#Positivo es trending topic en las redes sociales: el cambio de actitud frente al COVID

La población asumió de una forma diferente la nueva realidad que marcó el aluvión de contagios por la cepa Ómicron. Cómo el alarmismo le dejó lugar al humor y a una manera diferente de afrontar la realidad a partir de la eficacia de las vacunas, lo que marca una nueva etapa en la vivencia de la pandemia

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After Beach en Mar del Plata. En medio de una ola de contagios pero pocas internaciones y muertes, la gente eligió el camino de la vuelta a la normalidad (Credito: Mey Romero)
After Beach en Mar del Plata. En medio de una ola de contagios pero pocas internaciones y muertes, la gente eligió el camino de la vuelta a la normalidad (Credito: Mey Romero)

En Twitter, la palabra Positivo se convirtió en Trending Topic. Al ingresar se comprueba lo que se sospechaba. No se trata de un diluvio de mensajes de afirmación de algún gurú que confía en las buenas ondas. Se refiere al tema del momento, a los resultados positivos de los tests de Covid. La variante Delta le dejó paso a la Ómicron; en realidad ésta se metió prepotentemente a contagiar a todo el mundo a una velocidad supersónica. Las colas en los lugares de testeo ocupan decenas de cuadras, cada persona pasa horas tratando de hisoparse y la cantidad de casos se multiplica día a día. Los números, secos y desnudos, fuera de contexto, impresionan. Un millón de casos en Estados Unidos, más de trescientos mil en Francia, casi cien mil en Argentina. Pero algo cambió. Las reacciones no son similares a las de un tiempo atrás. Y eso está muy bien porque la situación no es igual.

Los alarmistas (en especial los oficiales), los agoreros del desastre, pese al alto número de casos se mantienen replegados. No asumen su derrota pero ese silencio significa que entienden que si bien la alta positividad no es algo para celebrar, tampoco implica que el panorama sea catastrófico.

La gente disfruta de las playas, pasea por las calles, come en las veredas. Salió de vacaciones sin esperar los números del Ministerio de Salud, sin correr a poner los canales de cable para ver las estadísticas a las 5 de la tarde apenas se publican. Los que se quedaron en sus ciudades trabajan dentro de un clima de normalidad. Ya nadie, más allá de algún productor televisivo, le da F5 de manera obsesiva a la página de los casos de Covid para saber cuántos dieron positivo durante esa jornada.

Esta actitud, esta manera de afrontar la coyuntura, no es un canto a la irresponsabilidad. Probablemente sea lo contrario. Es una reafirmación de la vida, de la vida sensata. Se dio de una manera natural, para nada forzada, e indica que la pandemia entró en una nueva etapa. Pero no me refiero a olas y cepas que mutan sino a una manera diferente de convivir con ella.

Porque no puede analizarse nuestra relación con la pandemia sin tener en cuenta lo que ha sucedido, cómo las circunstancias se fueron modificando, cómo la ciencia fue sabiendo más del tema. Una obviedad: nadie en su sano juicio puede creer que la situación es igual con vacunas o sin ellas.

Un adulto mayor recibe una dosis de refuerzo de las vacunas contra el COVID-19 en Buenos Aires. La vacunación resulta clave para enfrentar al virus (EFE/Enrique García Medina)
Un adulto mayor recibe una dosis de refuerzo de las vacunas contra el COVID-19 en Buenos Aires. La vacunación resulta clave para enfrentar al virus (EFE/Enrique García Medina)

Mirar para atrás, pensar en lo que se hizo en estos últimos dos años, es fundamental. Al principio nos enfrentábamos a lo desconocido, a algo que no se sabía cuál era su magnitud. Que la actitud inicial haya sido de prevención, de imponer el aislamiento masivo, parecía plausible. Equivocar alguna de esas medidas y mucho más si fue por cautela excesiva, fue comprensible. Lo extraño sería si actuáramos como si nada hubiera sucedido, si no aprendiéramos de la realidad. La mejor manera de no repetir errores (aún los involuntarios, lo que se dieron con buenas intenciones, con el deseo de proteger a los habitantes), tal vez la única, es reconocerlos como tales. Auscultar las decisiones y compararlas con el resultado, con sus consecuencias y con la manera en que el virus se fue desenvolviendo. La cuarentena vitalicia, la suspensión de las clases presenciales, el detenimiento de la actividad económica -y hasta de otros aspectos más recreativos pero que hacen a la sanidad mental- produjeron daños que tardarán mucho tiempo en repararse.

