
En los últimos días se escuchó mucho acerca del UPD, el último primer día de clases del secundario. Es un ritual que se viene haciendo desde hace algunos años, en el que los alumnos del último año se juntan desde la noche anterior para celebrar e ir a clase al día siguiente… En la mayoría de los casos, borrachos y sin dormir.
Ser padre o madre de adolescente… ¡Qué tema! Ya lo sabemos, el adolescente busca encontrar su propia identidad y la aceptación en su grupo social. Esta presión “por pertenecer” hace que muchas veces tome decisiones que ponen en riesgo su propia salud. Se siente fuerte, empoderado, no mide riesgos y avanza. Y en ese avanzar, no contempla consecuencias.
Cuando un menor toma alcohol está poniendo en riesgo su salud. El cerebro del adolescente está en franco desarrollo. El exceso de alcohol daña las funciones ejecutivas, responsables de planificar, priorizar o la autoregulación, entre otras funciones importantísimas. Además, perjudica áreas del cerebro responsables del aprendizaje y la memoria. En pleno desarrollo cerebral, es muy difícil para un adolescente discernir qué está bien y qué está mal y necesita del adulto. Detrás de cada joven hay una fuerza vital que quiere manifestarse y a esa fuerza hay que acompañarla, como adultos, para que logre su mejor versión. Educar no es imponer, obligar o someter. Educar es acompañar, sostener y generar espacios para el crecimiento. Pero hay que estar. Y claramente, aunque sea difícil, hay que poner límites. Hay que enseñarles qué está bien y qué está mal. Los chicos siguen siendo chicos.
Pero atención, para poner límites no hay que estar enojados, hay que estar convencidos.
El problema no es que el adolescente haga cosas de adolescente. El problema es que no tenga un adulto responsable cerca que pueda poner un freno a una situación que claramente los perjudica. No es lo que el adolescente necesita el tan famoso: “¿Y qué querés que haga? No quiero ser el padre que dice que no. Le tuve que decir que sí”. El padre que dice “yo más que padre soy un amigo” no hace más que dejar huérfano a su hijo.
En un tono de reflexión, podríamos tal vez preguntáramos qué hacemos con los cientos de chicos que terminan en un hospital con un coma alcohólico, descompuestos o aún peor. ¿Nos enojamos con ellos? ¿Con nosotros mismos por no haberlo impedido a tiempo? ¿Dejamos que lo sigan haciendo solo porque es un ritual y porque todos lo hacen?
Y además, ¿cuál es la idea de ir a la escuela? Si es ir a aprender, ¿se puede ir a aprender sin dormir y en estado de embriaguez? Y si en ese estado, termina desmayado, con un golpe, o lastima a alguien, ¿quién es responsable? ¿La familia por mandarlo así el o el colegio por recibirlo en esas condiciones?
Como padres, necesitamos hablar con nuestros hijos acerca de aquellas cosas que son perjudiciales para ellos, como el consumo excesivo de alcohol. Desarrollar un vínculo de confianza, es de vital importancia. Debemos trabajar la conexión con nuestros hijos. Si no, perdemos la influencia y dejan de respetarnos. Ahí surge el “no me hace caso”, “nunca hace lo que le pido” y la constante pelea.
Para que los jóvenes respondan deben sentir una gran conexión con el adulto.
El secreto detrás de hijos felices son padres que han sabido conectarse con ellos, que han aprendido a controlar sus emociones para que no les jueguen en contra. En definitiva, han aprendido a responder, en vez de a reaccionar.
El UPD es un gran ritual. Es la transición entre la niñez y la adultez y, como todo pasaje, está genial celebrarlo. El tema sería, tal vez, preguntarles qué es ser feliz y qué significa divertirse, encontrando juntos- colegio, chicos y familias - una manera de celebrar que sea significativa y memorable, pero no dañina para nuestros hijos.
Si queremos cambiar la historia, debemos aprender de nuestros errores y avanzar. Si no, la historia inevitablemente se repetirá.
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