Las importantes lecciones que nos dejó la presidencia de Marcelo T. de Alvear

El dirigente radical logró durante su presidencia altas tasas de crecimiento económico e inclusión social en un marco de diálogo político con otras fuerzas

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Marcelo Torcuato de Alvear
Marcelo Torcuato de Alvear

¿Quién es el presidente más infravalorado de la historia argentina? Sin lugar a duda, el radical Marcelo Torcuato de Alvear es buen candidato. Ya que además de haber presidido, entre 1922 y 1928, un período de gran crecimiento y estabilidad también nos ha dejado importantes lecciones.

Empecemos por los logros de Alvear. Durante su presidencia la economía argentina no sólo se expandió, sino que se diversificó. Ya que si bien la productividad del sector agrícola aumentó debido a las inversiones, también crecieron los cultivos industriales que se encontraban fuera de la región pampeana (azúcar, frutas, algodón, etc.). Por otra parte, las mayores inversiones estadounidenses impulsaron el crecimiento de sectores industriales como el automotriz, a lo cual debemos sumar el rápido desarrollo de la industria petrolera.

Como resultado de las altas tasas de crecimiento, para 1928 la Argentina ocupaba la sexta posición en términos de PBI per cápita a nivel mundial. Fue un período en el que aumentaron los salarios reales, mejoró el acceso a las jubilaciones y disminuyó la conflictividad laboral. En definitiva, mejoró la calidad de vida de los argentinos.

Pero más allá de su política económica, Alvear también promovió la modernización de las Fuerzas Armadas e implementó una política exterior que buscó defender los intereses nacionales e incrementar el prestigio internacional del país. Tampoco debemos olvidar que promovió las actividades culturales y la práctica del país en todo el país.

¿A qué se debieron estos éxitos? En parte a la suerte. A Alvear le tocó gobernar durante los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, un período en el que el comercio global y las inversiones recuperaron sus tasas de crecimiento, lo cual ayudó a mejorar la situación de nuestra economía. Este escenario contrasta con los momentos más difíciles que le tocaron a Hipólito Yrigoyen. Pero su éxito fue asimismo resultado del tipo de liderazgo que ejerció.

Alvear buscó generar puentes entre distintos sectores, tratando de evitar conflictos que pudiesen haber causado daños irreparables. Miembro de una familia patricia, fue parte activa de la vida interna de un partido popular como la Unión Cívica Radical. Como buen demócrata que era, tampoco tuvo problemas en formar alianzas con los socialistas y conservadores. Pero lejos de hacerlo por mero pragmatismo, su accionar siempre estuvo guiado a una determinada visión de país.

Alvear tampoco buscó concentrar todo el poder en sí mismo ni temió ser opacado por sus colaboradores. Al contrario, formó un gabinete con ministros de primer nivel, a quienes les delegó numerosas responsabilidades, mientras que al mismo tiempo jerarquizaba la función pública. Otra de sus virtudes es que evitó caer en la tentación de comprometer el futuro del país a través de políticas demagógicas, medidas que podría haber tomado debido al buen estado de las finanzas públicas.

Hoy la figura de Alvear no despierta grandes pasiones. Ningún sector político se siente del todo representado por él y, por lo tanto, promueve su imagen. Incluso numerosos radicales reniegan de su figura, en parte porque lo ven como un rival interno de Yrigoyen (a pesar de que este último no sólo lo respetaba, sino que en dos ocasiones lo eligió su sucesor). Este olvido es una pena porque Alvear nos brinda valiosas lecciones.

La primera es dejar en claro que el crecimiento económico y la inclusión social no se oponen. Al contrario, sin la sinergia que existe ambos nos será sumamente difícil integrar a los sectores más vulnerables de la sociedad. En primer lugar necesitamos volver a crecer. Otra lección, quizás la más importante, es la importancia que tiene contar con una clase dirigente comprometida con el futuro del país. Pocos representan tan bien esta idea como Alvear. Un hombre que no tenía ninguna necesidad económica o social y que sin embargo decidió involucrarse en la política, actividad que mantuvo hasta el final de sus días a pesar de haber sufrido el exilio y la prisión.

Es posible que el segundo presidente radical también represente el canto del cisne de una época sumamente exitosa, un período en el que nuestra clase dirigente, a pesar de las diferencias lógicas que existieron entre sus miembros, compartía una estrategia para el desarrollo y la inserción internacional del país. Como bien lo muestra el sociólogo José Luis de Ímaz en su libro Los que mandan, durante los 1960 la situación ya era distinta. Había dirigentes que actuaban de forma aislada, pero sin una visión común de país. No es casualidad que este vacío dirigencial haya coincidido con nuestra decadencia.

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