La cifra de ayer en Argentina fue de 95.159 casos confirmados con una positividad mayor al 57 %. La mayor cifra de casos desde el inicio de la pandemia. En otro momento –un año atrás o en el invierno pasado- con un número así se hubiera entrado en pánico. Literalmente. Se hubieran impuesto restricciones casi absolutas. Las medidas oficiales hubieran sido apoyadas y respetadas, en su mayoría, por la población. A esta altura, y con estas circunstancias, parece imposible que suceda. Y no sólo porque cómo muchos perciben hay hastío en la gente, una necesidad de salir del encierro, una necesidad espiritual y, también, material. Los bolsillos, las economías personales, no resisten más encierros ni detenciones.

La variante Ómicron es mucho más contagiosa. Pero también su letalidad es notoriamente menor. Y este dato es el verdaderamente relevante. Hoy el número de infectados, a solas, sacado de contexto no informa nada. O al menos, no informa nada sustancial.

Las cifras de camas ocupadas en terapia intensiva y de muertes son el parámetro a mirar, el más valioso. Ayer en un importante hospital privado porteño había tres camas de terapia intensiva con pacientes con Covid; uno con una grave enfermedad preexistente y dos que no estaban vacunados. Esa es la foto que hay comparar con la de seis meses atrás y no el parte diario del Ministerio. Los hospitales no sólo tenían repletas sus UCIs, sino que habían habilitado otros espacios para que funcionaran como tales. La ocupación en el sistema público (contando todas las patologías) es del 37% y las fallecimientos reportados fueron 52 (aunque la operación no sea correcta porque no hay una directa correlación, sólo para tener una referencia con 95.159 casos ese número de muertes representa el 0,054%).

Hoy el humor social es otro. Por eso Positivo es TT en las redes sociales. Por eso se le pone el # antecediendo la palabra, por eso se lo convierte en hashtag. La mirada de la gente se permite por primera vez desde el inicio de la pandemia el humor, la aceptación de la situación, con una actitud afirmativa y esperanzadora. Hay una actitud asertiva. Positiva. Que no se deja abrumar por las cifras porque ve el panorama completo. Todavía se convive con el drama pero hay lugar para la risa, para la mirada hacia el futuro. Para la esperanza.

Uno de los centros de testeos móviles ubicados en Mar del Plata
Uno de los centros de testeos móviles ubicados en Mar del Plata

La mayoría de los gobiernos se mueven al ritmo de los avances, de los descubrimientos, de los nuevos hechos. Gran Bretaña eliminó restricciones para el ingreso; en muchos lados se modificó no sólo el concepto de contacto estrecho sino las medidas a tomar respecto al aislamiento cuando se tienen dos dosis de la vacuna; ayer, por fin, el Ministerio de Salud argentino habilitó el uso de tests privados, lo que permite entender a los análisis como un herramienta de cuidado y de responsabilidad, de conocimiento inmediato para detener los posibles contagios.

Otra cuestión importante que se modificó con esta ¿tercera? ¿cuarta? ola es la estigmatización de los enfermos, de los contagiados. Tardó en entenderse pero se trata de un virus que se transmite por el aire y cualquiera puede contagiarse por más cuidados que se tomen. El señalamiento, la marca del estigma, nunca condujo a nada constructivo.

