La insoportable levedad del Presidente

El peronismo en todas sus vertientes reacciona con instinto de supervivencia ante un final de gobierno donde Alberto Fernández no para de cometer errores no forzados. Ministros que se van y otros que manifiestan hartazgo

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(Franco Fafasuli)
(Franco Fafasuli)

En tres años de gobierno Alberto Fernández no aprendió a hacer cambios ministeriales sin desgaste. Mejor dicho. En tres años de gobierno Alberto Fernández no aprendió. Punto. En este último capítulo donde primero renuncia la ministra de la Mujer y después es el propio gobierno el que deja trascender que junto a ella se irán el de Trabajo y el de Desarrollo Social (¿Con qué necesidad publicitarlo si aún no estaban los reemplazantes?) el Presidente reitera un ya clásico de su mandato: subordinados que en vez de ser fusibles le hacen pagar costos, largos paréntesis entre el saliente y el entrante que paralizan la gestión y un sinfín de operaciones internas cruzadas que solo suman al desgaste político de un gobierno que hoy parece sostenido sólo por el voluntarismo de Sergio Massa y el silencio condescendiente —y hasta ahí— de Cristina Fernández.

Elizabeth Gómez Alcorta se dio el lujo de irse ofendida (y con toda razón) por la desmesurada represión a las mujeres mapuches cuando perfectamente podría haber sido echada mucho antes por las críticas de los movimientos feministas a su falta de gestión y a su increíble sub-ejecución presupuestaria. Pero no. Con su renuncia indeclinable enfrentó al Presidente con una de las tantas paradojas de un gobierno que se pretende progresista: reprimir mujeres con chicos y abandonar en una celda fría a una embarazada a punto de parir.

Está claro que la ministra pensó más en su imagen personal que en la del Presidente. Así lo dejó claro en la carta de renuncia. Epístola que no alcanzó el volumen de su predecesor en el estilo, Martín Guzmán, pero que emuló en las formas. ?Y porqué no copiarlo si es todo ganancia?

Es que en el universo albertista nada tiene costo. Sino que lo diga el ex ministro de Economía quien después del desplante que le hizo al gobierno y al país con su renuncia destemplada, que disparó el precio del dólar, del riesgo país y que desestabilizó los mercados, volvió a chatear y dialogar con el Presidente como si nada hubiera pasado.

El diálogo no responde a saldar cuentas pendientes ni mucho menos. Parece destinado sólo a tener otra mirada del actual rumbo económico. Ahora bien. Imaginemos por un instante el dolor de estómago que puede sentir Massa que se sentó sobre la brasa caliente de un ministerio estallado a tratar de enderezar el barco si se entera que Alberto intenta monitorear su gestión con el que huyó y dejó el gobierno a la deriva…

Parece y es un despropósito. El mismo que cultivan los que trabajan sobre la imagen presidencial cada vez que mandan medir diariamente los segundos televisivos que cada canal reproduce de los actos del Presidente versus los de su ministro plenipotenciario.

Pero esos no son los únicos gestos de inseguridad personal que tuvo Fernández en las últimas horas. El más letal, el que claramente fue un tiro a sus pies, fue la manera en que promocionó durante todo el fin de semana que elegiría a sus tres nuevos ministros “sin consultar a Cristina” (sic)

Alberto Fernández esta definiendo los cambios en el Gabinete sin hablar con la Vicepresidenta (Franco Fafasuli)
Alberto Fernández esta definiendo los cambios en el Gabinete sin hablar con la Vicepresidenta (Franco Fafasuli)

Está claro que la última vez que conversaron el Presidente y la vice fue el 2 de septiembre, el día después del atentado, en que Alberto visitó a Cristina en su departamento de Juncal y Uruguay.

Tan claro como que fueron infructuosos los intentos porque volvieran a un diálogo cotidiano.

Por eso hoy Massa no sólo sostiene sobre sus espaldas el control del ministerio de Economía, Producción y Energía sino que es el virtual correveidile entre ambos. Mejor dicho. No lleva y trae porque lo dejó claro desde el inicio y se negó a ocupar ese rol. Pero sí consensúa, o mantiene informados a ambos en el día a día.

El otro que cumple un rol de acercamiento entre ambos es Juan Manuel Olmos. El vicejefe de gabinete que tiene a su cargo la operatividad de los ministerios que no están bajo la órbita de Massa, es el albertista que más contacto directo tiene con Cristina.

Ahora bien. Una cosa es no hablar de manera directa. Y otra publicitar que cambiará parte del gabinete sin consultar.

Básicamente porque la autopromoción de la “independencia” duró un suspiro. Por más deseo que tenga Alberto hasta Victoria Tolosa Paz, la posible reemplazante de Juan Zavaleta en Desarrollo Social, pidió tener el aval de la vicepresidenta para aceptar.

Es lógico. Nadie en su sano juicio asumiría hoy un rol en el gabinete sin consenso. Sería suicida. ¿Porqué entonces sobreactuar poder a destiempo?

Está claro que el Presidente no encuentra su lugar en el último armado de poder. Pero más claro está que no hay conciencia de la fragilidad del momento económico.

Mientras Cristina describe la Argentina de hoy con un nivel de realismo que impacta (“si seguimos así no llegamos ni a chocar con el iceberg nos hundimos antes”, retrata en obvia comparación con el Titánic) Alberto vuelve a moverse en sus nimias rencillas internas de poder como si ya no hubiera peligro.

Un abismo los separa. El mismo abismo que los hunde a ambos en este peligroso final de mandato.

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