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Todos hemos tenido alguna vez el sueño de dejarlo todo atrás, desaparecer de repente y escapar a algún lugar tranquilo y alejado del ruido excesivo, un lugar donde la vida sea más sencilla y mejor. De vez en cuando, algún valiente se atreve a dar el paso para vivir la utopía y emprende camino a alguna montaña lo suficientemente alta, o a una isla perdida en medio de la nada. De vez en cuando, también, alguien escribe sobre esto y cuando nos llega a nosotros ya la semilla está sembrada, el anhelo irrefutable de querer vivir al margen.
Charmian Clift, la célebre escritora australiana, y su esposo George Johnston, también novelista y reportero de guerra, decidieron embarcarse en esta aventura en los años cincuenta. Dejaron lo que tenían en su residencia en Londres y, después de probar suerte en la isla de Kálimnos, una de las doce grandes islas griegas del archipiélago del Dodecaneso, situada en el mar Egeo, al noroeste de la isla de Rodas, donde se dedicaron a escribir una novela sobre la vida de los buceadores en esa comunidad, se mudaron a Hidra, una isla que en ese momento era conocida por su tranquilidad y belleza natural. En Hidra, ocuparon el centro de una comunidad de artistas, bohemios y soñadores que buscaban una vida más simple y creativa.
Este cambio radical en su vida resultó ser fructífero desde el punto de vista literario. A partir de esta experiencia, Clift escribió dos autobiografías y dos novelas mientras ella y su familia vivían en Grecia.
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La falta de agua corriente y electricidad, junto con la dificultad para adquirir muebles, marcaron los primeros pasos de la familia en su nuevo hogar. A medida que se adaptaban a la vida en la isla y a sus habitantes, Clift encontró material para su escritura en las diferencias culturales y las realidades de la vida en un entorno pobre y aislado.
Sin embargo, el estilo de vida en la isla de Hidra no permaneció inmune al cambio. Con el tiempo, el turismo y la modernidad llegaron para trastocarlo todo. Lo que una vez fue un paraíso en miniatura se convirtió en un destino chic para visitantes adinerados. Los días de tranquilidad y sencillez quedaron atrás, reemplazados por una creciente afluencia de turistas y yates.
Aunque buscaban escapar de la monotonía de las grandes ciudades, la vida en Hidra tenía su precio y pronto Clift y su familia enfrentaron desafíos financieros y personales en su paraíso imperfecto. Los ingresos generados por las ventas de los libros de Clift eran escasos, y la responsabilidad de cuidar a sus tres hijos se convirtió en una carga adicional. La rutina y los desafíos domésticos a menudo eclipsaban la idea romántica de vivir en una isla paradisíaca.
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La llegada del turismo y la modernidad cambió la isla de manera irreversible. A pesar de los altibajos, su experiencia enriqueció la vida de la autora y le permitió dejar un legado literario que perdura hasta hoy y resuena una vez más en las páginas de Los buscadores de loto, de reciente publicación en lengua española bajo el sello Gatopardo.
En estas páginas, Clift se deja la piel mientras relata sus vivencias en la isla de Kálimnos. Día a día, observa atenta la vida en este paraje paradisiaco y se fija especialmente en cómo los hombres de la isla, cada primavera partían en barcos mercantes para recorrer las aguas de la costa de África en busca de esponjas. La travesía a menudo resultaba brutal. Muchos de los hombres no regresaban, y entre los pocos afortunados que lo hacían, más de uno llegaba mutilado.
Al inicio, su intención era escribir una novela sobre la vida de los buceadores, pero el resultado la llevó a su primer libro de no ficción: Cantos de sirena. Este libro, junto con Los buscadores de loto, termina convirtiéndose en un verdadero clásico de la literatura de viajes.
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A pesar de la belleza del lugar, la vida en Kálimnos estaba marcada por la pobreza, el aislamiento y la escasez de recursos. Inicialmente, Clift y su esposo planearon quedarse en Grecia solo un año, pero acabaron viviendo allí durante una década.
A medida que el tiempo pasaba, comenzaron a notar que algunas rutinas eran similares en todas partes, y eso los condujo a un sentimiento de vacío existencial, especialmente a Clift, que terminaría quitándose la vida unos años después, en 1969, ya habiendo regresado a Australia.
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En Los buscadores de litio, que completa las memorias de la autora sobre esta etapa de su vida, la historia culmina con la mudanza de la familia a Hidra. Habiéndose cumplido cien años del natalicio de Charmian Clift, en ese sitio al que dedico tantas páginas, no queda ni rastro de ella. No hay placas conmemorativas en su honor, ni una casa museo que preserve su legado, ni sus libros se ofrecen como recuerdos turísticos. Lo único que permanece, escribe Eduardo Almilñana, es el sol, y un sueño en blanco, deslumbrante y radiante como la propia blancura.
Charmian Clift emergió como un faro literario en medio de las aguas tumultuosas de su tiempo. A través de su obra, exploró la dualidad entre la felicidad y el desencanto, entre el hechizo de lo exótico y la tristeza de lo rutinario. Sus libros de viajes y memorias son una ventana a un mundo de descubrimiento y trauma, donde la alegría y la desdicha se entrelazan en cada pasaje.
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