Una oportunidad para reflexionar sobre la libertad

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Al efecto de sacar alguna partida de los aislamientos debido a la pandemia que a todos nos afecta en nuestras actividades diarias, es del caso reflexionar acerca de un aspecto que forma parte de las conclusiones fundamentales de innumerables autores. Como con todos los escritores prolíficos, hay asuntos en los que uno concuerda y otros con los que discrepa. Eso ocurre con nuestros propios escritos ya que, leídos a la distancia, nos percatamos de que podríamos haber mejorado la marca, sea en la redacción o en el contenido. Por eso es que Jorge Luis Borges, citándolo a Alfonso Reyes, decía que como no hay tal cosa como un texto perfecto: “Si no publicamos, nos pasaríamos corrigiendo borradores”. Habiendo dicho esto, observamos que tradicionalmente ha habido gran coincidencia en el eje central de la condición humana, pero de un tiempo a esta parte han aparecido quienes rechazan el eje central de dicha condición.

De entrada digamos que el aspecto medular al que nos referimos remite al libre albedrío, a la libertad, esto es a la capacidad de razonamiento independiente, de ideas autogeneradas, de la posibilidad de distinguir entre proposiciones verdaderas y falsas, de la responsabilidad individual y de la conducta moral. En otros términos, que no estamos determinados por los nexos causales inherentes en los kilos de protoplasma sino que tenemos mente, psique o estados de conciencia diferenciados del cerebro material.

De cualquier manera, en sentido contrario, el autor que con más peso ha abierto cauce al materialismo, esto es la negación del atributo medular de la condición humana, ha sido Burrhus F. Skinner a través de sus múltiples trabajos, de modo especial en su obra que lleva el sugestivo y franco título de Más allá de la libertad y la dignidad, aunque esta postura se remonta a Demócrito (sobre el que Marx hizo su tesis doctoral). En nuestros días tal vez los autores que también mejor representan la postura abiertamente opuesta a la existencia del libre albedrío son Yuval Harari y Steven Pinker (he escrito separadamente y en detalle sobre ambos en textos titulados respectivamente “Un académico best-seller” y “La Ilustración a pesar de Steve Pinker”, donde destaco las críticas severas en el tema que estamos tratando y simultáneamente computo sus fértiles contribuciones en otras áreas).

Es de una muy llamativa curiosidad que haya quienes se consideran parte de la tradición de pensamiento liberal que producen obras muy recomendables, sólidas y sofisticadas pero que no se involucran en el debate que marcamos en estas líneas y, más aun, incluso en algunos casos rechazan la importancia y trascendencia de este tema como parte sustancial de los cimientos de la libertad con lo que en última instancia todo el edificio de la sociedad libre se derrumba. Están desafortunadamente impregnados de cientificismo, un término acuñado para señalar la falsa ciencia y la ausencia de rigor científico que en este caso se conjuga con el materialismo filosófico.

Para entrar en materia, digamos algo respecto a la llamada inteligencia artificial -un oxímoron- que es fruto de una mala interpretación y no simplemente una cuestión semántica. Debe destacarse la relevancia de la naturaleza humana que se diferencia de un aparato inerte. Por una parte, inteligencia deriva de inter-legum, esto es leer adentro, captar significados o la esencia de lo observado cosa que la materia está imposibilitada de hacer y por otro lado y más importante aun, la inteligencia demanda capacidad de decisión, libertad, libre albedrío puesto que si está determinada por los nexos causales inherentes a la materia no hay posibilidad de elección independiente, hay programación inexorable.

La inteligencia del ser humano procede de que no solo se trata de kilos de protoplasma sino de psique, mente o estados de conciencia que permiten revisar los propios juicios, ideas autogeneradas, distinguir entre proposiciones verdaderas y falsas, voluntad independiente, responsabilidad individual y moral. Si los humanos fuéramos aparatos programados, la libertad se tornaría en mera ficción.

