Juan Bautista Alberdi, cada día más vigente

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Juan Bautista Alberdi
Juan Bautista Alberdi

Nacido en 1810, tenía sólo 42 años cuando escribió en tres meses las "Bases y Puntos de Partida para la Organización Política de la República Argentina". Dos meses después, al efectuar la segunda edición por haberse agotada la primera, le agrega un proyecto concreto de Constitución y, por si fuera poco, comienza a escribir de inmediato el "Sistema Económico y Rentístico de la Confederación Argentina". Toda esta obra que soporta la difícil prueba del tiempo y se mantiene incólume con sus verdades eternas, indica que a la edad mencionada o bien tenía una cultura fuera de lo común o poseía una inteligencia y una capacidad de asimilación realmente admirables.

Sin dudas, Juan Bautista Alberdi fue un poco de ambas cosas, pues el forjador intelectual de nuestra organización política e institucional tenía en la época de Caseros una muy sólida formación jurídica y filosófica. A los 26 años, aun antes de recibirse de abogado, dio término a su primer trabajo fundamental titulado "Fragmento Preliminar al Estudio del Derecho". Sus permanentes inquietudes lo llevaron a estudiar y a escribir durante 50 años, pues afirmaba "escribimos para aprender, no para enseñar, porque escribir es muchas veces estudiar".

Sin lugar a dudas, el gran tucumano fue un verdadero apóstol de la Libertad, la que predicó y fundamentalmente practicó. En su proyecto de Constitución adopto el principio institucional del Gobierno con poderes limitados, protegiendo la vida, la propiedad y la libertad, respetando las garantías y derechos individuales por medio de una justicia independiente y además advirtió con su aguda percepción que el único sistema compatible con ese régimen Institucional, era el de la Libertad Económica, hoy llamada Economía de Mercado.

Al respecto expresaba: "La libertad es el medio no el fin de la política de nuestra Constitución. Cuando decimos que ella ha hecho de la libertad un medio, queremos decir que ha impuesto al Estado la obligación de no intervenir por Leyes ni Decretos restrictivos al ejercicio de la producción, pues en economía la libertad del individuo y la no intervención del Estado, son dos locuciones que expresan un mismo hecho".

Sancionada nuestra Constitución el 1° de mayo de 1853, el Dr. Alberdi temió que no fueran debidamente interpretados esos nuevos derechos y garantías individuales, y advirtió: "Al legislador, al hombre de Estado, al publicista, al escritor, sólo toca estudiar los principios económicos adoptados por la Constitución para tomarlos por guía obligatoria en todos los trabajos de legislación orgánica y reglamentaria. Ellos no pueden seguir otros principios ni otra doctrina económica que los adoptados ya en nuestra Constitución".

Para que no queden dudas, mencionó a la Escuela Mercantil, representada por Colbert y a propósito expresó: "A esta Escuela se aproxima la economía socialista de nuestros días, que ha enseñado y pedido la intervención del Estado en la organización de la industria. Por motivos y con fines diversos, ellas se dan la mano en su tendencia a limitar la libertad del individuo en la producción, posesión y distribución de la riqueza. Estas dos escuelas – mercantil y socialista – son opuestas a la Constitución Argentina y enfrente de ellas y al lado de la libertad, se halla la gran escuela industrial de Adam Smith".

Sobre la propiedad, que es la piedra angular de nuestra Constitución, Alberdi enfatizaba con meridiana claridad: "No basta reconocer la propiedad como derecho inviolable. Ella puede ser respetada en su principio y desconocida y atacada en lo que tiene de más precioso que es el uso y disponibilidad de sus ventajas. Los tiranos han empleado más de una vez esta distinción sofística para embargar la propiedad, que no se atrevían a desconocer".

Para el gran tucumano, la propiedad cumplía su "función social" – tan mal utilizada actualmente como excusa para destruirla – solamente cuando ella es inviolable. Más aún, en nuestra Constitución no caben interpretaciones como las que bajo el rótulo de "sociales" autorizarían a los funcionarios a distribuir lo que no es de ellos.

Asimismo tenía un claro concepto de la emisión monetaria sin respaldo y al respecto decía: "Buenos Aires es el ejemplo más sobresaliente que se conozca en este desorden ya que hace todas las funciones de comerciante y también fabrica la moneda que sirve de instrumento obligatorio de los cambios. Mientras el gobierno tenga el poder de hacer moneda con simples tiras de papel que nada comprometen, ni obligan a reembolso alguno, el poder omnímodo permanecerá inalterable como un gusano roedor en el corazón de la Constitución Argentina".

Ludwig Erhardt, padre del "milagro alemán" de posguerra, agregaba: "La democracia y la economía libre son realidades tan lógicamente hermanadas entre sí como son la dictadura y la economía manejada por el Estado. Deberíamos incluir la estabilidad monetaria en la serie de derechos fundamentales del hombre, cuya salvaguardia por parte del Estado todo ciudadano tiene el derecho de exigir".

