
”Se puede ignorar la realidad, pero no las consecuencias de haberla ignorado”, reza la frase de la filósofa de origen ruso Ayn Rand. Esta declaración no podría ser más pertinente en este contexto en el cual, luego de desarmar la política energética del ex presidente Mauricio Macri, Alberto Fernández colocó a la Argentina frente a una crisis sin precedentes. Para poner en relieve la gravedad del asunto y lo irracional del cambio de rumbo en la materia, es necesario entender que, más allá de cualquier sello partidario, hay ciertas políticas que claramente fueron exitosas.
La gestión de Macri logró que se duplicaran la cantidad de pozos terminados de explotación no convencional en relación a los existentes en 2015. También permitió que la demanda de energía eléctrica pasara de ser cubierta de un 2,3% a un 10% por energías renovables. Al mismo tiempo que la producción de gas natural (del cual depende casi el 60% de la oferta total de energía de la Argentina) acumuló un crecimiento del 16,2% entre el promedio del 2015 y el del 2019.
En resumen, significó que se pudieran reducir los subsidios del sector en casi un 70% y se lograra equilibrar la balanza comercial energética luego de 8 años en que había sido deficitaria.
El gobierno de Fernández, en su lógica “K” de destruir todo lo hecho por la gestión de Cambiemos, decidió discontinuar la política energética que heredó y que es objetivamente correcta, transformando el equilibrio en déficit. La desinversión redujo la producción haciendo imposible el autoabastecimiento, revirtiendo el crecimiento exponencial de las exportaciones energéticas y dejando a la Argentina expuesta ante las oscilaciones del mercado internacional.
De esta manera, la “soberanía energética” que se había alcanzado se destruyó. Esto último se ve reflejado con el actual escenario bélico que se vive en el mundo, como consecuencia de la invasión de Rusia a Ucrania. Dado que el precio del petróleo y el gas natural se elevó enormemente, el abastecimiento energético es hoy algo mucho más costoso.
Por lo tanto, según estimaciones del IERAL, el deterioro de la balanza comercial energética de la República Argentina podría llegar a los 6.400 millones de dólares. Otro problema que, además del gasto que nuevamente genera al perder nuestra propia provisión en esta materia, es extremadamente perjudicial por la falta de dólares que padece nuestro país. Ya en el 2014 los barcos gasíferos se pasaban entre 40 a 70 días varados a la espera de su pago en dólares. Ahí no estaba la excusa aún de la pandemia, ni tampoco se podía culpar a la gestión de Macri, ya que fue posterior.
Esta escalada de precios, producto de la situación mundial actual, paradójicamente, podría haber significado una verdadera oportunidad para el mercado energético argentino, pero, por lo ya expuesto, es en la actualidad una gran amenaza para nuestro país, como consecuencia de la dependencia generada.
La soberanía energética fue destruida y reemplazada por puros discursos y anuncios que no significaron beneficios, como el famoso gasoducto Néstor Kirchner, el cual, al igual que la eficiencia de este Gobierno, a la fecha brilla por su ausencia.
El tanque de la Argentina hoy está en reserva, el Gobierno nos puso en una situación en la que sólo factores externos pueden ayudarnos hasta que se tome un verdadero cambio de rumbo, pero mientras tanto, el invierno se acerca y todo parece indicar que los argentinos lo sufriremos en nuestro cuerpo, y en nuestros bolsillos. Argentina en este tema, como en otros tantos, vuelve a padecer las políticas “K”.
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