesperación escondida: “No, no, no, rehabilitación no. No quiero volver allá. No, no, no”, con una trompeta a sus espaldas, ella sentada en unos escalones, patitas flacas con nada o poco músculo- , la voz capaz de cantar y arrasar con toda emoción por blindada que pudiera ser. Una forma de cantar sin recargar los versos que la poderosa contralto pop lo atravesaba todo.

El padre, taxista fornido y con un patrimonio debido al olfato para los negocios que sostuvo una posición débil, dijo decidido: “Amy está bien. Ella se va a arreglar muy bien. “Ella lo adoraba: intervenía poco en la casa, ocupada por una amante que nadie desconocía. Amy lo quiso como muchos padres ausentes con sed de ellos, idealizados. Nada que no pase con frecuencia, apuesto. La madre, farmacéutica, hizo funcionar una casa con poco orden. También estaba Alex, el hermano.

Los Winehouse se separaron cuando ella tenía nueve años. Quedaron unidos por lo único que tenían común: el jazz. La abuela había formado un grupo de buenos vientos, piano y batería. Por eso, es seguro, la cantante genial que iba a ser Amy Winhouse ya tocaba la guitarra y cantaba en los pubs y deslumbraba entre la foresta de bebedores de cerveza y las nubes de tabaco y marihuana. Ya fumaba las dos cosas, inicio de un enfisema que fue quitándole aire y fuerza. En poquísimo tiempo, se edificaron la fama y la magia de alguien que fue seguida pronto por muchos ingleses de toda edad. Viene a cuento, porque lo de Winehouse no se embarcó en el rock y su electricidad sino en una voz inaudita al servicio del soul y el Rythm and Blues con el insoslayable factor negro.

Con la segunda grabación, “Black  is back”, fue el estallido Winehose.:29.4 millones de copias vendidas que reportaron cerca de cincuenta millones de libras (REUTERS/Dylan Martinez/File Photo)
Con la segunda grabación, “Black is back”, fue el estallido Winehose.:29.4 millones de copias vendidas que reportaron cerca de cincuenta millones de libras (REUTERS/Dylan Martinez/File Photo)

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Llamada por la industria de la música, su primer disco, “Frank”, en homenaje abierto a Sinatra- se convirtió en un éxito como no se había visto en décadas. Amy había tocado el corazón de los humanos. Alguien salido de un molde insólito, nuevo y poderoso estaba allí, y se formó un culto y un peregrinaje para ver sus presentaciones con la cara un poco a lo Streisand o de un monstruo de belleza magnética y diferente al reglamento estético del momento.

Amy fue aumentando la cuota de alcohol, cualquiera, y aprendió a enfrentar conciertos sin que se notara la intoxicación y el equilibrio hasta un punto en que esa destreza sombría se fue al demonio y ya no pudo simular qué le ocurría: balbuceos, tropiezos, humillación.

En tanto subyugaba con su maquillaje similar al de los faraones egipcios y el peinado, el beehive, un panal de abejas sin demasiada arquitectura hacia arriba, con pañuelos y broches a las apuradas, con estudiada falta de preocupación. Muy parecidos los de Audrey Hepburn en “Desayuno en Tiffany´s” o “Muñequita de lujo” en el aborrecible título local del film surgida de la novela de Truman Capote , o a Brigitte Bardot de la madurez.

Consagración y desastre

Con la segunda grabación, “Black is back”, fue el estallido Winehose: 29.4 millones de copias vendidas que reportaron cerca de cincuenta millones de libras. Ahora, habrán notado, hay una ola Winehouse de reconocimiento y arte, lo que suele llamarse una devoción casi religiosa y también un clásico. La encontraron en la casa de Camden, una zona de la ciudad con muchos sin brújula, bares de chupadores duros, calles difíciles. Pudo vivir mejor, pero lo eligió. Algo como lo que entre franceses llaman nostalgia o atracción del fango y en cualquier idioma se puede entender, aunque tal vez no comprender. Nuestro laberinto no es sencillo: la madre ha contado que en la adolescencia se cortaba la cara y se quemaba con cigarrillos.

En lo que respecta a la voluntad de destrucción, salta a la vista pero no sus razones profundas. Por alguna razón su médico personal refirió que próxima a morir, por lo que podría llamarse envenenamiento alcohólico, le susurró: “No quiero morir”.

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