Todos somos iguales, todos somos diferentes

Rabino Alejandro Avruj

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Inevitable. Siempre llega ese momento en que uno debe dar cuenta. Hay muchas instancias, momentos, personas o situaciones ante las que uno debe dar cuenta.  A veces tenemos que dar cuenta ante la pareja, ante los hijos, ante la sociedad. Ante el contador, ante el fisco. Algunos necesitan dar cuenta ante Dios…Y  hay veces, esas en las que no siempre nos animamos, en las que tenemos que dar cuenta ante nosotros mismos.

La Parashá (sección) que leemos esta semana se llama "Pekudei", y significa "Dar cuenta". Llegando a la última etapa del segundo libro de la Torá,  Éxodo (Shemot), encontramos terminada la construcción del Mishkan, el Tabernáculo, la famosa Tienda Sagrada, el primer templo móvil del pueblo judío donde estaban las Tablas de la Ley. Moisés debe dar cuenta de cuánto se gastó en cada cosa y cómo fueron utilizadas las donaciones realizadas por el pueblo.

Lo difícil de entender es ¿por qué justo Moisés tenía que dar cuenta? Si el mismo Dios le había pedido detalladamente cada cosa que debía construir. Entonces, ¿cuál es el mensaje?

El mensaje es enorme y como siempre dramáticamente actual. Si Moisés tiene que dar cuenta, significa que todos debemos dar cuenta, que todos somos iguales. Que no hay más iguales que otros. Que no importa el cargo que tenés o que tuviste. No importa la posición social, económica o política que tenés o que tuviste.  No importa el estrato de donde venís o donde querés ir.

Todos estamos llamados a dar cuenta. Porque somos todos iguales.

¿O no somos todos iguales?

El 8 de marzo, Día internacional de la Mujer, se conmemoran hechos trágicos en relación a la lucha por el respeto de los derechos de la mujer.
El derecho por ser iguales, hombres y mujeres, todos los seres humanos, tanto en lo laboral como en lo familiar, en lo político, en todo ámbito o espacio. Ahora, el problema con el concepto de ser iguales aparece cuando a la vez también luchamos por ser diferentes. La belleza de lo múltiple, lo plural, lo diverso. Lo único.

¿Es verdad que somos todos iguales? No hay un rostro igual al otro, no hay una sola forma de pensar, o de decir, o de decidir acerca de ningún tema. ¿No es acaso una bendición que seamos todos diferentes?

¿No luchamos y trabajamos por defender nuestra diferencia? ¿Nuestra particularidad?

¿Qué somos? ¿Todos iguales?, ¿Todos diferentes?

Para resolver esta aparente contradicción, debiéramos definir primero ante qué somos iguales, para luego saber frente a qué dar cuenta.

Todos los seres humanos somos iguales frente a dos cosas. Primero, ante Dios. Todas las almas son un destello de lo divino exactamente igual al otro. Todas iguales ante el Dios Creador. No importa la religión, el color, el país, el género, el nivel de observancia o de fe. Un Dios padre de todas las almas.

En segundo lugar, somos todos iguales ante la Ley: hombres y mujeres, judíos, cristianos, musulmanes, budistas, ateos, laicos; argentinos, bolivianos, paraguayos, brasileños;  israelíes, iraníes y palestinos; homosexuales y heterosexuales. Todos iguales ante la ley.

Pero después, para todo el después, todos diferentes. Absolutamente distintos. Gracias a Dios.

En la diferencia está la belleza del ser completamente plural y en el ver el mundo en los colores en que Dios los creó. Absolutamente distintos. Diferentes y apasionadamente distintos.

No hay lucha mayor por la igualdad que trabajar por el respeto a lo diverso. Ahí es donde debemos ser iguales.

Y no hay lucha mayor por la igualdad en la que debiéramos trabajar en nuestra sociedad, que aquella que involucra la igualdad de oportunidades. Para que desde su particularidad diferencial, cada uno pueda dar marcha a su potencial, desde las mismas oportunidades, para alcanzar sus propios y únicos desafíos.

Todos los seres humanos, somos iguales como humanos, pero diferentes en nuestro ser. Iguales en nuestra humanidad pero diferentes en nuestro ser existencial.

Nada más vibrante que descubrir que cuanto uno más ama, más reconoce lo diverso y lo diferente.  El amor es la fuente todopoderosa de hacer que todas las cosas se vean distintas, únicas.

Una noche puede parecer igual a la otra por su oscuridad, y porque las estrellas siempre siguen allí. Pero cuando uno descubre la potencia del misterio y la belleza que encierra una noche de encantamiento y enamoramiento, ya nunca habrá una sola noche igual a la otra.

Nada es igual cuando uno ama de verdad.