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Con una visión de casi ciento cincuenta años de antelación, Alberdi expresó su opinión adversa a lo que denominamos actualmente como "control de cambios", tan en boga en los sistemas estatistas y colectivistas y que sólo conduce, entre otros nefastos efectos, a disminuir la exportación e incrementar la importación amén de gestar una bomba de tiempo cuya consecuencia que tanto conocemos es alimentar exponencialmente la inflación. Es decir, es uno de los tantos caminos para llegar a la inseguridad y desconfianza, sin mencionar la corrupción a los que lleva este sistema perverso por sus discriminaciones y privilegios.

Esta es la teoría filosófica-jurídica de Alberdi. Ni ingenuo ni soñador. Como era la antítesis del demagogo, no se contentaba con fijar solamente los fines últimos de la organización que proponía. Quería, ansiaba, fijar concretamente los medios para lograrlos porque estaba convencido que había que evitar la repetición del fracaso de otras constituciones latinoamericanas, que analiza detenidamente en las Bases: "Así, en América gobernar es poblar. Definir de otro modo el gobierno, es desconocer su misión sud-americana" y añadió: "Para poblar el desierto son necesarias dos cosas capitales: abrir las puertas para que entren y asegurar el bienestar de los que en él penetren, la libertad en la puerta y la libertad adentro".

Esta garantía ha sido la columna vertebral de las masivas inmigraciones que recibió nuestro país desde fines del siglo XIX, ya que la inmensa mayoría de los argentinos provenimos de este hecho histórico a raíz del cual Argentina acogió en su seno a nuestros antepasados y ellos, con trabajo fecundo y pasión, edificaron esta gran Nación que supo estar hace cien años atrás entre las primeras potencias del mundo y que tan sólidamente quedó expresado en el Preámbulo de nuestra Constitución, "… para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino".

Para el Dr. Juan Bautista Alberdi la inmigración significaba brazos, trabajo, ahorros y capitales que permitirían no solo poblar sino intercomunicar el país con ferrocarriles haciendo así una realidad la unidad política, como decía refiriéndose al Ferrocarril: "El hará la unidad de la República mejor que todos los Congresos. Estos podrán declararla una e indivisible pero sin el camino de fierro que acerque sus extremos remotos, quedará siempre divisible y dividida contra todos los Decretos Legislativos".

Como último punto, es necesario recordar que una República es exitosa y orgullo para los ciudadanos que la habitan sólo si se logra alcanzar la síntesis de seguridad jurídica, confianza económica y estabilidad política.

Con estos tres pilares que son el basamento de la estructura de toda Nación que se precie de tal, cabe preguntarnos cuáles son entonces las funciones del Estado para lograr estos objetivos.

La concepción alberdiniana sostiene que son cinco en total, tres monopólicas, a saber: Justicia, Defensa y Seguridad y dos subsidiarias: Educación y Salud. En estos dos últimos ítems en particular los ciudadanos que tengan medios económicos para solventarlas, deben, es mandatorio, que lo hagan a través de su propio peculio y por otro lado aquellos compatriotas que por distintas razones de la vida se encuentren en dificultades, el Estado debe hacerse cargo de la Educación (Ley 1.420 – Laica y Gratuita) y de la Salud de ellos, reitero, los más necesitados, recordando siempre que todos los seres humanos hemos sido creados iguales en derecho y distintos en capacidades. Decía el gran estadista con singular profundidad: "El Gobierno no ha sido creado para hacer ganancia sino para hacer justicia. No ha sido creado para hacerse rico sino para ser guardián y centinela de los derechos del hombre". Estaba convencido del concepto anglicano del trabajo que no sólo no lo considera como un sacrificio sino que por el contrario premia al exitoso, al que se supera día a día con su esfuerzo personal.

Asombra la vigencia de las ideas de Alberdi, máxime en el mundo actual donde el resurgimiento focalizado de populismos que tratan de reemplazar demagógicamente el trabajo por dádivas que sólo empobrecen la dignidad y los bolsillos de los que menos tienen. Unido a brotes espasmódicos de racismo delirante e intolerable y ataques continuos a la libertad de prensa, concluimos que la palabra de este hijo dilecto tucumano es una bocanada de oxígeno, un bálsamo que nos permite avanzar con entusiasmo y profundas convicciones en este camino que nuestro país ha reiniciado, abriéndonos nuevamente al mundo y retornando a nuestras tradiciones más excelsas de libertad, igualdad de oportunidades. Con énfasis en la ciencia, fortaleciendo la justicia y promoviendo el trabajo, todos valores trascendentales que debemos preservar e incrementar.

Este es el pensamiento, el mandato de Alberdi que seguramente hoy nos aconsejaría con diáfana claridad: "Realicen las transformaciones imprescindibles con coraje y determinación. El esfuerzo vale la pena cuyo fin último no es otro que alcanzar el bienestar general, objetivo de todo Gobierno que lo podemos graficar como un árbol que tiene raíces, como la propia vida, a veces un poco amargas pero al final, frutos extremadamente dulces".