Fredrick Copleston detalla “las incoherencias del determinismo”, Emanuel Kant sostiene que uno de los puntos más relevantes en filosofía consiste en mostrar “la libertad de la voluntad” y George Gilder asevera: “En a ciencia de la computación persiste la idea de que la mente es materia. En la agenda de la inteligencia artificial esa idea ha comprometido una generación de científicos de la computación en torno a la forma más primitiva de superstición materialista”.

La tecnología y específicamente la robótica prestan servicios notables a la humanidad, de lo cual no se sigue que deban confundirse con los atributos humanos. Hoy en día hay quienes se consideran “modernos” al sostener que en definitiva los humanos somos aparatos complejos pero aparatos al fin. Creen que recurriendo a la complejidad pueden zafar de la contradicción de una racionalidad irracional o de la libertad sin libre albedrío. En definitiva convierten la llamada sociedad libre en mera ficción. Destruyen los cimientos de la responsabilidad individual y del sentido moral puesto que sin seres libres no hay tales cosas.

Karl Popper ha bautizado como “determinismo físico” el supuesto de que el ser humano es pura materia que en ese caso no elige, decide y prefiere, es decir, no actúa, sino que está programado para decir y hacer lo que dice y hace, esto es, puro materialismo filosófico. Este autor concluye que “quien diga que todas cosas ocurren por necesidad no puede criticar al que diga que no todas las cosas ocurren por necesidad, ya que ha de admitir que la afirmación también ocurre por necesidad” y agrega que “si nuestra opiniones son resultado distinto de libre juicio de la razón o de la estimación de las razones y de los pros y contras, entonces nuestras opiniones no merecen ser tenidas en cuenta”.

En la misma línea argumental, John Hick sostiene que allí donde no existe libertad intelectual -lo cual es propio del materialismo- naturalmente no hay vida racional, por ende, la creencia que el hombre está determinado “no puede demandar racionalidad”.

Con razón el premio Nobel en neurofisiología John Eccles concluye: “Uno no se involucra en un argumento racional con un ser que sostiene que todas sus respuestas son actos reflejos, no importa cuán complejo y sutil sea el condicionamiento”.

Antes nos hemos referido a este tema, pero se hace necesario reiterar los ejes centrales de este problema crucial debido a la creciente difusión de la posición contraria. Dada la importancia del tema y de la perseverancia de la contracorriente que surge a la vuelta de cada esquina, se torna necesario machacar en la esperanza de que resulte clara la urgencia de aludir al mismísimo sustento de la sociedad libre.

Es de interés destacar la opinión del premio Nobel en física Max Planck que en este contexto afirma: “Se trataría de una degradación inconcebible que los seres humanos fueran considerados como autómatas inanimados en manos de una férrea ley de causalidad […] El papel que la fuerza desempeña en la naturaleza, como causa del movimiento, tiene su contrapartida, en la esfera mental, en el motivo como causa de la conducta”.

Por su parte, el lingüista Noam Chomsky señala: “No hay forma de que los ordenadores complejos puedan manifestar propiedades tales como la capacidad de elección […] Jugar al ajedrez puede ser reducido a un mecanismo y cuando un ordenador juega al ajedrez no lo hace del mismo modo que lo efectúa una persona; no desarrolla estrategias, no hace elecciones, simplemente recorre un proceso mecánico”.

El uso metafórico algunas veces se convierte en sentido literal, tal es el caso también de las expresiones “memoria” y “cálculo” aplicado a los ordenadores. Como apunta Raymond Tallis, aplicar la idea de memoria a las computadoras es del todo inadecuado, de la misma manera que cuando nuestros abuelos solían hacer un nudo en su pañuelo para recordar algo no aludían a “la memoria del pañuelo” puesto que “la memoria es inseparable de la conciencia”. En el mismo sentido, este autor destaca que en rigor las computadoras no computan ni las calculadoras calculan puesto que se trata de impulsos eléctricos o mecánicos sin conciencia de computar o calcular.

