Hace un par de días la empresa en la que trabajo fue objeto de una noticia falsa difundida por un usuario de Twitter. Por la envergadura de la empresa y lo “noticioso” de la información, el mensaje se viralizó inmediatamente, pero la buena reputación de la compañía, la rápida respuesta y el profesionalismo de los periodistas que llamaron para chequear la información, lograron que esta fake news se diluyera.
Sin embargo, no todas las campañas de desinformación corren la misma suerte. Por el contrario, cada vez son más frecuentes, más sofisticadas y más difíciles de desactivar.
Conversé de este tema en Boston, Estados Unidos con Marshall Van Alstyne, autor de “La Revolución de las Plataformas” e investigador del Massachusetts Institute of Technology (MIT), quien opina que el mayor de problema de las fake news no es el grado de veracidad de la noticia si no las externalidades que produce.
“Las plataformas, tienen mecanismos para corregir el daño que sucede dentro de ellas. Si un conductor de Uber te lleva por la ruta equivocada o un anfitrión de AirBnB publica una oferta engañosa, la plataforma lo penaliza”, sostiene Van Alstyne. Twitter, por ejemplo, anunció en CES 2020 que está experimentando con inteligencia artificial para reducir la toxicidad de su plataforma y acabar con contenidos ofensivos y abusivos.
El problema es cuando los “daños” ocurren fuera de la plataforma y 2019 estuvo plagado de ejemplos de este tipo. Protestas, escraches, boicots y corridas bancarias que, en muchos casos, estuvieron basadas en información falsa, parcial o sesgada. Es más, ya existen firmas de lo que se conoce como Black PR, empresas que inescrupulosamente, ofrecen “servicios profesionales de desinformación para influir a gran escala y lograr conversiones en términos de votos, venta de productos o cambios de percepciones”.
Según Van Alstyne, “las personas somos los principales responsables de verificar la veracidad de los contenidos que consumimos”. Pero me pregunto si esto es materialmente posible, o cuánto tiempo nos llevaría dedicarle uno o dos minutos a chequear los cientos de contenidos que recibimos por día.
En este contexto, el rol social del periodismo se vuelve aún más relevante. En medio de un tsunami de información, el periodismo modera la conversación, jerarquiza los tópicos, valida la veracidad recurriendo a distintas fuentes y corrobora que lo que circula en el entorno digital se corresponda con los hechos.
Por el momento, nadie está mejor preparado que las empresas periodísticas para lidiar con este desafío. Y si bien es cierto que no existe la imparcialidad, el periodismo tiene en su ADN una larga tradición investigativa y por eso se convierte en el principal aliado para distinguir entre la mentira y la verdad.
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