Tranquilo, Vargas Llosa: en el futuro habrá belleza y pensamiento crítico

El protagonista del cuento “Los vientos”, del Nobel peruano, critica nuevas formas del arte. Sin embargo, la búsqueda tecnológica y el cambio no son nuevos ni hay que alarmarse. El relato se descarga gratis desde acá y se lee en cualquier teléfono, tablet o PC.

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Mario Vargas Llosa y una obra del artista contemporáneo Jeff Koons.
Mario Vargas Llosa y una obra del artista contemporáneo Jeff Koons.

Ciudades paper-free. Cines que cierran, derrotados ante el on-demand en dispositivos portátiles. Novelas a medida escritas por un algoritmo según instrucciones precisas. Hologramas. NFTs. Hay mucho más que una pichula caída en desuso en Los vientos (traducción literal al vernáculo: Los pedos), el cuento de Mario Vargas Llosa del cual todos hablan desde que su divorcio tomó estado público.

El cuento bordea lo escatológico, es decididamente melancólico, y tiene reminiscencias de la Ciencia Ficción. El personaje es un viejo periodista que vive solo en un altillo pequeño en un barrio de Madrid. Le queda un amigo, Osorio, con quien desayuna todas las mañanas y quien le disputa sus ideas apocalípticas sobre el fin del arte que, según nuestro personaje, abandonó las antiguas razones de ser: “aguzar la sensibilidad, hacer vivir el placer de la belleza, desarrollar el espíritu crítico”.

Comienza así una diatriba prolija contra los nuevos modos de hacer y de consumir arte. Mientras camina perdido por Madrid (ciudad querida que describe con detalle y ternura), protesta por la desaparición de las librerías, por el cierre de los cines, por la falta de público en los museos, por los cachivaches que se exhiben en las galerías de arte “convertidas en pequeños circos”, por el modo en que la ópera se ha tornado “un espectáculo multimedia comentado”. Hasta describe una comida desopilante en la casa de ciertos coleccionistas atendida por sus dueños… y sus hologramas respectivos. La tecnología, sostiene, vino a arruinarlo todo.

Los vientos, editado por Infobae Leamos y de descarga gratuita.
Los vientos, editado por Infobae Leamos y de descarga gratuita.

El personaje dice no recordar bien a sus padres y no saber si tuvo hermanos. Se sabe “de otra época”, pero vive en el presente continuo; un presente sin historia y, por lo tanto, sin contexto.

El pasado es confuso, el futuro es distópico; sólo le queda el consuelo de la indignación por un mundo que desaparece junto con él, un mundo en donde los cuadros se veían en museos, en donde se leían a Faulkner y Guerra y Paz, y se iba a la ópera como todo personaje de clase media biempensante.

Osorio no lo dice, pero podría: desde que el mundo es mundo las viejas generaciones critican y, en algún punto, dejan de comprender lo nuevo. Y lo nuevo está casi siempre ligado a un nuevo lenguaje que se hace posible gracias a una nueva tecnología. Pero la tecnología no es un invento del siglo XXI; ni siquiera del siglo XX que nuestro personaje añora. Los cambios tecnológicos son la columna vertebral de los modos de hacer arte, y sus derivaciones son casi siempre imposibles de prever.

Escándalos de ayer y de hoy

Pongamos el caso de la imprenta, que seguramente escandalizó a más de un monje copista que vio peligrar su precioso oficio, pero permitió la circulación rápida de textos que no eran religiosos. La nueva tecnología aceleró el arte de la literatura y la aparición de la prensa (y con ella, la lucha por la libertad de expresión), en modos en que los monjes copistas no pudieron imaginar. Y permitió a Shakespeare leer a Cervantes.

Para el viejo periodista, “desde que se generalizó la costumbre de leer novelas encargadas al ordenador renuncié a leer las que se producen -sería ridículo decir “se escriben”- en nuestros días. Cuando se inventó el sistema parecía una invención más…. Quién iba a tomar en serio una novela fabricada por un ordenador de acuerdo con las instrucciones de un cliente; ‘quiero una historia que ocurra en el siglo XIX, con duelos, amores trágicos, bastante sexo, un enano, una perrita King Charles Cavalier y un cura pederasta!’”.

Mario Vargas Llosa en su ingreso a la Academia Francesa
Mario Vargas Llosa en su ingreso a la Academia Francesa

Lo cierto es que, desde que se inventó, existe la buena y la mala literatura, y se diseñan libros-fórmula especialmente pensados para ciertas audiencias. Pensemos en Corín Tellado, por ejemplo. Que los escriba el algoritmo del Chat GPT no cambia mucho las cosas.

