
El 17 de octubre de 1945 nació la causa por una Argentina justa, libre y soberana para alcanzar la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación.
Una causa que emergía de la mano de una fervorosa movilización popular frente a dos postulados absolutistas que hacían del instrumental su objetivo: uno, proponiendo al Estado como totalizador del bien común (“la dictadura del proletariado”), el otro, endiosando al Mercado (“la mano invisible”).
El peronismo no ha sido un esclavo de la dialéctica instrumental en sus épocas de mayores logros de sus objetivos. No lo fue Juan Perón cuando cerró su acuerdo con la Compañía California Argentina de Petróleo, ni Carlos Menem cuando preservó incólume el corazón de la legislación laboral vigente, ni Néstor Kirchner cuando asumió las metas de inflación como estrategia desde su Banco Central.
Los tres bregaron, a su modo, por la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación. Hasta sus opositores más recalcitrantes le reconocen a cada uno ellos logros en ambos sentidos. Habrá que preguntarles a quienes condujeron al país en cada caso después de estas experiencias, por qué torcieron el rumbo y corrieron detrás de utopías extraviadas por la soberbia intelectual.
Sucede que esta causa -que va camino a ser centenaria- encaja hoy en el rompecabezas de la política mundial más y mejor que nunca, luego de que el Muro de Berlín se desplomara aplastando al mundo bipolar décadas atrás. Se inició entonces un sinuoso camino hacia la multipolaridad que, pese a que aún no tiene sus contornos firmemente establecidos, nos está señalando que no hay vuelta atrás.
Es cierto, en un escenario dominado por el recelo y la desconfianza, que “el mundo es cada vez más peronista”, ya que nos toca vivir una era donde es imperioso tener en claro que las emociones como la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación, importan tanto o más que los cálculos matemáticos que reglan los algoritmos que conducen la toma de decisiones en materia política que rotulan de “populista” a cualquier alternativa que proponga a la voluntad humana como determinante del futuro.
Celebrar el 17 de octubre significa apostar por la justicia social, la independencia económica y la soberanía política como vectores para alcanzar la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación.
Nada más ni nada menos.
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