Thomas Szasz se refiere a otra metáfora pastosa en cuanto a la llamada “enfermedad mental” cuando esto contradice la noción de la patología que enseña que una enfermedad es una lesión orgánica, de tejidos y células y, por tanto, no puede atribuirse a comportamientos e ideas. Una cosa son los problemas químicos, desajustes en los neurotrasmisores y la sinapsis en el cerebro y otra es la mente. También Szasz muestra errores de algunas interpretaciones de las neurociencias en la materia.

Howard Robinson apunta: “Lo físico es público en el sentido de que en principio cualquier estado físico es accesible (susceptible de percibirse, de conocerse) para cualquier persona normal […] Los estados de conciencia son diferentes porque el sujeto a quien pertenecen -y solo ese sujeto- tiene un acceso privilegiado a eso” (lo cual no quiere decir que todo lo físico pueda tocarse o, en su caso, siquiera verse, como los campos gravitatorios, las ondas electromagnéticas y las partículas subatómicas).

Juan José Sanguineti resume bien el problema al escribir: “Los actos intencionados son de las personas, no de las partes ni potencias de las personas. Si doy un apretón de manos a un conocido para saludarlo calurosamente, no tiene sentido decir ´mis manos te saludan calurosamente´. Expresiones como ´mi cerebro cree´, ´mi hemisferio izquierdo interpreta´, ´la neocorteza percibe, ´las neuronas deciden´, ´el hipocampo recuerda´, ´mi sistema límbico está enfadado´ carecen de sentido, igual que atribuir a cosas como células o grupos de células actos como entender, tomar decisiones, preferir etc. […] Se puede decir mi ojo ve, aunque sería más exacto decir yo veo con mis ojos”.

A pesar de lo que dejamos consignado, aflora la visión opuesta en alguna parte teñida de posmodernismo que irrumpe con fuerza a partir de la sublevación estudiantil de mayo de 1968 en París y encuentra sus raíces en autores como Nietzsche y Heidegger. Los posmodernistas acusan a sus oponentes de “logocentristas”, rechazan la razón, son relativistas epistemológicos (lo cual incluye las variantes de relativismo cultural y ético) y adoptan una hermenéutica de características singulares, también relativista, que, por tanto, no hace lugar para interpretaciones más o menos ajustadas al texto.

También antes nos hemos referido en detalle al experimento del matemático Alan Turing refutado por el filósofo John Searle en lo que denominó “el experimento del cuarto chino”. Ahora solo resumo telegráficamente diciendo que en este jugoso intercambio quedó demostrada una vez más la diferencia fundamental -de naturaleza, no de grado- entre los programas de los ordenadores y la mente humana.

Como apuntamos al abrir esta nota periodística, el coronavirus nos tiene alejados unos de otros. En medio de la desgracia, esto puede servir para masticar y digerir lo dicho en dirección a reforzar los valores y principios de la libertad que es lo que nos otorga dignidad y nos permite desenvolvernos en la vida al elegir, preferir y optar entre distintos medios para la consecución de fines apetecidos.

Mención aparte claro está es la forma en que se usa la libertad. Después de haber leído casi todo lo publicado por Viktor Frankl y sin dejar de reconocer lo dicho más arriba sobre la imposibilidad de concordar en todo con autores que han generado producciones en gran escala, estimo que puede resumirse su filosofía de la logoterapia en tres capítulos. En primer lugar, su consejo de descubrir el sentido de nuestra vida (no fabricar, sino descubrir, hurgar en nuestro interior) lo cual se concreta en proyectos que una vez logrados deben sustituirse por otros al efecto de mantenerse vital. En segundo término, el percatarse que lo relevante no es la extensión del diámetro que abarca nuestro proyecto sino la calidad y la nobleza con que rellenamos el círculo. Y por último, Frankl hace un correlato con el entretenimiento que más lo atraía: el alpinismo en cuyo contexto dice que igual que en la vida no mira el precipicio que lo rodea ni se pone ansioso con la distancia que le falta recorrer para llegar a la cima, sino centrar la atención concretamente en cual es el próximo paso y donde colocará el pie para avanzar al objetivo.

El autor es Doctor en Economía y también Doctor en Ciencias de Dirección, preside la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires y miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas.