Una charla con Sebastián Lelio, el director que ganó un Óscar y provocó el avance de la ley trans en Chile

El responsable de “Una mujer fantástica” y “Desobediencia” habló con Infobae sobre sus nuevos proyectos, su entusiasmo con el nuevo rumbo político en su país, y los riesgos de contar historias queer siendo heterosexual.

Compartir
Compartir articulo
El cineasta chileno Sebastián Lelio, en la entrada de cinemateca de Tel Aviv, donde estuvo para el festival de cine de estudiantes locales.
El cineasta chileno Sebastián Lelio, en la entrada de cinemateca de Tel Aviv, donde estuvo para el festival de cine de estudiantes locales.

Tal vez por su infancia nómade, en las películas de Sebastian Lelio siempre hay escenas en las que los personajes centrales salen a caminar sin destino alguno, para refrescarse, para pensar, para procesar algo que les está pasando. Caminar como una forma de meditar. Es que para este director nacido en la ciudad argentina de Mendoza, y criado entre Chile y Estados Unidos, viajar está en su ADN. Tras vivir unos años en Berlin, está trabajando en Londres antes de instalarse por un tiempo en Chile y luego regresar a la capital alemana una vez más. Se encuentra trabajando en la postproducción de The Wonder, un thriller psicológico ambientado en la Irlanda del siglo XIX con la británica Florence Pugh como protagonista. Es una adaptación del libro de Emma Donoghue que Lelio adaptó para Netflix y se espera que sea uno de los grandes estrenos del año.

Hace unos días, este director tan chileno como cosmopolita hizo una visita relámpago a Israel para participar de la 24 edición del Festival Internacional de Cine de Estudiantes de la Universidad de Tel Aviv. ¿Pudo darse el gusto que se dan sus personajes, pudo caminar por estas ciudades que estaba visitando por primera vez? “Estuve un día en Jerusalén, pude caminar un poquito y también anduve en scooter”, le dice Lelio con una sonrisa a Infobae. “Cuando uno viene por tan poco tiempo, es difícil hacerse una idea, pero me ha gustado mucho Tel Aviv, me gusta la energía que hay y me dan ganas de quedarme más tiempo para poder entenderla mejor”. Sentado en la confitería de la Cinemateca, sede del festival en curso, la entrevista se interrumpe algunas veces cuando un estudiante pasa a saludarlo o a hacerle una consulta breve. Lelio pide disculpas, responde con una sonrisa y continúa la charla. Es uno de los pocos invitados de honor del festival que se muestra amable y accesible con la gente que se le acerca.

El creador de películas como Una Mujer Fantástica, la primera obra chilena en ganar el Premio Óscar a Mejor Film en Lengua Extranjera, y Desobediencia, una historia que resuena particularmente aquí porque está centrada en dos mujeres judías ortodoxas que se enamoran en Londres contra las reglas establecidas en su comunidad, comienza la charla con timidez y luego se va abriendo a conversar sobre su obra, la coyuntura política chilena y la cultura de la cancelación.

—Primero que nada, ¿qué tal ha sido esta visita a Tel Aviv, tan breve pero cargada de actividades?

—Bueno, creo que es la tercera vez que lo intentamos. Antes no había podido por agenda y ahora, como estoy trabajando en Londres, se abrió la posibilidad de venir y resultó. La idea de venir a un festival internacional de estudiantes me pareció super estimulante, y el hecho de que les interesen mis películas, de que las quieran ver, siempre es una sorpresa, es una alegre sorpresa. Uno siempre está tan imbuido de lo que está haciendo en el momento que de pronto te das cuenta de que las películas siguen teniendo una vida, siguen siendo descubiertas y siguen a veces muy vivas.

—Has vivido en muchas ciudades. ¿Cómo te llevas con esta cosa tan nomade?

—Yo creo que eso me formó a mí, de niño nunca viví más de tres años en un mismo lugar. Siempre fui el nuevo y eso me obligó a desarrollar una especie de mundo interior portable, porque me cambiaba de ciudad, llegaba a otro colegio, con otra gente y lo que me llevaba era ese mundo mío. Y después lo que ha pasado en mi vida adulta, también con una alta dosis de nomadismo, tiene que ver con lo mismo: me hace bien el movimiento, me hace bien no estar en mi barrio.

—¿Y hay un sitio donde te sientas más en casa que en otros?

—Me siento en casa en Chile, pero ese es justamente el problema (risas). Como decía [Raúl] Ruiz, Chile es la taberna donde pasas a tomarte la última cerveza antes de irte definitivamente al infierno. Y hay algo de eso.

—O sea que querés jubilarte en Chile, cuando llegue el momento.

—Probablemente… No lo sé. Más de tres años en adelante ya veo demasiado borroso. No lo sé, no tengo un plan predeterminado. Pero si me hace muy bien el movimiento, sobre todo me hace bien estar lejos de mi barrio, lejos de mis coordenadas, para los procesos creativos. Eso siempre me ha resultado muy estimulante y por eso Berlín ha sido una ciudad tan importante para mí.

Lelio tras ganar el Óscar a Mejor Película de Lengua Extranjera, en el año 2018, por "Una mujer fantástica".
Lelio tras ganar el Óscar a Mejor Película de Lengua Extranjera, en el año 2018, por "Una mujer fantástica".

—Tampoco fue planeado que la estadía allí fuera tan larga, ¿no?

—No, no. Al igual que Samanta Schweblin, llegamos por un rato y nos quedamos años. Yo me quedé siete años, ella sigue allí…

—¿Qué fue lo que te cautivó?

—Yo me enamoré de Berlín cuando llegué al centro de un parque que se llama Tempelhof. Es un aeropuerto que decidieron dejarlo tal cual, que la hierba crezca en las pistas de avión, y que hoy en día está en el medio de la ciudad. Y ahí pensé por primera vez: “Tal vez debería quedarme aquí”. Fue como un flachazo. Es que Berlín es una ciudad donde pasan cosas imposibles, es un poco como esa definición del surrealismo, de que es el encuentro de una máquina de coser con un paraguas en una mesa de disección. Eso es Berlín. Yo he visto eso en Berlín en la calle. He visto a una cabeza de caballo artificial arriba de una patineta, al lado de una edición de El Capital de Marx, que la dejaron ahí para que alguien se la llevase. Entonces eso hace que tu cabeza explote.

—¿Y ahora volvés a Chile por un tiempo?

—Desde la pandemia he estado funcionando en Chile pero claro, filmé The Wonder en Irlanda y he estado haciendo la postproducción en Inglaterra, entonces he estado entre esos dos lugares el último año.

—¿Cómo ves la presencia del cine chileno en el plano internacional? En los últimos años, tanto tus películas como las de Pablo Larrain han estado viajando por todo el mundo y con niveles altos de reconocimiento.

—Lo que ha estado pasando culturalmente en Chile, en una ola que viene agarrando fuerza desde la recuperación de la democracia hasta ahora, es una muy fuerte modernización. A un alto precio. Pero, al mismo tiempo, las artes han venido como un sismógrafo sintiendo la necesidad de los cambios, de los ajustes, poniendo la atención en las zonas de conflicto, que son muchísimas. Las películas venían captando esto hace rato. Y las películas que hemos hecho, cada cual desde su ángulo y con distintas intensidades, han venido cantando esta canción. Y ahora ya está encarnado el cambio, está hecho gabinete, está hecho elección, está con los problemas concretos. Estamos escribiendo una nueva Constitución. Y siento que eso, que en la política tuvo su proceso…

—¿Demoró más en la política que en el cine?

—Siempre demora más en la política que en las artes, siento. La cultura chilena ya venía sintiendo esto con fuerza y las películas que han tenido notoriedad están muy conectadas, por alguna u otra razón, por esa necesidad de transformación que ahora ya está encarnada y es evidente por la que Chile está pasando.

—¿Cómo ves al gobierno de Boric que acaba de asumir, tenés esperanza?

—Sí, yo tengo esperanza. El proceso del estallido social en Chile fue desgarrador y, al mismo tiempo, completamente inspirador, para todos nosotros, estar adentro viviéndolo. La sensación de inevitabilidad era gigante. Lo que estaba pasando tenía y tiene una legitimidad que es incuestionable. Ahora, no se produce un ajuste social de esa magnitud de manera higiénica. Siempre es complejo, hay contradicciones, no es limpio, es traumático. Pero yo no veo cómo Chile pudiese haber evitado esta crisis. Y yo creo que, hasta ahora, como se ha ido conduciendo, considerando nuestra historia de golpes militares y de todos nuestros traumas recientes de países latinoamericanos, creo que escribir una nueva Constitución ha sido emocionante, enriquecedor y creo que no hay vuelta atrás en este proceso.

—Chile despertó, podemos decir.

—Sí, Chile despertó pero no es un despertar a un paraíso, despertó a un nuevo nivel de complejidad. La historia anterior que nos unía dejó de unirnos, dejó de ser lo suficientemente seductora como para generar una cohesión social con una fuerza tal que no fuera destructible. Ya no funcionaba el cuento.

—¿Se vive todo esto con una sensación todavía de precariedad?

—Y… ahora es muy difícil lo que está pasando. Como cualquier situación que está llena de potencialidad, está también llena de peligro y entonces es un tiempo muy tenso. Pero creo en la madurez cívica de Chile. Hasta ahora, Boric es un presidente que ha logrado abrazar un espectro que se mueve hacia el centro y en ese sentido se acerca a la moral y al espíritu del 80% que votó por cambiar la Constitución. Cuenta con mi admiración.

—Es la primera vez que te sucede esto, ¿no? En una entrevista de 2009 decías que ibas a votar por el candidato menos malo pero que no había ninguno que te sedujera lo suficiente.

—Es que muchos sentimos que es la primera vez que nuestro lenguaje llega al poder, que la forma de hablar, de pensar, de definir realidad, de hacer realidad, de explicar el mundo, pareciera ser que por primera vez no suena anquilosado y acartonado sino que suena real, a veces demasiado real (risas). Una parte de una transformación profunda pasa por un cambio en el lenguaje, que no es un cambio que pueda ser impostado.

Una escena de su película "Una mujer fantástica".
Una escena de su película "Una mujer fantástica".

—Siempre se ha dicho que Chile es un país conservador. Es un lugar común que uno repite un poco sin saber hasta qué punto es cierto, y quería preguntarte cómo fue para vos todo lo que se generó a partir de Una Mujer Fantástica.

—Es interesante eso, porque creo que efectivamente tiene mucho de lugar común esa idea. Chile es muy conservador pero tiene dos corazones. O sea, es un país conservador pero es también un país que eligió a un gobierno socialista democráticamente, en una experiencia inédita. También es un país que tiene un feminismo muy de punta y muy influyente, muy hermanado con el de Argentina y que ha sido uno de los pilares del estallido del movimiento social. Y de allí viene Una Mujer Fantástica; viene porque Chile es conservador y porque también está la otra energía, porque estaba latiendo lo otro y porque esa dimensión siempre está vibrando. Lo que pasa es que lo conservador ha estado por mucho rato, pero lo que ha pasado en los últimos años expone a las claras una dinámica de Chile que sería difícil calificar de conservadora.

—Y la película, contabas en la clase magistral, ha ayudado a dar la discusión por la ley de identidad de género en el parlamento chileno.

—Si, la reactivó. La presencia de Daniela (Vega), la notoriedad que la película alcanzó y probablemente el Oscar, hicieron que Michelle Bachelet le diera extrema urgencia a la necesidad de legislar; entonces el Congreso tenía una cantidad de meses para discutir y rechazar o aprobar la ley de identidad de género. Bachelet dejó amarrado eso cuatro días antes de que Piñera asumiera, nosotros fuimos al Palacio de la Moneda con el Oscar cuatro días antes de que Bachelet dejara el poder, muy apurados antes de que nos invitara eventualmente Piñera. Y ella tuvo esa visión, de dejar eso amarrado, y el Congreso tuvo que discutirlo cuando ya era un poco tarde para ser tan retrógrados. Y también yo creo que la gente se educó, lo pensó, leyó, lo pensó y que un año y, tanto después del estreno de la película en Berlín, estuvo dispuesta a considerar que la ley era necesaria para el pais.

—¿Este era tu objetivo al filmar o fue una consecuencia imprevista?

—Jamás, jamás. No podría hacer una película con un objetivo así. Pero fue emocionante para todos los que la hicimos ser testigos de la dimensión social que tuvo y sigue teniendo. Cuando empezamos a escribirla, en 2014, no había cómo saber que su temática iba a haber explotado justo cuando se estuviera estrenando. En esos tres años y medio pasaron muchas cosas, entre otras, explotó el Me Too. Se abrió una caja de Pandora y empezó a cambiar una conciencia a nivel global en torno a muchísimos temas. Creo que el Me Too marca un hito, no solo en la industria del cine, sino que a nivel social en general.

—¿Y cómo vivís algunas consecuencias no tan deseadas del Me Too como la cultura de la cancelación, los pedidos de no ver la obra de determinadas personas o de atacar la libertad artística en pos de determinados valores o causas?

—Yo soy un defensor de la libertad artística y creo que no puede ser regulada por un manual de buenas costumbres. Precisamente, la sociedad le da al artista la libertad de explorarlo todo porque necesita que esa función esté en un campo que tenga que ver con la ficción. De otra forma, no quedaría sino explorar en la realidad y eso nos llevaría al despeñadero. O sea, yo creo que las artes cumplen una función de regulación pero al mismo tiempo de expansión de los límites de lo posible. Entonces, regular eso es matar la función misma del arte, es una contradicción vital y cada vez que se ha regulado ha tenido que ver con gobiernos fascistas, totalitarios, con ideologías excluyentes. El arte libre es una señal de que la sociedad es sana.

—Tus películas tienen tres grandes ejes: la religión, la familia y el universo LGBT+. ¿Cómo llevas el hecho de contar historias de gente que no se parece a vos? No sos religioso, que yo sepa…

—No soy para nada religioso.

—Y tampoco sos parte de la comunidad LGBT+. ¿Entonces cómo navegás esas aguas?

—He funcionado a golpes de intuición y no de programa. Mirando hacia atrás me doy cuenta, pero cuando estoy yendo hacia adelante estoy siguiendo una intuición. Haber hecho Gloria en 2013 no tenía un fin programático, estaba siguiendo una idea que me emocionaba poder llevar a la pantalla, que una mujer de 58 fuera el centro de una narrativa. Después, cómo eso encaja en lo que está pasando en términos de evolución social, ya forma parte del misterio de la intuición. Creo que el cine tiene muchas dimensiones y la política es muy importante pero no puede ser la única. El cine es un bicho más complejo y a mí me ha emocionado ver cómo estas películas se han convertido en dispositivos políticos.

—Has hablado de que representar historias de gente tan distinta a vos es posible, a sabiendas de que tenés una responsabilidad enorme a cuestas.

—Claro, no debería haber restricción para nadie de explorar ningún tema, pero encontrando formas de que las voces que han estado excluidas del acceso a la narrativa se expandan. Quiero decir que hay que sumar libertad, no restarla. El acceso a la financiación y los recursos tienen que pertenecer a voces que hasta ahora no lo han tenido, eso es parte también de la ecuación. Y es un tema político y de conciencia.

SEGUIR LEYENDO: