La trágica historia del último tigre de Tasmania, un final solitario en cautiverio: “Se extinguió porque lo perseguimos hasta la muerte”

Peggie Bassett, quien presenció al ejemplar en el zoológico de Hobart, comparte sus recuerdos en un documental que subraya la importancia de la conservación y la memoria colectiva frente a la pérdida de especies

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Fotografía de una postal del
Fotografía de una postal del tigre marsupial de Tasmania en el Zoológico de Hobart, aproximadamente en 1928. (WikiCommons/Harry Burrell)

Hoy se conmemora el 89 aniversario de la muerte del último tilacino, ocurrida el 7 de septiembre de 1936 en el Zoológico Beaumaris de Hobart, Australia. De hecho, desde hace tres décadas, esta fecha ha sido designada oficialmente como el Día de las Especies Amenazadas, de acuerdo con el Departamento de Medio Ambiente y Patrimonio de Nueva Gales del Sur.

El tilacino, también conocido como tigre de Tasmania, fue el carnívoro marsupial más grande del mundo; debido a las rayas en la parte posterior de su cuerpo, recibió el apodo de “tigre”, aunque taxonómicamente estaba más emparentado con los canguros y los koalas. El Museo de Historia Natural del Reino Unido lo describe como “único en su género y familia”, y destaca que su cráneo, casi indistinguible del de un lobo, representa un claro caso de evolución convergente.

Con motivo de la fecha, en el documental Lecciones de extinción: recuerdos del último tigre de Tasmania (Lessons in Extinction: Memories of the last Tasmanian tiger), producido por el Gobierno de Nueva Gales del Sur, se recoge el testimonio de Peggie Bassett, quien, a sus 94 años, rememora su visita al zoológico de Hobart cuando era apenas una niña, poco antes de la muerte del último ejemplar conocido.

“Estaba en un recinto, muy pequeño, con suelo de cemento… allí, solo, rondando”, recuerda Bassett, quien señala que el animal caminaba en círculos de manera repetitiva, en lo que describe como un estado de descuido y abandono: “Su apariencia era comida por las polillas”.

A diferencia de otros animales del zoológico, que convivían en áreas más amplias y compartidas, el tilacino permanecía aislado. “Antes de llegar, se podía oír... no ladridos ni aullidos, solo un sonido gutural y grave”, narró en entrevista con la Australian Broadcasting Corporation (ABC). “No sé si me di cuenta de que era el último hasta mucho después, pero es algo que nunca olvidaré”, agregó.

Una extinción provocada

El tilacino fue perseguido hasta
El tilacino fue perseguido hasta la extinción por políticas de caza y destrucción de su hábitat en Tasmania. (WikiCommons/Víctor Prout)

La desaparición del tigre de Tasmania no fue consecuencia de procesos naturales inevitables, sino el resultado directo de la intervención humana. Así lo señala el Dr. Fred Ford, del Departamento de Cambio Climático, Energía, Medio Ambiente y Agua de Nueva Gales del Sur (DCCEEW), quien considera este caso como una excepción dentro del contexto general de pérdida de biodiversidad en Australia.

“El tilacino se extinguió porque lo perseguimos hasta la muerte”, afirmó Ford en el documental. El científico explicó que se trataba de un animal considerado un depredador de gran tamaño, y como tal, fue sistemáticamente cazado por los colonos europeos, quienes lo culpaban de atacar ovejas y otros animales de cría.

El proceso de desaparición de la especie se vio agravado por un sistema de recompensas promovido por el propio gobierno, que incentivó su caza sin control. A ello se sumaron la destrucción progresiva de su hábitat natural y la introducción de especies invasoras.

Según el Museo de Historia Natural del Reino Unido, estas políticas representan una expresión más de las consecuencias de la colonización en el país. Jack Ashby, experto en historia natural australiana y en mamíferos, menciona al respecto: “Se pueden establecer paralelismos entre el trato dado a los tigres de Tasmania y a los pueblos aborígenes. Ambos fueron vistos como plagas en su tierra natal por los colonizadores”.

Aunque algunos especialistas han cuestionado si el ejemplar fallecido en el Zoológico de Hobart fue efectivamente el último tilacino conocido, el consenso científico general coincide en que la especie desapareció durante la década de 1930. Desde entonces, el caso se ha transformado en uno de los ejemplos más emblemáticos a nivel mundial de extinción inducida por el ser humano.

“El tilacino era un animal espectacularmente inusual, por lo que iba a llamar la atención como especie viva o extinta”, explicó Ford. “La singularidad de la especie explica por qué su historia ha calado en la conciencia del público más que la de otras especies. Creo que eso probablemente también contribuye a la tristeza y al carácter icónico de la extinción en todo el mundo”, concluyó.

Una advertencia que perdura

Una pareja de tilacinos (macho
Una pareja de tilacinos (macho y hembra) en cautiverio en el Zoológico Nacional, Washington, DC. (WikiCommons/Baker; E.J. Keller.)

A casi nueve décadas de la muerte del último tigre de Tasmania, su historia se mantiene como una advertencia sobre las consecuencias de la falta de medidas frente a la pérdida de biodiversidad. “En aquellos tiempos… no nos dimos cuenta de que era el último hasta que fue demasiado tarde. De lo contrario, con suerte, los habrían protegido aún más”, reflexiona Bassett en el documental.

Ford, por su parte, subraya que, si bien no es posible revertir las numerosas extinciones ocurridas en Australia durante los últimos dos siglos, sí existe una responsabilidad ética ineludible: “Conocer mejor los problemas que siguen amenazando a nuestras especies nativas implica que tenemos la clara obligación moral de intentar mitigar el impacto que estamos teniendo”.

Finalmente, Bassett hace un llamado a la conciencia colectiva al advertir que numerosas especies continúan enfrentando peligros similares: “Hay muchos animales, insectos y pájaros que, lamentablemente, siguen el mismo camino”. En ese sentido, enfatiza la urgencia de actuar antes de que sea demasiado tarde: “Tenemos que reconocerlos y cuidarlos mientras estén aquí, no esperar a que desaparezcan”.

La imagen del tilacino solitario, confinado en un pequeño recinto de cemento, persiste en la memoria de Peggie Bassett como un recordatorio de lo que no debe repetirse. “Si todavía estuviera allí hoy, no creo que quisiera volver a verlo jamás”, afirmó, dejando en claro que la experiencia dejó una huella imborrable y dolorosa.