La renuncia silenciosa es algo así como trabajar a reglamento. Es decir, ir a trabajar, pero hacer lo mínimo indispensable en función del cargo y el horario. La renuncia silenciosa tiene que ver con la idea de que uno no debe dejar el alma en el trabajo, y que no es necesario recorrer ese kilómetro extra. Esto es, no más quedarse después de hora ni agregarle más trabajo al trabajo, como atender llamadas laborales o ir a reuniones después del horario laboral.
Que no te confunda el término: la renuncia silenciosa no es una renuncia real. Es más bien una renuncia emocional o espiritual. Es sacarle el alma al trabajo. Es no dedicarle más entusiasmo o tiempo que el estrictamente necesario.
Me parece muy triste este concepto, especialmente en trabajos como la docencia, en donde no podemos trazar una línea entre lo que hacemos y cómo le llega al alumno. ¿Qué mensaje estaríamos dando?
¿Qué origina la renuncia silenciosa?
Tal vez aquellos docentes que, cansados de la falta de reconocimiento, ya sea el elogio o un salario digno, deciden bajar los brazos y hacer lo mínimo indispensable. Para algunos la renuncia silenciosa es sacarle el alma al trabajo, para otros, no aceptar mayores responsabilidades sin la compensación económica adecuada.
Ahora bien, no dar lo mejor de nosotros mismos va en contra de nuestro crecimiento, de nuestra dignidad, de llegar a nuestro potencial. La mediocridad misma.
Tampoco se trata de dejar la vida en el trabajo, sino de buscar un equilibrio personal y profesional. Y por parte de los directivos, sin duda, algo muy importante: la necesidad de reconocer el trabajo del otro. Por lo que debemos hablar de un gran factor motivacional: el propósito.
Cuando una persona sigue su pasión, no busca el aplauso, sigue su causa. Pasan de “tener” que hacer lo que tiene que hacer, a “querer” hacerlo.
Todos hemos visto alguna vez la energía de hacer eso que te encanta. ¿En dónde brillarían tus docentes? Permitiles hacer eso que nacieron para hacer…
Algunos directivos sienten que tienen poco talento en sus equipos de trabajo. Sin embargo, no es que no lo tengan, es que tal vez no saben reconocerlo y menos gestionarlo. El talento es poner en valor lo que uno sabe, puede y quiere hacer. Goethe decía “no basta saber, se debe también aplicar; no es suficiente querer, se debe también hacer”. El talento no se exige, se inspira. Para gestionar talento, se requiere talento.
Observá esta imagen: el diente de ajo encaja en la mandarina… pero no pertenece.
El gajo de mandarina encaja en la cabeza de ajo… pero no pertenece.
Encajar no es pertenecer.
Que alguien pueda hacer algo, no significa que desee hacerlo, o que disfrute de hacerlo.
El éxito de tus docentes depende de encontrar el ambiente en donde puedan brillar.
No alcanza con tener buenos docentes Tenés que tener buenos docentes en los puestos correctos. Cada docente tiene un lugar donde dar lo mejor de sí.
Un tercer tipo de motivación
Cada institución es única; tiene su propia cultura e historia. Lo mismo sucede con cada persona que ahí trabaja. Todos vivimos bajo el mismo cielo, pero ninguno tiene el mismo horizonte. Lo que motiva a un grupo de docentes en una institución, no es lo que motiva a otro grupo en otra institución. Lo que me motiva hoy, no necesariamente me motive mañana.
Siempre se ha hablado de la motivación intrínseca: el desarrollo personal, avances en la carrera, etc. También conocemos la motivación extrínseca: el sueldo, beneficios, un premio, etc.
Hoy sabemos que existe un tercer tipo de motivación, que surge de la misma actividad. Realizar una tarea puede generar su propia recompensa.
Resulta imperioso que nuestros docentes puedan desempeñarse en áreas que les gusten.
Debemos permitirles brillar. Permitirles hacer aquello que nacieron para hacer. Al sacarlos de su zona de fortaleza, empiezan a perder la motivación. En vez de trabajar bajo presión debemos aprender a trabajar bajo pasión.
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