Los tres jaque mate del Gobierno y la rentabilidad del fracaso

¿Hasta qué punto se puede hipotecar el futuro de una nación para ganar una elección?

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La vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner
La vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner

Gambito de dama como toda buena historia tiene sus atractivos. En este caso particular la serie de TV es una ficción sobre la vida de una huérfana que resulta ser una niña prodigio del ajedrez. En la lucha para alcanzar su objetivo de ser la mejor jugadora del mundo debe lidiar con sus problemas emocionales y personales. La historia de ficción, podría tener cierta ligazón con nuestra realidad política en tanto la dueña del poder es un fenómeno digno de analizar. No por nada fue electa dos veces Presidenta de la Nación, sino que tuvo, además, la lucidez de pergeñar una coalición política que la llevó de nuevo al poder, esta vez sin la responsabilidad de tener que sentarse en el sillón de Rivadavia. Resulta innegable que tiene una sagacidad diferente para la política. Pero esa destreza no siempre termina en buenos resultados.

El Gobierno encara tres jugadas de jaque mate diferentes que de una u otra manera lo podrían dejar fuera del juego. La rentabilidad del fracaso del gobierno de Cambiemos, ya en el pasado, no dio sus frutos como mensaje de campaña. El 2021 mostró de cara a la sociedad un gobierno que luce como mínimo anémico en sus logros. Nuestro Presidente, hoy testimonial a consecuencias de sus desaciertos y pérdida de credibilidad, fue desplazado de la centralidad del poder y de la toma de decisiones. La dura derrota en las PASO generó un colapso de tal magnitud que terminó con un escándalo en el gallinero, el intento de rebelión de Alberto Fernández, las renuncias de funcionarios y la carta de la discordia donde se puso en claro cómo eran las cosas. De ahí en adelante nada fue ni será igual a lo que en algún momento planearon con ilusión el 10 de diciembre de 2019. Todos esos movimientos de las piezas del tablero generaron un desorden de proporciones, rencores y pases de factura que hicieron y hacen crujir la unidad del Frente de Todos, que hoy luce como el Frente de unos Pocos.

Los anuncios cotidianos que están haciendo como relanzamiento de la campaña electoral del oficialismo se sustentan básicamente en el incremento del déficit fiscal y mayor emisión monetaria, llegando al ridículo de proponer viajes de egresados gratis en busca de capturar el voto joven en la Provincia de Buenos Aires. Ese festival que simboliza el “plan platita en el bolsillo” constituye una bomba de tiempo. La emisión monetaria puede hacer que explote en cualquier momento la ya debilitada economía. Este es el primer jaque mate del Gobierno. Sin una lógica monetaria y una economía ordenada, pero con cepos, controles, más impuestos y un ajuste feroz (¿podríamos decir el peor de la historia argentina?), quedamos frente a un destino explosivo, que no hará más que detonar en la cara del Gobierno, con suerte, luego de las elecciones del 14 de noviembre de 2021. La crisis de la economía deja al oficialismo en situación de jaque mate.

Alberto Fernández y Cristina Kirchner, en el acto en Casa Rosada
Alberto Fernández y Cristina Kirchner, en el acto en Casa Rosada

En pocas palabras, se intenta ganar una elección básicamente con una mayor emisión monetaria que permita poner “platita” en el bolsillo de los votantes. El drama moral de esa estrategia es enorme, no solo porque se hace campaña electoral con la imprenta oficial de billetes, sino que, además se hipoteca el futuro de todos los argentinos, al mismo tiempo que se intenta comprar el voto de los sectores más carenciados de nuestra sociedad, que son, precisamente los que reciben esos billetes recién impresos que, dicho sea de paso, de poco le sirven por su escaso valor adquisitivo.

La irresponsabilidad de las medidas de tinte electoralista que se implementaron es muy grave. A la par que nos llenan de anuncios, la situación de la economía empeora día tras día, el desequilibrio fiscal está en los niveles de las grandes crisis de la historia Argentina, la inestabilidad monetaria es 10 veces más grave que los niveles alcanzados en tiempos del “Rodrigazo”, la brecha cambiaria ronda el 100%, con un nivel de actividad, medido per cápita, 15% por debajo del 2011. A todo lo cual debemos agregar que tenemos índices de pobreza e indigencia inaceptables que superan el 50 por ciento de la población. Y, más grave aún, la pandemia todavía no termina.

