El Gran Hermano de Larreta

El jefe de Gobierno porteño quiere sumar outsiders de la ciudadanía a las listas electorales del PRO. Democracia, demagogia y el factor Milei

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La nueva campaña de participación política del PRO
La nueva campaña de participación política del PRO

El anuncio del casting para el regreso de Gran Hermano, la casa más famosa de la televisión, coincidió con el lanzamiento de “¿te votarías?”, el casting de la política con el que Horacio Rodríguez Larreta buscará reclutar a 34 personas de la plebe para sumarlas a la casta desde las listas electorales del PRO en la Ciudad de Buenos Aires. Todo muy lindo, pero ¿suma algo para contrarrestar la crisis de representación y el asedio anti-política de los libertarios o es cháchara demagógica?

La deriva autoritaria, la desconfianza en los partidos tradicionales, el crecimiento de líderes carismáticos extremistas, la oligarquización de la dirigencia en contextos de empobrecimiento de la población y, en general, la ineficiencia de las instituciones democráticas para canalizar las demandas de una ciudadanía que, lejos de la apatía, expresa intensamente su enojo y frustración en el espacio público real y virtual son hechos del escenario global.

Argentina no es la excepción. Ya lo sabemos: en ese marco debe leerse el surgimiento de outsiders radicalizados como Javier Milei, que dicen venir a ponerle fin a los privilegios de la casta (versión sarcástica del viejo “sistema”). Y, aunque en un comienzo pueden parecer expresiones marginales y hasta payasescas, los antecedentes de otros países (como el experimento Trump en Estados Unidos) nos obligan a no subestimarlas.

Trump presidente comenzó como un delirio cómico de Los Simpsons y terminó con una horda de ultraconservadores, supremacistas y conspiranoicos tomando por asalto el Capitolio con banderas de la Confederación, uniformes militares y remeras con mensajes antisemitas para evitar que finalizara el recuento de votos que consagraría a Biden como nuevo presidente. Por no hablar de la designación de tres jueces gracias a los cuales la Corte Suprema acaba de destrozar la obligación constitucional de todos los estados de respetar el derecho al aborto, que regía desde 1973 por el famoso fallo Roe v. Wade.

Si eso ocurrió en el país que se autopercibe la mejor democracia liberal del planeta, mejor ni saber lo que podría pasar acá. Milei empezó como un extremista libertario que criticaba el keynesianismo en el programa de Mariano Grondona. Siete años después sacó el 17% de los votos en las legislativas por la CABA y aspira a ser presidente de la Nación.

Así que está muy bien tomarse en serio a los anti-sistema y, en este aspecto, la propuesta de Larreta es encomiable. Sin embargo, tiene varios problemas.

Primero, los anti-política traen a escena discursos facilistas y consignas vacías. ¿Un ejemplo? Javier Milei prácticamente no tiene actividad parlamentaria real, pero a sus votantes probablemente no les interese. Tampoco importa que denuncie solo a la casta política como si no fuera socia del histórico empresariado prebendario. Lo importante es que sortee su sueldo y que, tuneado de rockero, salte desquiciado en un escenario al grito de “viva la libertad, carajo”. En el mismo pozo cae el furcio de Roberto García Moritán, legislador porteño que sueña con una argentina sin políticos como si él mismo no fuera, además de marido de Pampita, un político.

Horacio Rodríguez Larreta buscará reclutar a 34 personas sin experiencia política para sumarlas a las listas electorales del PRO
Horacio Rodríguez Larreta buscará reclutar a 34 personas sin experiencia política para sumarlas a las listas electorales del PRO

No es sencillo competir con esto, pero es difícil pensar que la respuesta sea un casting de candidaturas. De allí también que el larretismo, que viene haciendo equilibrio en puntitas de pie entre la necesidad de disputarle la interna a los halcones y la de convencer al tercio de independientes moderados que va a definir la próxima elección presidencial, por momentos se vaya al pasto con ridiculeces como la prohibición del uso del lenguaje inclusivo en las escuelas.

Segundo, no está tan claro que los votantes de personajes como Milei estén buscando (o puedan ser conformados con) participar en política a la vieja usanza. Lo que estas nuevas fuerzas tienen de atractivo no parece ser su apertura, sino más bien su casi absoluta falta de filtro para llevar al ámbito de las instituciones formales aquello que en el llano es tenido como sentido común, o incluso anhelos autoritarios históricos de un sector del país que andaba escondido desde la transición democrática de 1983 y que cierto revival antiperonista vestido de seda republicana naturalizó en estos últimos años.

