
“Los derechos de la mujer son derechos humanos y los derechos humanos son derechos de la mujer.” Con esta frase, Hillary Clinton nos recuerda que, como celebramos en el Día Internacional de la Mujer, la igualdad ante la ley y el respeto a los derechos de la mujer son cruciales para la construcción de una sociedad democrática.
El feminismo, en definitiva, no es más que la idea radical de que las mujeres somos seres humanos. De hecho, la primera Declaración de los Derechos de la Mujer y Ciudadanam redactada en 1791 por la revolucionaria francesa Olympe de Gougesm fue en gran medida inspirada por la declaración de los Derechos Universales del Hombre, declarando que “el objetivo de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles de la Mujer y del Hombre; estos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y, sobre todo, la resistencia a la opresión” y que “el principio de toda soberanía reside esencialmente en la Nación que no es más que la reunión de la Mujer y el Hombre: ningún cuerpo, ningún individuo, puede ejercer autoridad que no emane de ellos”.
Sin embargo, las victorias morales reivindicadas por la política de identidad que caracteriza al feminismo de la tercera ola muchas veces no se reflejan en mejoras reales en la vida de las mujeres. Después de todo, ¿de qué sirve que el aborto sea legal si vivís a kilómetros del hospital más cercano y no tenés transporte o no hay presupuesto para misoprosol? ¿De qué sirven las campañas mediáticas cuando 20,2% de las mujeres trabajan en empleos vulnerables y, según un estudio de CIPPEC, el 19,3% de las jóvenes en Argentina están desempleadas? Se puede considerar que educar sobre género es necesario o considerarlo una imposición ideológica, pero ¿cuántas personas van a deconstruir su actitud hacia la mujer por tener que hacer un curso de género para sacar el registro?

Como muestran los gráficos, el bienestar de las mujeres no es independiente del bienestar de la sociedad en su conjunto. Por el contrario, se ve afectado por la prosperidad económica y el buen funcionamiento de las instituciones. Esto no significa que no existan inequidades, que no haya que tratar al femicidio como el crimen aberrante que es o que la representación no importe. Significa que, mientras se respeten nuestros derechos individuales, las mujeres tenemos más oportunidades para desarrollarnos en un país con una economía estable y un estado que provea seguridad, salud y educación de buena calidad.
Si queremos construir una sociedad donde las mujeres podamos prosperar y emponderarnos, tenemos que enfocarnos en resolver los problemas estructurales que sufre nuestro país y luchar contra la corrupción y la decadencia institucional que nos afecta a todos. Evidentemente, un Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género no van a mejorar la vida de las argentinas si Úrsula Bahillo es asesinada a pesar de haber denunciado reiteradamente a su ex pareja, que tenía otras acusaciones de violencia y tres sumarios en Asuntos Internos de la policía. Un Estado que no protege los derechos de sus ciudadanos es un Estado que no puede proteger los derechos de las mujeres.
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