
Cada 1 de noviembre, los católicos romanos y otros cristianos alrededor del mundo celebran el Día de Todos los Santos, una jornada dedicada a honrar a todos los santos, conocidos y desconocidos, que se cree han alcanzado la gloria del cielo. Esta solemnidad tiene raíces que se remontan a los primeros siglos del cristianismo y continúa siendo una de las conmemoraciones más relevantes del calendario litúrgico.
Aunque en la Iglesia ortodoxa esta festividad se celebra el primer domingo después de Pentecostés, en el catolicismo romano la fecha quedó fijada para el 1 de noviembre.
Un origen que se remonta al siglo VII
El origen del Día de Todos los Santos se sitúa en el año 609 d.C., cuando el papa Bonifacio IV dedicó el Panteón de Roma a la Virgen María y a todos los mártires. En aquel tiempo, la conmemoración se realizaba el 13 de mayo, pero su propósito era el mismo: rendir tributo a los testigos de la fe.
Posteriormente, durante el pontificado de Gregorio III (731-741), se cambió la fecha al 1 de noviembre, cuando el Papa dedicó una capilla en la Basílica de San Pedro a todos los santos. Años más tarde, en 837, Gregorio IV extendió oficialmente la celebración a toda la Iglesia, estableciendo la observancia universal de este día sagrado.

Una fiesta para todos los santos, incluso los desconocidos
El Día de Todos los Santos no solo reconoce a figuras canonizadas como San Francisco de Asís o Santa Teresa de Calcuta, sino también a aquellos cuya santidad solo Dios conoce. Esta conmemoración se diferencia del Día de los Fieles Difuntos —celebrado el 2 de noviembre—, ya que este último está dedicado a recordar a los difuntos que aún no han alcanzado la santidad plena.
En la Iglesia católica, este día se considera un Día Santo de Obligación, lo que significa que los fieles deben asistir a misa, salvo impedimento justificado. La jornada busca inspirar a los creyentes a seguir el ejemplo de los santos y renovar su compromiso espiritual.
Una celebración universal con distintas tradiciones
Aunque no es día festivo en Estados Unidos, en países como Francia, Alemania, España, México o Filipinas, el Día de Todos los Santos tiene un profundo arraigo cultural. En Filipinas, por ejemplo, se le conoce como “Undas”, y las familias acuden a los cementerios para rendir homenaje no solo a los santos, sino también a sus seres queridos fallecidos, llevando flores, velas y ofrendas.
En Europa, muchos países observan este día como feriado oficial, con templos adornados, campanas repicando y misas solemnes que recuerdan la herencia espiritual del cristianismo.
Más que una tradición religiosa, el Día de Todos los Santos se ha convertido en un momento de reflexión, gratitud y esperanza, recordando a los creyentes que la santidad es una vocación universal.
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