Si “lajente” está harta del gasto público improductivo, se propone privatizar todas las empresas públicas. Si hay un hecho grave de inseguridad y el presunto autor no es argentino, se promete deportar a todos los extranjeros acusados de cometer delitos. Y, si hace falta, se jura terminar para siempre jamás con el peronismo, aunque sea una de las principales fuerzas políticas del país desde hace 80 años.

Lo que en la representación clásica es una operación de traducción y aggiornamiento de preferencias deseables a políticas posibles, en la antipolítica es una polea de transmisión directa. De hecho, no son pocos quienes creen que Mauricio Macri no fracasó por liberal sino por tibio, por haber adaptado de más al mundo de lo real las ideas liberales que defendía.

Parte de la crisis de representación se debe a que esa aceptable operación de traducción se transformó en una reescritura creativa sin ningún apego por el original. Los políticos ya no solo convierten nuestros deseos auto-interesados en acciones razonables acordadas con quienes representan deseos auto-interesados de otros, sino que a ambos les importan tres belines lo que nos prometieron a nosotros y a los otros. Este es el principal problema. La ineficiencia, la corrupción y los privilegios de la clase política solo le agregan chimichurri.

Tercero (y vinculado con lo anterior), el Gran Hermano de la política porteña comete un error habitual en la dirigencia: creer (o hacer creer) que la democracia solo es votar o ser votado. Las elecciones son condición necesaria, pero no suficiente.

Solo las concepciones elitistas o mayoritarianistas de la democracia (que quieren a los intereses y demandas sociales bien lejos de la toma de decisiones) desconocen que la representación política es ineludible (porque somos muchas personas), pero que es un mal que debemos neutralizar con mecanismos de participación y deliberación directa. No se trata de transformar a las y los votantes en candidatas para que integren un sistema cerrado de toma de decisiones, sino de abrirlo, deliberar y tomar mejores decisiones.

Pero, ojo, porque no es un eslogan. No alcanza con escuchar a las y los vecinos en las plazas. ¿Cómo fortalece la democracia obligar a la sociedad civil a judicializar el cumplimiento del presupuesto participativo, el acceso a la nómina y remuneraciones del personal público o la prestación adecuada del servicio eléctrico en las villas?

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¿Cómo mejora la participación crear una plataforma para que la ciudadanía vote propuestas para el futuro de la Ciudad, que sea masivo el reclamo de mayores espacios verdes y acceso al borde costero y, así y todo, venderle 100 hectáreas de tierras públicas al sector inmobiliario (Costa Salguero, Punta Carrasco y terrenos de la Costanera Sur)? La sociedad civil juntó 53.000 firmas avaladas por el Tribunal Superior de Justicia para un proyecto de iniciativa popular (el primero en la historia porteña) que, de aprobarse, transformará Costa Salguero en un parque público. ¿Qué hizo la Legislatura? Aprobó la venta de los terrenos con 37 votos. ¡Ahí tenés tu democracia participativa!

Cuarto (y último), la propuesta es más elitista que democrática. Para integrar las listas del PRO, las ciudadanas y ciudadanos deben pasar una pre-selección en la que, no se sabe muy bien con qué criterios, quedarán 200 que deberán formarse en la Escuela de Dirigentes del partido, de donde finalmente surgirán las 34 finalistas.

Es más fácil entrar a Gran Hermano. “No tenés que cantar, no tenés que bailar, no tenés que cocinar; tenés que ser vos los siete días de la semana”, dice el anuncio del casting. La participación en política debería ser bastante parecida a eso: ser vos los siete días de la semana. Quienes deliberan en los órganos legislativos para tomar decisiones que nos afectan deben ser una suerte de espejo de quienes estamos afuera.

No hace falta ningún conocimiento o instrucción especial. Por eso son también erradas las críticas internas que recibió la propuesta (el intendente de Pinamar, Martín Yeza, ironizó con su deseo de ser guitarrista de los Stones sin saber tocar la guitarra). No necesitamos una dirigencia política ilustrada. Necesitamos representantes que se parezcan a quienes pretenden representar y que, por supuesto, efectivamente los representen. Insistir con miradas tecnocráticas no solo es demodé. Es no entender por dónde pasa la crisis de legitimidad.

La pregunta, entonces, no es si nos votaríamos. No queremos ser políticos profesionales. Queremos que ustedes sean personas normales.

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