Resulta evidente, desde los parámetros de la economía, que estamos camino a una crisis que más tarde o más temprano será una realidad. La ineptitud de las medidas que se están llevando adelante, con “fondos públicos” y con el evidente objetivo de dar vuelta un resultado electoral o, perder por el menor margen posible, nos coloca -a todos por igual- en una situación de extrema vulnerabilidad social. La responsabilidad del desquicio con que se nos está gobernando cae sobre las espaldas de quienes están tomando esas decisiones. Se gobierna para ganar una elección, no para sacar adelante a un país quebrado. Este tipo de jugadas son las que dan sustento al jaque mate del Gobierno, porque gane o pierda la elección, le quedan dos años por delante para seguir sacando agua con un balde playero del barco que se hunde.

En estas condiciones, el mayor de los problemas no es juntar votos, sino qué se hará a partir del 15 de noviembre. La incertidumbre hoy es abismal, tanto que atenta contra las propias políticas que, desde el Gobierno, se intentan implementar. Hubo sectores de la economía nacional que vieron sus ingresos licuados de una manera brutal, perdiendo poder adquisitivo contra la inflación en niveles muy difíciles de igualar en la historia que nos precedió (por ejemplo, la grave merma que sufren todos los jubilados, los asalariados del sector público y privado, más los que viven de la “patria planera”). Todo ese gasto del Estado fue severamente licuado por la inflación galopante que nos azota como la pandemia misma.

La coalición gobernante se encuentra en una carrera contra reloj donde su objetivo es revertir el resultado de las PASO, ya que de ser derrotados nuevamente el panorama político será más complejo aún. Esa carrera contra el tiempo, a la vez, nos lleva más rápido a chocar contra la implosión de la economía, donde evitar una catástrofe de proporciones inimaginables, resulta en el panorama actual una tarea titánica. Carecemos de un plan de reducción del déficit fiscal y de la inflación que intente, al menos, un camino de salida al margen de los avatares electorales.

No hay una definición de lo que quieren hacer en los próximos 35 días, y menos un plan de gobierno para los dos años restantes de mandato. Sin un plan concreto no hay expectativas posibles, y éstas son fundamentales para que la economía tenga algún margen de maniobra. ¿Tendremos una nueva crisis cambiaria luego del 14 de noviembre? Los economistas si bien son prudentes, en su gran mayoría no la descartan. Todos los indicadores inclinan las apuestas. En esto radica la importancia de que se defina la orientación o el rumbo económico dentro del propio Gobierno, en lugar de esperar al resultado electoral para recién luego ver para dónde salimos corriendo. Ni siquiera los propios integrantes del gabinete gozan de estabilidad en sus cargos, la cual está en suspenso hasta que se terminen de contar los votos. Se genera un huracán de problemas donde el vórtice es la forma de gobernar. Es un torbellino de atentados contra ellos mismos.

El segundo jaque mate del Gobierno -cómo lógica consecuencia del primero- es la pérdida de votos. Principalmente por el alejamiento de los sectores que en las elecciones de 2019 se habían inclinado por quienes prometieron volver mejores. Son votos muy importantes que se evaporaron de las urnas del oficialismo. Con una economía que sigue sin funcionar es muy difícil dar vuelta un resultado electoral, donde la clase media resultó duramente castigada, mientras los pobres e indigentes directamente fueron azotados ferozmente en la espalda.

Conforme las estadísticas de la última elección, el candidato libertario Javier Milei sacó 238.552 votos, alcanzando el 13,66% de los votos, que junto al 11% de López Murphy (196.320 votos para JxC) suman un nada despreciable 24%. Si bien son fuerzas políticas diferentes, inciden en el resultado final y en la merma de los votantes oficialistas. Esa pérdida de votos es lo que debilita el poder del oficialismo en tanto que con menos votos, se pierden bancas en ambas cámaras legislativas, lo que generará el problema de tener que gobernar una enorme crisis económica trabajando los consensos, algo que todos sabemos, el cristinismo no está acostumbrado ni le gusta hacer. Como muestra basta un botón y lo tuvimos con la primera sesión presencial de la Cámara de Diputados donde no se logró el quórum necesario.

Alberto Fernández en José C. Paz
Alberto Fernández en José C. Paz

Con este panorama en las cámaras legislativas, es importante tener en cuenta cómo se está conformando el “paladar” de los votantes. Lo que más sorprende -por el mensaje que lleva implícito- es que el candidato libertario tuvo una importante adhesión en los barrios populares de menor poder adquisitivo, como Villa Lugano, Villa Soldati, Liniers, Mataderos y Villa Riachuelo, ganando en votos incluso a los partidos de izquierda. Si bien la performance electoral de Milei preocupa al oficialismo capitalino, mayor preocupación genera en el Frente de Todos con 430.467 votos, ya que el 14 de noviembre competirá con esa fuerza por el segundo lugar, la diferencia podría achicarse o incluso ser superada por el candidato libertario dada la aceptación que está teniendo en los votantes de los barrios más carenciados, al mismo tiempo que cae en picada la consideración de la gestión del actual gobierno nacional, cuya renovación forzada por la carta de la discordia en la semana “trágica” no ha despertado el entusiasmo que inicialmente se preveía. No se trata en este momento de analizar si Milei es un producto político de largo aliento. Lo importante es que si llega a superar al Frente de Todos quedando en el segundo lugar en CABA, será un golpe demasiado duro para la mandíbula de la coalición gobernante. Este segundo jaque mate del Gobierno, la pérdida de votos, lo debilita sobremanera.

El tercer jaque mate son las consecuencias políticas que genera la pérdida de los votos, algo que el peronismo duro no perdona ni tolera. En 2019 se produjo una alianza por conveniencia donde el peronismo tradicional terminó siendo cooptado por las huestes cristinistas. Fue una unión por interés, no por convicciones. Todos entendieron la necesidad de ir unidos para derrotar a Cambiemos, y no se equivocaron. Los memoriosos recordarán la foto de Pichetto, Massa, Lavagna y Urtubey como un intento de conformar un espacio de unidad peronista que no tuviera nada que ver con el macrismo ni con el cristinismo. Fue el intento de construir una tercera vía que no se concretó. Massa terminó aliado con el oficialismo y Pichetto se sumó a la oposición.

“Juan XXIII” Manzur en la Jefatura de Gabinete encabezando la toma de decisiones, el Gobernador Kicillof intervenido por dos intendentes, y la reaparición del sindicalismo en la cercanía del poder, implican en los hechos el regreso del peronismo duro -algo que se quiso evitar en 2019-. El esquema actual del Gobierno importa un desplazamiento de quienes hasta las PASO estuvieron al mando del volante. Desde las PASO en adelante tenemos un nuevo esquema de poder cuya perdurabilidad también es una incógnita. La única certeza es el desplazamiento a categoría de testimonial de Alberto Fernández. Nadie le cree, ni siquiera la responsable de nominarlo como Presidente.

Este tercer jaque mate tiene una doble lectura. Si “Juan XXIII” Manzur logra revertir el resultado electoral con una gestión exitosa, ganará una centralidad muy difícil de “correr del medio”. Sí los resultados, en cambio, no son los esperados y se vuelve a su provincia, quedará un oficialismo debilitado políticamente, que intentará gobernar por decretos, con un frente interno, no solo dividido, sino directamente enfrentado. En ese contexto se diluye cualquier chance para 2023. La carta de la discordia fue una jugada muy fuerte que si bien terminó con el berrinche del primer mandatario, colocó al cristinismo como rehén del peronismo tradicional liderado por los Gobernadores, quienes son ahora los responsables en cada una de sus provincias del manejo del mensaje electoral. Una victoria los fortalecerá. Una derrota los terminará dividiendo. El cristinismo en ambos casos sale perdiendo.

Hay que minimizar el costo del fracaso. La jugada denominada “gambito de dama” se caracteriza por el ofrecimiento del peón al rival, para obtener una ventaja posterior. En este caso el peón fue Alberto Fernández, pero la ventaja, mal calculada, es el regreso de todo lo que se quiso evitar en 2019, que de resultar exitoso intentará ir por todo. Al que abre con el gambito de dama le tiene que quedar claro que la centralidad no se cede salvo que se obtenga algo importante a cambio. ¡No un peón!

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