Ramón Carrillo: nada es suficiente

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La placa reza, en castellano y en hebreo: “A Ramón Carrillo, ministro de la Salud Pública de la República Argentina, un pequeño recuerdo del ministro de la Salud Pública del Estado de Israel, Joseph Serlin, Jerusalem, 3-V-1954”. Escrito en letras rústicas sobre la tapa de plata de un pequeño cofre que atesora el nieto de Ramón Carrillo.

Raanan Rein, historiador israelí y vicepresidente de la Universidad de Tel Aviv, escribió una extensa nota en defensa de Ramón Carrillo donde cuenta, entre otras cosas, que el Dr Salomón Chichilnisky fue el amigo personal de Carrillo y su asesor más cercano mientras se desempeñó como ministro. “Lo de la supuesta admiración de Carrillo por Hitler nunca surgió en la larga amistad entre ambos. ¿De dónde surgió esta acusación contra Carrillo como admirador del Führer?”, se pregunta Raanan Rein.

Tampoco es suficiente que el gobierno peronista haya sido en febrero de 1949 el primer país latinoamericano en reconocer al Estado de Israel, y designado como embajador a Pablo Manguel, abuelo de una conocida periodista.

Menos importante parece ser que la Fundación Eva Perón haya colaborado con el envío de barcos con ropa, comida y remedios para las poblaciones de los “Mavaarot” (barrios precarios), donde los inmigrantes vivían durante los primeros tiempos que se establecían en Israel. Una gestión que Golda Meir recordó años después de esta manera: “En 1951, visité Buenos Aires abrazándome con Eva Perón, por la labor realizada en favor del Estado de Israel. El Gobierno de Perón fue uno de los primeros en reconocer al Estado de Israel y fue uno de los pocos que le brindaron ayuda humanitaria durante la guerra de la ‘independencia israelí’… hasta el día de hoy, pueden verse en algunos kibutz muebles, implementos agrícolas, frazadas y sabanas con el sello de la Fundación Eva Perón”.

Cuenta Raanan Rein: “Si uno lee los discursos de Perón, son muy claros y tajantes con respecto a su rechazo al antisemitismo. En el año 1953, empieza una ola antisemita en la Unión Soviética, y uno de los primeros líderes en el mundo en criticar a la URSS por este antisemitismo fue Perón”.

No es suficiente que en 2002 una comisión de expertos de la Organización Panamericana de la Salud haya elegido a Ramón Carrillo como uno de los “Héroes de la Salud en Argentina” debido a su gestión contra el paludismo y sus aportes al campo de la neurocirugía.

Que a partir de la afirmación de Perón -“para la salud pública no hay límite en el presupuesto”- el ministro de Salud Ramón Carrillo haya ordenado construir cuatro grandes policlínicos de primer nivel, 230 establecimientos sanitarios de internación, 50 institutos de salud especializados, 40 escuelas, 23 laboratorios, 140 hospitales, 3000 dispensarios (salas de atención primaria de la salud), 50 centros materno infantiles. Ni que haya aumentado el número de camas de internación de 66.300 en 1946 a 134.000 en 1954. Tampoco que haya construido la primer fábrica nacional de medicamentos EMESTA para abastecer de medicamentos a bajo costo.

No es suficiente, tampoco, que en materia de grandes políticas sanitarias haya erradicado epidemias como el tifus y la brucelosis. Y que haya reducido la mortalidad infantil del 90 por mil a 56 por mil. Que la sífilis y otras enfermedades venéreas hayan desaparecido en su totalidad. Que haya erradicado el paludismo que pasó de unos 122 mil casos por año en 1946 a tan solo 240 hacia 1955. Que haya disminuido el índice de mortalidad por tuberculosis de 130 por cien mil a 36 por cien mil en 1951 y el mal de chagas en una proporción enorme. Que desde su gestión se hayan comenzado a cumplir normas sanitarias incorporadas en la sociedad argentina como las campañas masivas de vacunación (antivariólica y antidiftérica) y la obligatoriedad del certificado para la escuela y para realizar trámites. Que se hayan implementado campañas masivas a nivel nacional contra la fiebre amarilla, las enfermedades venéreas y otros flagelos.

Que en 1955 la mal llamada “revolución libertadora” haya confiscado sus bienes, lo difamara y obligara al exilio. Que un año después haya muerto en absoluta pobreza trabajando de medico en Belem Do Para, Brasil. Que los tiranos no hayan permitido que su familia trajera sus restos para ser sepultados en su tierra natal, Santiago del Estero.

Pero nada, nada de la enorme obra de este hombre es suficiente. Porque alguien observó que, entre los centenares de médicos argentinos y extranjeros que alguna vez trabajaron en el Ministerio de Salud, había un médico danés llamado Carl Vaernet, sobre el cual pesaban acusaciones, descubiertas 30 años después de su muerte.

Basta con que unos señores cuya autoridad y méritos son desconocidos digan que Carillo fue admirador de Hitler. Y que el ex secretario de Derechos Humanos del anterior gobierno, Claudio Avruj, sentencie en una nota: “Necesitamos buenos modelos, y el doctor Ramón Carrillo no lo es”. Una opinión basada en el comentario que recibió de uno de los autores de una película sobre la persecución a los homosexuales durante el régimen nazi.

Mezclar las palabras “nazi”, “tratamiento a homosexuales en campos de concentración” con Ramón Carrillo es el combo perfecto para que en 140 caracteres de Twitter, replicados por trolls miles de veces, una vulgar mentira destruya la memoria de un grande.

Como bien lo explicó el historiador israelí Raanan Rein, de su supuesta “admiración por Hitler” no hay ninguna evidencia ni constancia. Ni existe ninguna supuesta foto. Y sí existe el reconocimiento hacia su persona del ministro de Salud de Israel en 1954, que seguramente no era entregado a personas de ideología nazi.

Por lo tanto, el único probable “pecado” de Ramón Carrillo quizás haya sido que, en 1947, un medico endocrinólogo danés llamado Carlos Vaernet fuera contratado en el Ministerio de Salud durante algún tiempo.

La emigración de científicos de las potencias del eje

La instalación en Argentina en la posguerra de profesionales, técnicos y científicos pertenecientes a las potencias derrotadas debe ser analizada dentro del contexto histórico en el cual se desarrolló.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial se desató una feroz disputa entre EEUU, la Unión Soviética y otras naciones, por ver quién lograba llevarse la mayor cantidad de científicos y personal militar calificado del bando derrotado. Y cierta mitología interesada instaló que todos los que fueron a EEUU, Rusia, Francia o Inglaterra eran científicos puros y ningún criminal de guerra.

En 1945 el presidente Truman autorizó en secreto la Operación Paperclip. Miles de científicos (junto con sus familias) fueron llevados secretamente a Estados Unidos. Todos habían servido a la causa nazi. Por tal motivo, numerosos documentos tuvieron que ser reescritos para limpiar el nombre de los involucrados. Gran parte de las informaciones sobre la Operación Paperclip aún están clasificadas como secreto absoluto.

Tal vez el caso más famoso es el de Wernher von Braun, miembro de las SS, inventor de las bombas V2, que cobraron miles de vidas en Londres, y en cuya construcción murieron 20 mil obreros esclavos. Von Braun se transformó en el padre de la carrera espacial de EEUU. Hoy se lo puede ver en fotos con todos los presidentes y tiene estatuas de distintos sitios de EEUU.

Vale aclarar que entre los reclutados por EEUU hubo muchos militares y miembros de las SS, que iban a servir para combatir al comunismo en Europa durante la Guerra Fría.

Los soviéticos tuvieron su Operación Osoaviakhim por la cual lograron hacerse con cerca de 2.000 científicos y técnicos alemanes. Gran Bretaña realizó la Operación Backfire, una iniciativa británica para obtener técnicos de aeronáutica alemana.

En este contexto histórico, Argentina también vio la oportunidad de abrir sus puertas a técnicos y científicos del bando derrotado que podían ser útiles al desarrollo nacional. Los casos más destacados fueron los del grupo instalado en Córdoba, entre ellos los doctores Reimar Horten, y Kurt Tank, quienes en la fábrica militar de aviones de Córdoba crearon el Pulqui, uno de los primeros aviones a reacción del mundo,y que fue volado en septiembre de 1947 por el teniente Edmundo Weiss en Morón ante el presidente Perón. Los profesionales instalados en Córdoba participaron también en la fabrica de automóviles y en todo el complejo industrial metal mecánico de esa provincia.

El medico danés Carl Vaernet

Es en este contexto que llegó al país el medico endocrinólogo danés Carl Vaernet. Durante un tiempo trabajó en el Ministerio de Salud. Era uno más entre los cientos de especialistas argentinos y extranjeros allí contratados.

Hace no muchos años se conoció que Vaernet, ya fallecido en 1965, había realizado experimentos en Praga con 13 prisioneros a quienes les implantaba a la altura de la ingle una glándula artificial de testosterona para tratar de cambiar un inclinación sexual.

Recordemos que la homosexualidad estaba catalogada por la comunidad científica como una enfermedad, criterio que fue modificado por la OMS recién en 1990. Por lo cual en 1946 no resultaba extraño que distintas especialidades medicas ensayaran “terapias curativas”.

En 1946, Vaernet, estando todavía en Dinamarca, estableció negociaciones con la compañía farmacéutica anglo-estadounidense Parke, Davis & Comp. Ltd., London & Detroit y con el coloso químico norteamericano DuPont, interesados en la adquisición de su patente.

Desde hace unos años la farmacéutica Bayer comercializa el llamado “chip sexual” que justamente es un liberador de testosterona que se implanta bajo la piel. Desconozco si los experimentos de Vaernet tienen que ver con esto, pero se trata de la misma idea, solo que con diferente finalidad.

La biografía mas documentada y reciente de Carl Vaernet, publicada en Copenhague abril de 2002 por Hans Davidsen-Nielsen, Niels Høiby, Jakob Rubin and Birger Danielsen, concluye:

“Durante la primavera de 1947, el fiscal en el juicio a los médicos de Nuremberg, escribió una carta a la Asociación Médica Danesa informando que Carl Vaernet había participado en experimentos médicos en el campo de Buchenwald KZ. Hasta entonces, el conocimiento de las actividades de Vaernet había sido vago e inespecífico. Las autoridades danesas recopilaron más información y analizaron hacer un requerimiento ante las autoridades argentinas. Pero, en febrero de 1949, el ministro de Justicia danés Niels Busch-Jensen concluyó que el caso no tenía relevancia y decidió no iniciar un pedido de extradición”.

Concluyendo, no existe ninguna evidencia de que Ramón Castillo tuviese alguna relación con Carl Vaernet, mas allá de su firma en uno de lo cientos de contratos laborales de su ministerio. Tampoco hay pruebas de que Vaernet trabajase fuera de su área de endocrinología en “terapias” de cura de homosexualidad.

Quienes pudieron poner en evidencia su pasado, las autoridades danesas, desestimaron hacerlo.

Pero, bueno, parece que toda la enorme obra en materia de salud de Ramón Carrillo, sus aportes intelectuales al sanitarismo mundial, su honestidad, su testimonio de vida... Nada es suficiente para escapar de la mirada discriminatoria y censora de quienes se asumen con autoridad intelectual y moral para destruir su memoria.

Autor de La Lealtad-Los montoneros que se quedaron con Peron y Salvados por Francisco.