Lo mismo ocurre con las obras de arte: “Qué bueno que no hayan desaparecido los museos todavía… ¿No están acaso digitalizados los cuadros y esculturas que hay en ellos?... Mucha gente prefiere ahora ver los cuadros en las pantallas igual que Osorio. ¡Como si fuera lo mismo ver a un Goya o a un Velázquez o a un Rembrandt originales que en una computadora!”.

Si bien los museos que nuestro personaje adora no están en peligro de extinción, ellos también fueron una tecnología nueva que significó un cambio importante en el modo de relacionarse con las obras de arte. Casi todos datan del siglo XIX y de su pretensión enciclopedista. Fueron pensados para la educación y el goce de grandes audiencias, pero al colgar las obras en galerías sucesivas, perdieron su contexto de producción.

Muchas de esas obras fueron extraídas de iglesias y capillas, y por lo tanto desacralizadas. Hoy admiramos La Virgen y el Niño de Duccio por su novedad narrativa y por su innovación técnica. Los retratos tampoco fueron pensados para estos templos de la belleza: tenían funciones políticas y de consumo privado. Eran instrumentos de guerra y de propaganda. También, imágenes que se mandaban a producir especialmente para arreglar matrimonios.

La Virgen y el niño, de Duccio. Arte que hoy es tradicional.
La Virgen y el niño, de Duccio. Arte que hoy es tradicional.

Cuando los artistas comienzan a independizarse de sus comitentes, su arte empieza a cambiar. Una nueva audiencia de compradores burgueses y de críticos y expertos reemplaza a las cortes y a los papas, hasta entonces los principales clientes de los artistas. Una nueva estética surge de una nueva ética social, que lleva al arte a dos nuevos extremos: a independizarse primero de la voluntad de representación (así surge el arte abstracto), y luego de la voluntad de belleza según el canon clásico.

Pero esto ocurre también porque un nuevo arte había surgido a partir de una nueva tecnología: la fotografía. La daguerrotipia primero y la reproducción mecánica de las imágenes después fueron quizás la innovación más radical que ocurriera en las artes visuales en siglos, cambiando el modo en que miramos y en que recordamos, preanunciando la imagen en movimiento, y planteando el dilema de la obra de arte única vs. la obra reproducida, que sigue hasta el día de hoy.

Nuestro personaje no tiene esto en cuenta cuando visita a la galería Marlborough y se escandaliza con el argumento de venta de las “telas que no existen”, otorgándole al comprador un certificado de propiedad (lo que llamamos NFT, un token), por una obra que puede bajarse de internet. Un ingenioso recurso tecnológico que trata de resolver un problema antiguo y conservador: el de la propiedad de la obra de arte, que no es sólo una preocupación del comprador y del galerista, sino, sobre todo, del autor.

NFT. Una solución al problema de la propiedad del arte digital.
NFT. Una solución al problema de la propiedad del arte digital.

Lo mismo ocurre cuando cuenta su incursión en la galería del barrio Lavapiés, adonde un artista que se hace llamar Gregorio Samsa -como el personaje de La metafomorfosis, de Franz Kafka- muestra “esculturas para el olfato”, muñecos que vomitan y defecan, en una vuelta de rosca (de siglo) del famoso mingitorio de Duchamp.

Por suerte para él, el campo del arte cuenta con un magnífico editor: el tiempo. Mucho de lo que lo escandaliza o encuentra frustrante no va a resistir su paso; otras obras probarán ser poéticas y efectivas para describir nuestra época. Esas perdurarán como perduraron su amada Gioconda, su Guerra y Paz, su maravilloso y sensible William Faulkner. Todas estarán disponibles gracias a alguna de las tecnologías inventadas o por inventarse. Habrá belleza y, seguramente, espíritu crítico. La aparición misma de internet democratiza el acceso y reasegura la libertad de circulación; estas dos condiciones son tan importantes para la existencia misma del arte como la pretensión de belleza y verdad.

Desde que el mundo es mundo todo cambia todo el tiempo. Vargas Llosa lo sabe, claro. Y se divierte construyendo un personaje que muchos toman como su alter ego. Describe con ironía esos cambios tan inquietantes que trae la vejez, el cuerpo que nos abandona, el mundo que dejamos de comprender. Seguro sabe que él morirá tarde o temprano, pero su novela La guerra del fin del mundo vivirá por siempre en papel, en digital, y, si hace falta, memorizado por varios como en Fahrenheit 451. Que así sea.

Quién es Mario Vargas Llosa

♦ Nació en Arequipa, Perú, en 1936.

♦ Es escritor y, junto a Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes, es uno de los exponentes centrales del boom latinoamericano.

♦ Escribió libros como La ciudad y los perros, La casa verde, La fiesta del Chivo, Cinco esquinas y Tiempos recios.

♦ Recibió premios como el Nobel de Literatura, el Cervantes y el Príncipe de Asturias de las Letras.

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