El innecesario debate sobre la dolarización

Los prejuicios sobre el bimonetarismo que adoptó gran parte de la sociedad argentina llevan a la dirigencia política en atacar las consecuencias y no las causas que provocan la constante devaluación del peso

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Desde hace décadas los residentes con capacidad de ahorro mantienen pesos para las transacciones y dólares para el ahorro y compra de bienes durables (Reuters)
Desde hace décadas los residentes con capacidad de ahorro mantienen pesos para las transacciones y dólares para el ahorro y compra de bienes durables (Reuters)

Las declaraciones del economista estadounidense Steve Hanke, recomendando eliminar el peso y dolarizar completamente la economía argentina, han provocado un inusual revuelo.

Desde medios vinculados al sector más radical de la coalición de gobierno salieron a atacar duramente al profesor Hanke. Lo acusaron de “neoliberal, amigo de Domingo Cavallo” (como si éste fuera el mismísimo demonio, pero con tonada cordobesa). Además, dedujeron que, implícitamente, propone una reducción salvaje e indiscriminada del gasto público para el año próximo. Sobre este último punto, no es posible saber con certeza si se trata de ingenuidad o de una malintencionada interpretación literal de los dichos de Steve Hanke, porque una lectura atenta de sus declaraciones no permite inferir esa conclusión.

El especialista americano dijo en una entrevista: “el peso es un veneno, un cáncer”, y “la gente en Argentina está harta del él”. Recomendó un proceso similar al de Ecuador, con el cual colaboró activamente en su diseño e implementación. Justificó la propuesta diciendo que ese sistema “le pondría una camisa de fuerza monetaria al Banco Central, para que no le pueda dar crédito a las autoridades fiscales”.

Hanke encabezó el Consejo de Asesores Económicos del expresidente Ronald Reagan y, en las últimas décadas, ha asesorado en una quincena de procesos de reconversión monetaria en diferentes países del mundo entero. Se le reconocen influencias teóricas de Milton Friedman, Friedrich Hayek, Ronald Coase y Robert Mundell, entre otros.

Con esos pergaminos a cuestas, es impensable que la idea que Hanke haya querido transmitir sea la de cerrar el Banco Central y eliminar el peso de un día para el otro. Esta recomendación sería absurda y de imposible implementación.

Es impensable que la idea que Hanke haya querido transmitir sea la de cerrar el Banco Central y eliminar el peso de un día para el otro (Reuters)
Es impensable que la idea que Hanke haya querido transmitir sea la de cerrar el Banco Central y eliminar el peso de un día para el otro (Reuters)

Aún en el improbable caso de que se pudiera sortear rápidamente el proceso legislativo, y fuera sancionada la propuesta, ésta implicaría un destrozo mayor en la alicaída economía argentina. La imposibilidad de continuar financiando el déficit fiscal con “papel pintado”, como se hace actualmente, obligaría a un ajuste feroz y desordenado del gasto público, que licuaría aún más el poder adquisitivo de los sectores de ingresos fijos y destrozaría lo poco sano que aún sobrevive, a duras penas, en el sector productivo.

Empresarios, comerciantes y trabajadores se verían atrapados en una vorágine destructiva de la actividad económica, muy capaz de provocar caos social y enfrentamientos tan estériles como innecesarios.

Requisitos previos

La dolarización requiere una racionalización previa del gasto público en todos los niveles de gobierno y la eliminación definitiva del déficit fiscal en todas las jurisdicciones. Pero el Gobierno, en cambio, defiende el tamaño y la calidad del gasto público, según las recientes y reiteradas declaraciones del ministro Martín Guzmán.

Si los funcionarios decidieran dolarizar, aún con déficit fiscal, pero prometiendo que el equilibrio llegará en uno o dos años para dar inicio a una nueva era de corrección monetaria, sólo se escucharían risas entre los incrédulos presentes.

Es que el clima de crisis de confianza en el Gobierno actual es de dimensiones gigantescas. La única arma que parecen conocer es incrementar la presión impositiva para poder seguir agrandando el estipendio estatal. La retorcida teoría que sustenta su accionar los lleva a suponer que de esta manera aumentará la recaudación y disminuirá el déficit fiscal y la emisión monetaria.

Parecieran desconocer la “restricción presupuestaria”, que se enseña en primer año de economía, olvidándose que al crecer el sector público, obligatoriamente debe achicarse el sector privado. Mientras que el primero “fabrica” leyes, decretos, bulas y concesiones, el segundo elabora bienes y servicios que pueden ser consumidos inmediatamente o bien ser acumulados en forma de inversión, para poder elaborar mayor cantidad de ellos en el futuro.

Agrandar el sector improductivo y parasitario a costa del achicamiento del sector creador de riqueza, parece una receta segura hacia la hecatombe social y económica.

Agrandar el sector improductivo y parasitario a costa del achicamiento del sector creador de riqueza, parece una receta segura hacia la hecatombe social y económica

Durante el actual gobierno la propuesta de dolarización solo podría ser llevada adelante por un nuevo gabinete, con la autorización del máximo poder político, que muchos sospechan, no reside en la Casa Rosada. Como esta “autorización” es de muy improbable ocurrencia, debería descartarse como solución para los próximos tres años.

Sólo una próxima administración, surgida de la voluntad popular, en la próxima elección, con el mandato claro de realizar todos los cambios que se necesitan para hacer duradera la estabilidad monetaria, podría ser capaz de crear el clima para una dolarización exitosa. Lo verdaderamente curioso es que en ese caso ésta sería superflua e innecesaria.

Mejor un plan económico integral

Lo que el país parece necesitar es un “plan económico” que lance al mismo tiempo un conjunto de medidas de saneamiento del gasto público improductivo y una simplificación tributaria que rebaje la presión fiscal a niveles compatibles con una tasa de rentabilidad de los sectores que producen para que inviertan, exporten y generen empleos.

Si, al mismo tiempo, se enviaran al Congreso reformas estructurales largamente pendientes, habiéndose propuesto detalladamente a la población durante la campaña electoral, éstas deberían ser aprobadas rápidamente, ya que el mandato social sería claro y contundente. Sin ellas, sólo sería posible recuperar el nivel de producción anterior a la actual crisis, luego de varios años de un lento “rebote” de la actividad, sólo basado en los pocos sectores fuertemente competitivos que son capaces de crecer aún con la mochila del “costo argentino” a cuestas.

Sin reformas promercado y procrecimiento es muy difícil imaginar inversiones en cantidad suficiente como para dinamizar la economía y convertir el rebote en crecimiento genuino y sostenible.

Con impuestos bajos, gasto público moderado, nuevas reglas de juego en los campos laboral, previsional y administrativo del sector público nacional, provincial y municipal, tendríamos un “peso fuerte” que haría ver la dolarización como algo innecesario.

Con impuestos bajos, gasto público moderado, nuevas reglas de juego en los campos laboral, previsional y administrativo del sector público nacional, provincial y municipal, tendríamos un “peso fuerte” que haría ver la dolarización como algo innecesario (Reuters)
Con impuestos bajos, gasto público moderado, nuevas reglas de juego en los campos laboral, previsional y administrativo del sector público nacional, provincial y municipal, tendríamos un “peso fuerte” que haría ver la dolarización como algo innecesario (Reuters)

Hasta podría ocurrir que el peso sea nombrado nuevamente “moneda estrella del año”, tal como ocurrió en 1960, cuando Álvaro Alsogaray era ministro de Economía durante el gobierno de Arturo Frondizi.

Podría resultar útil, en cambio, eliminar las prohibiciones a la libre circulación de divisas extranjeras y a la contratación voluntaria de las partes en monedas distintas a la de origen nacional.

La dolarización por sí misma, en ausencia del resto de las reformas mencionadas anteriormente, no resultaría creíble y podría hacer fracasar la “bala de plata”, que para muchos significa esta alternativa.

La discusión “dolarización sí, dolarización no” puede resultar absurda y superflua. Pareciera una típica “avivada criolla”, en busca de un atajo que permita obtener, con un pase de magia, un resultado milagroso que evite el fatigoso camino de reformar las instituciones, emulando a los países que supieron cambiar a tiempo y abandonaron, con trabajo, esfuerzo y dedicación, el subdesarrollo, primero mental, y luego económico y social.

No existe bibliografía ni evidencia empírica que permita encontrar artilugio monetario o cambiario alguno, que sea capaz de borrar de un plumazo décadas de irresponsabilidad fiscal por parte de los gobernantes y silencio cómplice de un sector importante de la sociedad.

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