La cambiante realidad mundial y el CES

El escándalo de la vacunación VIP choca de frente con las buenas intenciones expresadas por el Presidente en la presentación del Consejo Económico y Social, donde afirmó: “La moral de la política consiste en dialogar más para crear una sociedad igualitaria, la ética de la política no es solamente no robar”

Compartir
Compartir articulo
(Adrián Escandar)
(Adrián Escandar)

Joe Biden está redefiniendo la política exterior (aislacionista) de Trump, intentando volver a liderar al mundo occidental, pero tropieza con ciertos aires de autonomía de Europa, que pese a sus problemas económicos y sociales empieza a percibir que un rumbo menos dependiente de los humores de Washington, puede resultarle más provechoso. Francia (Macron) destacó la importancia del diálogo con Moscú, porque “Rusia es una parte de Europa que no puede ser ignorada”. Alemania (Merkel) rechazó las fuertes presiones de Estados Unidos para cancelar la terminación del gasoducto Nordstream 2, que partiendo de Siberia, con 1200 kilómetros de extensión por debajo del Báltico y construido en un 94 %, llega a la comuna alemana de Lubmin, con 2.000 habitantes, en la provincia (Land) de Mecklenburg Pomerania Occidental, a 50 kilómetros de la frontera de Polonia. El sucesor de Merkel, Laschet, ha puesto en duda los supuestos ataques cibernéticos rusos y descree de las campañas anti-Putin. Además, predica que hay margen para seguir exportando tecnología alemana a China.

Estas cuestiones están siendo muy debatidas dentro del Parlamento Europeo, pero los dos pesos pesados (Francia y Alemania) tienen sus propias iniciativas y decisiones. Revela también que Rusia se mantendrá como un actor geopolítico de peso y que no sólo China y Estados Unidos, aunque sean los principales, marcan la agenda global. Lo mismo podría decirse en relación a Asia, con los actores estratégicos, Japón e India, que no pueden ser analizados solo por sus acuerdos comerciales, ya que todo avance de aperturas comerciales nunca se hace en forma automática o inmediata, como algunos pretenden insinuar en su difusión.

Si bien Rusia y China tienen una cierta alianza para enfrentar a Estados Unidos, no hay que olvidar que también compiten entre ellos. Estados Unidos y Europa coinciden en enfrentar la amenaza china, pero Europa mediante algunos acuerdos comerciales, negociando nuevos accesos al mercado chino, tal como Trump lo logró anteriormente. Trump había definido que China era su principal contrincante geopolítico. En cambio los demócratas siempre fueron más antirusos que antichinos, lo cual es una dudosa estrategia, visto los resultados obtenidos. Nuevamente los demócratas retoman el enfoque ideológico, “democracia vs. autoritarismo”, como si todos los países del mundo debieran adoptar la “democracia” estilo occidental. En cambio Trump centró su estrategia casi exclusivamente en la defensa de los intereses nacionales. La nueva “Alianza transatlántica” empieza así con contradicciones entre intereses e ideologías.

Esta apreciación de la situación muestra que aún en los países centrales hay fuertes debates públicos en cuanto al modo de enfrentar los desafíos geopolíticos, más aún después de la pandemia, que afectó más a Occidente que a Oriente. La confrontación de intereses irá desarrollando nuevos mapas de poder y de influencia global. Podemos tener la certeza que la próxima década proseguirá volátil, incierta, compleja y ambigua. Pese a ello, es probable que se generen ámbitos o zonas de influencia delimitadas por razones culturales, históricas, geográficas o simplemente pragmáticas. La historia de Hispanoamérica es una evidencia clara de esos “climas de época”, ya sea por razones geopolíticas o de conveniencia. La Argentina de la Generación del 80 (1880-1920) estuvo asociada a la influencia global de Gran Bretaña. El General Perón pudo desarrollar su doctrina justicialista en los albores de la finalización de la II GM, cuando los actores principales están abstraídos peleándose en la incipiente Guerra Fría. El desarrollismo de Frondizi-Frigerio es una extensión de las políticas norteamericanas iniciadas durante la presidencia de Eisenhower y proseguidas por Kennedy con su Alianza para el Progreso. La época de los 60 y 70 estuvo signada en toda Hispanoamérica, y muy marcadamente en Argentina, por los enfrentamientos internos derivados de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

La política menemista estuvo influenciada fuertemente por las Reaganomics, la ola globalizadora y el Acuerdo de Washington. Los problemas de la hiperinflación dejados por Alfonsín contribuyeron además al fanatismo neoliberal de Menem, que inundó a casi todo el peronismo. Hasta los Kirchner apoyaron la reelección de Menem en 1995, cuando este competía contra la Alianza Progresista de Bordón. Luego de la crisis del 2001/2002, el Gobierno de Kirchner se vio muy favorecido por el incremento del precio de las commodities agrícolas, debido a la explosiva demanda de granos y de alimentos en China, por su acelerado ascenso económico. Esto también benefició a toda la región y permitió una fuerte tendencia de nuevos liderazgos con fuertes políticas sociales (Chile, Uruguay, Bolivia, Venezuela, Ecuador, Brasil y otros).