Uno elige en amor a una pareja, a sus cercanos, a un amigo, a una comunidad. Elige por sobre otros, pero eso no hace que otras personas no dejen de ser personas maravillosas. También elegimos ideas, y formas de vivir, y nos enamoramos de ellas. Son lo mejor para nosotros, pero solo por el hecho de ser nuestras. Elegir y enamorarse de algo o de alguien lo hace único. Diferente. Pero no arriesga a quitarle entidad, existencia, o dimensión de lo divino a aquello que no elegimos.

En lo religioso podemos elegir vivir una fe de manera más liberal, o más ortodoxa. Todas son kosher, sagradas. Hay que elegir cuál es la manera apasionada y vibrante de vivir tu espiritualidad, y ésa será la mejor de todas. Eso no quiere decir que cualquier otra forma de elegir un camino de vida no sea sagrado.

Todos iguales y dramáticamente diferentes. Gracias a Dios, diferentes.

A través de la dimensión del amor es que vos celebrás la diferencia. Y es desde la convicción de saberte único para aquellos que te aman, y el hacer sentir a tus amores que son únicos y distintos,  que debemos luchar por la igualdad. Porque todos puedan igualmente vivir en plenitud su elección.

Volviendo al Día de la Mujer, hace unos días me preguntaron en un reportaje si se podía ser feminista y femenina a la vez. Obviamente se puede. Feminista es el ser humano, no importa el género, que lucha por la defensa de la igualdad de derechos de la mujer. Mientras que lo femenino es la bendición y la belleza de lo diferente que hace a la mujer distinta al hombre. Tampoco tiene que ver con el género. Femenina es aquella persona que se identifica como mujer más allá de su género.

Uno tiene que ver con la igualdad de derechos y otro tiene que ver con la diferencia abismal en lo existencial. Completamente distintos.

También me preguntaron cuál era el ideal de mujer para mí. Y respondí sin dudas, que mi ideal de mujer, es mi esposa Marina. Ella tiene todas las características del Mar, y es así como la llamo. Porque es poderosa, vibrante, apasionada, fuerte, y a la vez calma, paciente, fresca, eterna. Incisiva como cada ola, y sabia en cómo refleja al cielo. Se deja bailar de solo ver la luna. Tiene todo el tiempo del mundo y la paciencia para todo. Tiene la capacidad de cambiar, de auto transformarse, de mejorarse con los años, y por sobre todas las cosas es cristalina y transparente. Y tal como te pasa con el Mar y su profundidad, no hay forma de que no te enamores.

Amigos queridos, amigos todos.

Deseo que podamos convertirnos en buceadores, en buscadores de aquellas personas, aquellos lugares, espacios, aquellas ideas o ideales que los enamoren y que luchemos por ellos.  Hacerlos únicos, diferentes, distintos, sagrados.

Y que sepamos que hay una sola cosa que nos iguala definitivamente sea como sea: es el final de la historia.

Somos todos iguales ante el final de la historia. No hay nada que nos iguale más, a todos, que la misma muerte. No importa el color de piel, la religión, la sexualidad, la sabiduría o el dinero. No importa nada.  El final de la historia nos iguala a todos.

Será ese el momento en que debamos dar cuenta.

Vas a tener que dar cuenta acerca de cómo amaste y cómo dejaste pasar la oportunidad; vas a tener que dar cuenta acerca de lo que lograste o no con tus destinos; cuán eterno te hiciste o no en tus hijos; cuánto lograste continuar o mejorar, o devolver a tus padres. Vas a tener que dar cuenta de cuánto aprendiste y cuánto enseñaste. De cuánto pretendiste quedarte y cuánto te ofrendaste. Vas a tener que dar cuenta acerca de cuáles son los ideales que defendiste, qué valores abrazaste, qué causas perseguiste, y cómo defendiste tu esencia, tu raíz, tu historia y tu fe. Vas a tener que dar cuenta acerca de quién sos y quién fuiste.

Pero saben, el Cantar de los Cantares, la hermosa poesía de amor nos recuerda:

 "Las muchas aguas no podrán apagar el amor, Ni lo ahogarán los ríos…Ponme como sello sobre tu corazón, como sello sobre tu brazo, porque fuerte como la muerte es el amor." (Cantar 8:6-7)

Tenemos una herramienta ante lo inevitable del final. Y es el amor a nuestro hoy.

Saber nuestra propia finitud, lo inexorable del final donde deberemos dar cuenta, debe hacernos dar cuenta que el momento para evaluar y cambiarnos, cambiar lo necesario con nuestra familia, cambiar a nuestra sociedad, o cambiar con nuestro amor, puede empezar no en el final… sino esta misma noche.

El autor es Rabino de la Comunidad Amijai y Presidente de la Asamblea Rabínica Latinoamericana del Movimiento Masortí.