
Hace no mucho tiempo me tocó presenciar una conversación en la que una persona le agradecía a una importante figura de la política nacional porque -en gran medida- gracias a él, su madre había podido terminar su carrera universitaria. Resulta que este dirigente había hecho mucho para que la universidad provincial tenga sede en su localidad. La sonrisa de esta persona se complementaba con la del dirigente. La política al servicio del bien común en su estado más puro.
Por ejemplos como este, la política es más que necesaria. Platón la definió como “el arte de gobernar a los hombres con su consentimiento”. La política es un arte. Y como el tango, se baila de a dos. Porque necesita de acuerdos para legitimarse. Consensos con la ciudadanía, pero sobre todo con la propia política.
Recuerdo que un profesor que tuve en la universidad solía decir que “todo es política”. En efecto, todo lo es. Cualquier decisión que tomamos día a día, tiene política. Por eso, debatir si la política es buena o mala no tiene sentido. No obstante, todos aquellos que la ejercen tienen que estar a la altura de las circunstancias, y es ahí donde la ciudadanía no debe tener prurito. Con la política todo, sin la política nada.
Qué sucede en nuestro país
Argentina tiene hoy un bipartidismo de facto (aunque en ambos casos, estemos hablando de dos frentes). Estamos inmersos es una dicotomía permanente, entre dos sectores de la política que tratan de aparentar algunos acuerdos cada tanto, pero no firman nada. Son dos espacios que tienen que dar muchas explicaciones internas, porque tampoco tienen un criterio común para tomar decisiones debido a su propia conformación. De una foto, pueden surgir dos interpretaciones totalmente diferentes. En uno están Juntos, en otro están Todos. Pero no se mezclan.
Hoy somos testigos de dos posiciones que, lamentablemente, parecen estar cada vez más alejadas una de otra. Tanto el ex presidente Mauricio Macri, como el actual Alberto Fernández, plantearon la idea (sólo la idea) de unir a los argentinos. Y como se diría por ahí, seguimos con el pescado sin vender. Quizás sea algo utópico, entonces para qué generar expectativas.
Si bien la pandemia -y las medidas consecuentes del confinamiento- obligó a algunos a sentarse en una mesa, cada una de las partes se encargó de remarcar qué era eso de la amistad. Para Alberto, Horacio es su amigo; para Horacio, ni Alberto ni Macri son sus amigos.
Pero como mencionaba, dentro de cada frente a veces se invierte tiempo en explicar posiciones y declaraciones. Parece que hay que rendir examen permanentemente para no ser expulsado. Sólo en Argentina la noticia de que el Presidente se reunió por más de tres horas con “su segunda”, es materia de análisis permanente. Tal vez haya que comprender esa lógica relacional desde otra perspectiva. Alberto no es Cristina, pero si lo obligan a serlo, no tendrá dudas en serlo. Dicho de otra manera, en la medida que lo “corran” por cristinista, será el primer soldado de Cristina como suelen replicar los “compañeros” de La Cámpora.
Lo cierto es que Alberto es por y con Cristina, y Cristina es por y con Alberto. El Presidente, que se niega a formar el albertismo, lidera un espacio variopinto; es como varios gobiernos dentro de uno. Además, conlleva la particularidad de que, a contramarcha de la tradición de un presidente peronista, no es el líder del partido. Esto lo obliga a generar consensos internos, y externos. O a aparentarlos.
En los últimos cuatro años de su carrera antes de ocupar la responsabilidad más importante de cualquier país, acompañó a Massa (que en ese momento estaba realmente fuera del kirchnerismo); luego a Florencio Randazzo (el principal responsable para muchos de la derrota de 2017 del Frente de Todos) y luego terminó sentándose con CFK casi diez años después de su renuncia del gabinete y de mucha agua (y críticas) bajo el puente. “Nunca más me voy a pelear con Cristina”, repite cada tanto. Como para que no queden dudas que es “otro Alberto”.
Del otro lado, Juntos por el Cambio o Cambiemos (no podemos ponernos de acuerdo ni en eso) intenta capitalizar los errores no forzados del actual oficialismo, pero cada tanto son ellos mismos los que cometen sus propios errores. Quizás Macri no pensaba entrar en la escena pública nuevamente, pero sucesivos cortocircuitos del frente hoy opositor lograron que salga del silencio.
No es menos cierto que esa aparición pública también puede responder al avance de la Justicia sobre algunos de sus ex colaboradores más cercanos. El menos notorio, pero el que más duele en el fuero íntimo de un dirigente, es el allanamiento a su secretario personal. “Los choferes y los secretarios/as personales, son las personas de máxima confianza de cualquier funcionario”.
Pero también Juntos por el Cambio tiene varios frentes abiertos. Hoy, el ex Presidente de la Nación tal vez sea un garante de la unificación opositora. Eso no quiere decir que sea candidato el año próximo, pero mientras tanto siembra la idea. Aquí también hay otro desafío para la oposición. Si el kirchnerismo más radicalizado quiere subirlo al ring permanentemente, para que “sienta lo que Cristina sintió cuando ella fue opositora”, Macri no debería ser candidato en 2021. Ese podría ser otro factor de diferenciación para argumentar el “no son lo mismo”.
Difícilmente podamos armar un plan de gobierno, entendiendo a gobierno como oficialismo y oposición, si las partes no logran acuerdos mínimos. Ya escuchamos bastante sobre este concepto y nunca llegamos a nada, o lo que se acuerda deja sabor a poco.
Pero claro está que no sólo alcanza con el acuerdo de la política partidaria. En todo caso, ella debe velar por su cumplimiento; pero necesitamos también que los dirigentes empresariales, sindicales, eclesiásticos, de la sociedad civil y de los movimientos sociales, estén a la altura.
El autor es socio y director general de LLYC Argentina
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