La transmisión de políticas entre estas distintas épocas y modelos políticos, ciertamente son casos de estudio particulares, pero en algunos países ha habido una transferencia de experiencias razonables entre distintas miradas políticas, en otras fueron diametralmente opuestas (Argentina), lo que tiende a esterilizar el aprendizaje colectivo para solucionar los problemas estructurales. No hay duda que, en todos estos países, existe históricamente una clara relación entre los modelos de desarrollo posibles, con sus políticas económicas, ambientales o de derechos humanos y sus respectivos entornos geopolíticos. Son adaptaciones pragmáticas a cada tiempo histórico; pero lamentablemente algunas derivan en graves problemas, porque ciertos gobernantes sobreactúan sus gestiones, simplemente por personalidad o por ideologismos, en lugar de comprender los intereses nacionales permanentes de cada nación y las necesarias adaptaciones transitorias que deben realizarse para acoplarse al mundo. No hay verdades únicas, más particularmente cuando estas llevan a pretensiones hegemónicas o de perpetuidad personal o familiar en los cargos, situaciones que se asemejan más a modelos feudales que a modelos de desarrollo nacional. La decadencia consiste simplemente en repetir, como en los modelos fractales, una misma geometría política, hacia arriba y hacia abajo, a lo largo del tiempo, repitiendo lo malo, incrementando la corrupción e impidiendo el avance de la buena creatividad que tiene toda sociedad.

En estos días asistimos al escándalo de la vacunación VIP, una cultura de mala praxis ética, por parte de algunos funcionarios, que se benefician a sí mismo y a su grupo de pertenencia. Debiera haber un repudio popular generalizado hacia esa exhibición obscena del poder, como en otros tantos casos de índole económica o financiera, porque son contrarios a los fines de la política, el bien común. Los hechos fácticos que han salido a la luz chocan de frente con las buenas intenciones expresadas por nuestro Presidente, en la tan esperada, por buena noticia, de la presentación del Consejo Económico y Social (CES), al afirmar que “la moral de la política consiste en dialogar más para crear una sociedad igualitaria; la ética de la política no es solamente no robar”. La falta de transparencia en los actos de Gobierno o dejar las campañas estatales en manos de alguna fracción partidaria, solo lleva a expandir el daño hacia toda la política. Además, la permanente desvinculación entre los intereses de la dirigencia y las necesidades populares, solo conduce a mayores impedimentos para mejorar las expectativas populares. El cortoplacismo eleccionario está convirtiéndose en un arma mortal, tan grave como la evidencia que la corrupción puede producir víctimas fatales.

El CES fue definido como: “Una iniciativa para unirnos por la Argentina querida; hacer de nuestra Patria la casa común que deseamos. Nos unen valores y una visión de país que, más allá de matices e intereses sectoriales, tiene un amplio campo de metas comunes y acuerdos por potenciar”. La realidad es que Argentina es un país fraccionado en múltiples intereses, no solo económicos, sino culturales, sociales, educativos y hasta morales; no todos tienen el mismo criterio para distinguir el bien del mal, ni parten de las mismas perspectivas políticas e históricas. La fragmentación entre distintos criterios (y tolerancias) para definir el bien y el mal, se expresa en un país agrietado. Para mitigar esta anomalía hay que comenzar a reconocer que todos esos problemas, generales o específicos, existen.

La enumeración del CES de las misiones claves para el desarrollo nacional son aspiraciones bastante generales, compartidas por todos. La integración de sus integrantes replica las recomendaciones del Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas (ECOSOC), como las corporaciones y la academia. El proyecto tiene una impronta participativa muy amplia, que le otorga raíces en la ciudadanía. Luego habla de un trabajo de 1.000 días que terminaría hacia mediados de noviembre de 2023, es decir, a pocos días de la finalización del mandato presidencial. Rara coincidencia.

A modo de contribución de tan buena iniciativa gubernamental, me permito reflexionar que tan ambiciosas aspiraciones deberían contemplar un plan o planeamiento donde no solo donde se detallen los resultados consensuales en cada tema, sino las influencias cruzadas entre ellos, así también el cómo lograrlos, en qué plazos y, fundamentalmente, los medios disponibles para llevarlos a cabo. Cualquier estrategia implica detallar las misiones (parciales o totales) que pueden lograr los fines buscados, siempre en consideración a los medios disponibles, a lo largo del tiempo. De no ser así quedarían solo como una expresión de agradables aspiraciones de dudoso cumplimiento efectivo. No creo que esa sea el objetivo del CES, pero como mínimo, el mismo debería, en plazos más cortos, lograr armonizar una visión compartida de la mayoría de los argentinos, con lo cual habría una mayor sinergia colaborativa para la culminación de esta buena y necesaria iniciativa.

El formato básico internacional de Naciones Unidas es una herramienta versátil para cualquier tipo de país, ya que se plantea como un debate técnico político que parte del supuesto, a mi criterio erróneo, que existe una cierta homogeneidad previa, donde todos los sectores de la comunidad tendrían, de movida, una visión o imaginan un destino en común. En cualquier planeamiento estratégico hay objetivos comunes y subjetivos. Entre los primeros están los señalados entre las cinco misiones. Pero los subjetivos son los específicos de cada nación, ya que contempla su estado de situación inicial, sus intereses vitales y estratégicos, de orden superior, de los cuales derivan misiones específicas, por lo que no todos los temas planteados tendrían la misma jerarquía. Algunos no podrían aplicarse con cierta eficiencia sin contemplar el contexto general. Poco serviría ponernos de acuerdo en lograr un consenso de distribución económica, si se realiza en un marco de un desborde del crimen organizado, con erosión del monopolio estatal (equilibrado) del uso de la violencia, que impediría hasta la inclusión social; o tener una justicia privatizada por los intereses económicos o por los políticos. Una justicia “justa”, igualitaria para todos (Platón, San Agustín), es fundamental para lograr el tan ansiado diálogo fraterno y lograr un modelo de desarrollo equilibrado y razonable. Lo mismo vale para la educación y la cultura (entendida no como suma de conocimientos académicos, sino como valores comunes y como comportamiento social). Cualquier modelo de desarrollo requiere mínimas seguridades: política, económica, jurídica y social, al igual que cualquier inversión, ya que sin ellas no hay desarrollo, ni hay modelo.

Tampoco el CES habla de los escenarios globales posibles en el próximo decenio 2020-2030, sobre el cual podría operar un modelo de desarrollo factible y practicable. Como describimos anteriormente, la aplicación práctica de las deseadas políticas de estado no pueden ser sólo producto de una “burbuja argentina”, sino que deberían elaborarse dentro de los escenarios globales posibles en el decenio. Esto vale para todos los países de nuestra región, que, de seguir aislados unos de otros, seguirán el difícil sendero de participar como dependiente de alguna zona de influencia geopolítica externa. En tanto, si se marcha hacia una integración sudamericana, las posibilidades estratégicas de la región aumentarían mucho, dado que contemplaría un espacio con salida a dos océanos, inmensas disponibilidades de recursos alimenticos y energéticos (renovables y nuclear inclusive), mercado ampliado y una posible sinergia de innovación y desarrollo tecnológico en común. Esos son sin duda objetivos estratégicos fundamentales para cambiar realmente el destino de nuestros pueblos.

Finalmente diría que, para llevar adelante la gesta de unificar el país, darle una visión armonizada y hacer un enorme esfuerzo perseverante hacia esa meta, se necesita promover, particularmente entre los más jóvenes, un sentimiento de orgullo nacional, patriótico y hasta heroico de la vida, con cierta sed de aventuras, para transitar esa importante transformación de nuestro país. Ellos deberían ser los más interesados porque les toca recorrer aún un largo camino y es mejor hacerlo en un país ordenado y de gran potencial. Eso solo lo podrán llevar adelante otra nueva camada de dirigentes, libre de ataduras, sin urgencias electorales, pero con una alta vocación de servicio. No será con propuestas burocráticas que pueda modificarse la realidad. Hay que otorgar más atención a numerosos compatriotas, que, en todo el territorio nacional, con su alta calidad humana y política, están desatando antiguos nudos, para potenciar su energía y conducir su trabajo hacia una nueva gran gesta emancipadora.

Seguí leyendo: