Divierte escuchar a sectores liberales opinando sobre China, la definen capitalista, como si con la iniciativa privada alcanzara para describir ese sistema. No explican que sin la influencia de grandes empresas los poderosos son los Estados y no los bancos ni mucho menos, los ciudadanos. Occidente es democrático en Europa, en América la concentración de la economía está convirtiendo a la democracia en un simple decorado de la dependencia.
En China es el Partido Comunista el que impera mientras que aquí se imponen los bancos que terminan eligiendo a quien gobierna. El Partido en algunos casos puede ser peor que los ricos, todo depende de la coyuntura. China integró socialmente a millones de habitantes, promovió la iniciativa privada, la libre competencia, mientras se reservaba la decisión final para el Estado olvidando la libertad del ciudadano. En esa síntesis se desarma el argumento de que sólo el occidente libre crecía económicamente y se inicia la agonía del último imperialismo, el de los negocios, que fue el sajón en cualquiera de sus versiones.
El Brexit desnuda el final de Inglaterra como gestor de la modernidad. Biden le devuelve dignidad a los Estados Unidos, lo de Trump era una decadencia patética. Algunos creían, soñaban con un mundo en manos del comunismo. Otros creyeron, en especial con el “consenso de Washington”, que la desaparición del comunismo permitiría al capitalismo olvidarse de las necesidades del ciudadano. De pronto hace crisis la supuestamente exitosa experiencia de Chile, el mismo Brasil pierde el rumbo y Colombia se complica demasiado.
Tanto cuestionar el caos de la experiencia venezolana, sin duda insoportable, resulta no ser la única frustración del continente. Bolivia con Evo Morales logró mejorar su integración social, imponiendo la lógica de que sólo el colonizado puede contener y conducir al colono. Eso fue Mandela, esa es la realidad en Bolivia que vive años de un proceso exitoso. Uruguay tiene democracia en serio, con una guerrilla que fue capaz de convertirse en democrática. Los argentinos respecto de esa historia no tenemos ningún candidato con voluntad de estadista. Nicaragua es solo una triste dictadura.
Y nosotros, en medio de ese complicado contexto, imaginamos transitar con las izquierdas sin terminar de asumir que los personajes son más importantes que las supuestas ubicaciones ideológicas. Lula ocupó para Brasil un lugar mucho más respetable que los Kirchner para nosotros. En ambos la acusación es corrupción, mientras la certeza y la duda no ocupan similar espacio en las dos experiencias. Además, Lula integró socialmente a una parte importante de la sociedad, experiencia que con los Kirchner no sucedió y tampoco se detuvo la decadencia. Entonces el Pepe Mujica queda fuera de discusión, Evo Morales se equivoca en la reelección mientras deja un partido capaz de gobernar sin su persona y Lula es recuperado frente a las miserias de Bolsonaro. Un panorama que muestra el absurdo de pretender acondicionar un sistema con pretensiones ideológicas como si la política exterior sirviera para organizar y encaminar la propia. La intención de reivindicar a Venezuela no define otro rumbo que amor al caos. Cuba había surgido como experimento ideológico luego devenido en autocracia, Venezuela sólo encuentra en Cuba un aliado para acompañar su voluntad dictatorial.
Nosotros no tenemos política nacional, carecemos de rumbo, solo sufrimos el crecimiento de la pobreza y la inflación en cualquiera de las versiones ideológicas que ambicionemos. Unas nos endeudan más que otras, ninguna hasta ahora se plantea sacarnos de la crisis. Con Macri se insistía en integrarnos al mundo como si eso fuera parecido a adherir a un club social pero nos dejaron la deuda y la derrota electoral, por ahora no mucho más que eso para sentirnos occidentales.
Duele, lastima escuchar candidatos que solo definen su voluntad de convertirse en funcionarios. El país es una enorme nave que no para de hundirse y sus dirigentes se ocupan de debatir el color de la pintura de las partes que todavía quedan a flote. Se impone el candidato que no se juega, que no rompe, que se acomoda a las exigencias expresando el miedo a perder el conchabo.
En los setenta, demasiados entregaron sus vidas por el sueño de una patria distinta, equivocados o no, el heroísmo existía. Hoy no encontramos jóvenes dispuestos a atravesar el desierto que implica abandonar los dos partidos mayoritarios sabiendo que no existe salvación dentro de ellos. Hacen falta hombres dignos, de cualquier origen, político, empresarial, sindical o religioso que asuman el desafío de repensar la política, de impedir que la desmesura de la concentración de la riqueza nos convierta en una sociedad inhabitable.
No es tarea fácil ni para economistas, no son solo impuestos y leyes laborales, es un modelo de sociedad que lleva cuarenta y cinco años de empobrecimiento y debemos volver a revisar, necesitamos cuestionar. Hoy es tan irracional nuestro capitalismo que los que ganan son los menos, esta matriz perversa termina dañando hasta a los mismos que la diseñaron a su favor.
Elegir, optar por uno de los dos oficialismos favorece la seguridad de los futuros funcionarios, mientras que la sociedad necesita la dignidad de los rebeldes. La decadencia agudiza la escasez de hombres comprometidos, eso deja claro que lo nuevo es el único camino. Los otros, los que hoy gobiernan y los que ayer lo hicieron, ambos son de distinto oficio para manejar la pobreza, pero ninguno nos va a servir para salir de ella. La opinión del presidente sobre el fracaso del capitalismo primero asombra y luego despierta curiosidad. La fuerza de la iniciativa privada se impuso en el mundo junto a la racionalidad de los Estados, vemos que en cualquier versión ideológica, liberal o marxista actúan de manera parecida. Fracasó el estatismo sin rumbo y el subsidio sin trabajo, una experiencia propia que todavía no terminamos de asumir. Triste que cuando la crisis nos obliga a la humildad y la capacidad de aprendizaje del necesitado pretendamos darle clase a quienes son exitosos y tienen de sobra todo claro.
Asumamos que adherir a supuestas izquierdas como hace el gobierno actual no genera justicia social así como reivindicar la libre competencia como hizo el gobierno anterior no aporta desarrollo económico. Asombra que la desmesura de la crisis no incite a la rebeldía de la política. La burocracia teme abandonar sus prebendas, duele tanta mediocridad en el momento que más se necesita asumir el desafío de la grandeza. Mientras no logremos compartir un proyecto no podremos recuperar un rumbo que nos saque de esta decadencia a dos voces. La angustia es enorme y compartida, la propuesta todavía no ha encontrado un espacio vital donde asentarse. Sigamos buscando, no hay otra salida.
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