El New York Times ayer publicó una nota que tituló: “La Ómicron es más suave”. No es una afirmación caprichosa. El desastre que parecía abatirse sobre Sudáfrica y dispersarse por el mundo entero con la aparición de esta cepa no fue tal. La nota brinda una serie de fundamentaciones científicas y llega a tres conclusiones básicas: hay menos hospitalizaciones, también son menores las hospitalizaciones graves, las que requieren cuidados intensivos y, por último, las muertes se redujeron ostensiblemente. Estos números -y estas variables- son, por el momento, contundentes y son los que preocuparon desde marzo del 2020, los que nos dijeron que había que mirar. Las restricciones prolongadas se basaban en un principio: no estresar el sistema de salud. Eso no sólo no está sucediendo, sino que está muy lejos, por el momento, de ocurrir (a pesar de que ayer una funcionaria habló que ahora el objetivo es no estresar el sistema de testeos). La nota del NYT no sólo se queda en este análisis. Propone tres caminos, tres medidas, para afrontar esta nueva cepa, para no bajar la guardia: barbijos especiales, dosis de refuerzo y obligación de vacunarse para los que todavía son renuentes.

Estas conclusiones científicas se paran entre la cautela –nadie está hablando de no cuidarse y de hacer como si nada pasara-, la confianza en los avances científicos que se han logrado en este tiempo y en la importancia de recuperar un viso de normalidad en la vida cotidiana. Insisto, estas conclusiones ya fueron entendidas y asumidas por gran parte de la población. Sus actitudes diarias lo demuestran. Y una de esas manifestaciones son las expresiones en las redes sociales. Naturalizar la posibilidad de que alguien pueda contagiarse, no dejarse ganar por el pánico, poder tomarse con humor. Un tiempo atrás nadie se hubiera permitido hacer ni reenviar memes sobre contagios, aislamientos o covid detectable. Por eso que Positivo se convierta en Hashtag o en Trending Topic es un elemento menos banal y más alentador de lo que parece. No hay negación ni cinismo en él. En ese gesto predomina la realidad, la vocación por vivir y, por qué no, la esperanza.

La variante Omicron demostró una alta contagiosidad pero un índice de letalidad inferior al de otras cepas del virus
La variante Omicron demostró una alta contagiosidad pero un índice de letalidad inferior al de otras cepas del virus

Esto marca que estamos en una nueva etapa. Y no habla de una nueva ola. Tampoco del hastío al encierro, a la vida detenida, al empobrecimiento, a las dificultades de aprendizaje de los más chicos o de los problemas de sociabilidad que ocasionó la falta de clases presenciales. Esta etapa es la de la aceptación, la de la pérdida del miedo paralizante, de la información más compleja y sofisticada que nos permite entender que un test positivo no significa el abismo.

Las cifras de vacunación en Argentina, luego de las dificultades iniciales, de los poderosos que se colaron en la fila y de las polémicas por las marcas elegidas, son altas. Gran parte de la población está protegida. Adultos y niños. El 84,5% de los adultos tienen al menos una dosis. El 72% dos dosis. Los que recibieron terceras dosis de refuerzo también son muchos: el 13%. El movimiento antivacunas no parece ser significativo, ni siquiera representativo. Acaso, vacunados o no, los verdaderos antivacunas son aquellos que niegan su eficacia, que no ven la protección que han brindado a la población. Los estudios científicos son contundentes en reconocer que tanto las internaciones –las de casos muy severos y de los otros- y las muertes bajaron drásticamente.

Ayer por la tarde en una canal de noticias entrevistaron al Dr. Darío Barsotti, Director Médico del Hospital Garrahan. Con una paciencia zen, con un nivel de responsabilidad admirable, soportó el acoso y el agobio del periodista que intentó por todos los medios que el doctor afirmara que la situación era crítica y dramática. Sin embargo el Dr. Barsotti desarmó cada una de las afirmaciones alarmistas. Llevó tranquilidad, explicó la situación, dijo que por el momento no era para preocuparse, que el Covid seguía siendo una enfermedad de adultos que afectaba poco a los más pequeños, que no había que sembrar la alarma. Y antes de despedirse pidió a los padres que vacunen a sus hijos –a los que están en edad de hacerlo-, que utilicen barbijo y que ventilen los ambientes.

Ese parece ser el camino.

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