
La convivencia es una de las temáticas que preocupan no sólo a quienes gobiernan las ciudades, sino también a muchos de los ciudadanos. Los conflictos interpersonales, la violencia intrafamiliar, la ausencia de respuestas institucionales, la inseguridad y el caos vehicular, son algunos sólo algunos de los problemas que demandan respuestas rápidas y efectivas.
Y si bien los problemas de convivencia ciudadana se dan en la mayoría de los países, en América Latina los niveles de conflictividad social son mayores que en el resto del mundo. La violencia explícita o simbólica con la que convivimos a diario necesita de una toma de conciencia y de respuestas a fin de mejorar y construir ciudades felices.
Un primer puntapié para abordar esta problemática podría ser trabajar con el cuidado de sí mismo y del otro. Los filósofos griegos ya hablaban de la categoría preocupación de sí mismo. Sin embargo, a partir de la Modernidad tomó otro significado y se lo comenzó a relacionar con el egoísmo y extremo egocentrismo. Es Michel Foucault, a fines de los 60, quien nos invita a preguntarnos por nuestra realidad, por un nosotros. Y si bien algunas instituciones siguen con la idea de disciplinar al otro, de enderezar las conductas, es necesario dar una vuelta de tuerca para la toma de conciencia de nuestra condición de ciudadanos del mundo. Hay claros ejemplos de esto último, del cambio social acerca de asumir algunas normas. Basta con ir a un bar y querer prender un cigarrillo, y seguramente tendríamos una decena de personas diciéndonos que está prohibido.
Otra de las posibilidades para mejorar la convivencia podría ser trabajar con las habilidades sociales, no sólo con los niños, en la escuela, sino con todos los ciudadanos, a través de una buena campaña de concientización a través de los medios masivos de comunicación. La empatía, el compromiso, el respeto, la tolerancia y la solidaridad son algunas de las habilidades ineludibles para convivir con otros.
Asimismo, es necesario capacitar a los docentes en la resolución de conflictos a fin de abordar y/ o prevenir la violencia en las escuelas. Identificar los orígenes, es decir, quiénes son las partes del conflicto, las fuentes y el tipo de conflicto es fundamental para elegir correctamente las estrategias de intervención en el aula. La negociación, la mediación -la cual implica la participación de un tercero neutral que ayuda a resolver el problema- o el arbitraje, en el cual interviene alguien y toma una decisión final, son algunas de las herramientas para la resolver problemas al interior de la institución educativa.
¿Cómo conseguir beneficios para todas las partes?
Primero y principal, quien interviene en un conflicto, debe evitar discutir sobre una única propuesta. Asimismo, es fundamental separar las personas del problema y, a su vez, concentrarse en los intereses de cada uno y generar una variedad de posibilidades antes de actuar. Un buen mediador debe identificar el problema, clarificar la información, asumir la responsabilidad y el deseo de conciliación, revisar los mecanismos que permiten resolver diferencias, generar soluciones y acuerdos parciales y, por último, asumir el compromiso de hacer cumplir dichos acuerdos.
La escuela debe enseñar a escuchar y a permitir que el otro complete sus pensamientos antes de hablar, a respetar las diferencias de pensamiento y a ponerse en el lugar del otro y, fundamentalmente, debe identificar a quien descalifica, interrumpe, presiona o amenaza y, en consecuencia, tomar decisiones de intervención concretas.
Todas las instituciones sociales podrían trabajar en la percepción y previsión de riesgos, en el autocuidado y respeto a la vida y en la valoración y respeto a las normas. Se podrían planificar proyectos consensuados entre el Estado y las ONG, algunas muy implicadas en la problemática social. Hay muchos ciudadanos con ganas de cambiar la sociedad, algunos desconocen cómo y otros aún no tomaron conciencia. El trabajo en conjunto, entre todos, nos podía ayudar estar atentos a ese otro que nos cruza a diario en la calle.
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