Ni los tiempos son los más adecuados ni la fórmula escogida es la más eficaz. Este es el primer titular que puede obtenerse de la Conferencia de París celebrada este domingo a iniciativa del Gobierno de Francia, que buscaba revivir el proceso de paz entre Israel y los palestinos.
La fecha elegida es de todo menos casual: a cinco días del cambio de inquilino de la Casa Blanca, teniendo claro que hasta ahora Estados Unidos ha sido y se espera que siga siendo un actor clave en el diálogo entre las partes. Parece lógico pensar que, con un interlocutor de esta talla, lo más prudente hubiera sido esperar al menos al relevo. Por mucho que se haya alineado la postura del representante de Estados Unidos con los demás asistentes a la conferencia, lo esencial es contar con el compromiso de la nueva administración de Donald Trump, no con el del casi extinto Gobierno de Barack Obama. Además, el último presidente y su secretario de Estado, John Kerry, se han embarcado en las últimas semanas en una carrera contrarreloj para someter a presión internacional al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y su gobierno. En lo que parece un ejercicio de venganza personal, Obama ha puesto en riesgo la sólida alianza de Estados Unidos con Israel: omitió su derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU para aprobar una resolución antiisraelí, y apoyó el discurso de última hora de Kerry sobre su visión del conflicto, en el que obviaba "la auténtica raíz" del problema, tal y como lo señaló Netanyahu.
Con estos antecedentes, no sorprende que las conclusiones de la Conferencia de París caigan en el mismo sesgo habitual que últimamente abunda en la ONU. Está claro que una iniciativa de estas características necesita de más sosiego y de una recuperación de la confianza entre Israel y Estados Unidos, así que lo prudente, en cuanto a la temporización de esta conferencia, hubiera sido esperar a lo que tengan que aportar Donald Trump y su equipo.
Por lo que se refiere a la fórmula elegida, nos encontramos ante otro desatino confuso. Resulta que se organiza una iniciativa de alto nivel diplomático para tratar de recuperar un proceso de paz entre Israel y los palestinos, y no se invita a participar ni a los representantes de unos ni de otros.
Ya sea apoyando el principio de los dos Estados —algo con lo que, por cierto, el Gobierno de Israel sigue comprometido— o abordando nuevas fórmulas creativas, la única posibilidad de éxito para poner fin a este conflicto es contar con la participación y el protagonismo de las dos partes. La bilateralidad ha de ser el principio que guíe este proceso, sentada en la base de un reconocimiento mutuo. A partir de ahí, todos los asuntos pueden ponerse sobre la mesa: fronteras, intercambios de territorios, cooperación, seguridad, refugiados. Pero sin un reconocimiento claro y explícito de la legitimidad de Israel a existir por parte de los palestinos, y viceversa, no contaremos con los cimientos para iniciar el proceso. Sólo cuando se restablezca la confianza mutua y se retomen las negociaciones en clave directa y bilateral, empezarán a darse nuevos pasos hacia la paz.
Lo contrario es este tipo de iniciativas como la vivida el domingo en París, cuyo guion ha cumplido con las expectativas previamente anunciadas por Netanyahu sobre esta cita: "La Conferencia está amañada por los palestinos bajo los auspicios de Francia para adoptar posturas adicionales antiisraelíes". Y así, efectivamente, "se alejan las posibilidades de una paz justa". Además, las prisas por convocar esta conferencia ponen de manifiesto un hecho que no es baladí: mientras que los países y las organizaciones reunidos en París no demuestran ningún esfuerzo comprometido para frenar las masacres en Siria, donde han muerto cientos de miles de personas, parecen incrementar su obsesión por criticar a Israel, una democracia en pleno Medio Oriente en primera línea de la lucha internacional contra el terrorismo islamista.
Por supuesto, Israel y los palestinos pueden contar con el apoyo internacional para ayudar a engrasar el diálogo, pero las potencias extrajeras no pueden sustituir, como esta conferencia de París ha pretendido, a la voluntad de los dos pueblos de resolver sus propios conflictos. Todo lo demás es generar confusión en la opinión pública internacional y frustración entre los ciudadanos de Israel y de los territorios palestinos.
La autora es directora de la agencia Fuente Latina.
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