En su primera novela tras ser apuñalado, Salman Rushdie habla de su vida... quizás sin querer

“Ciudad Victoria” es una narración burlona, erótica, irreverente. Puede leerse con un entretenimiento, el placer de contar. Sin embargo, también se convierte en un capítulo de la vida de Rushdie, a la que un cronista macabro quiso ponerle un final en agosto de 2022.

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Salman Rushdie perdió un ojo tras ser atacado en agosto en Estados Unidos por un extremista islámico.
Salman Rushdie perdió un ojo tras ser atacado en agosto en Estados Unidos por un extremista islámico.

En estas horas está saliendo a la venta -en el norte y en el sur- la nueva novela de Salman Rushdie, Ciudad Victoria. Sin duda alguna, lo que más le gustaría al autor -nacido en Mumbai en 1947 y devenido en ciudadano del mundo- es que habláramos de esta nueva entrega de su vasta obra simplemente a partir de sus méritos literarios. O, mejor aún, sobre el goce que produce su lectura. Y no del ataque que sufrió en agosto, cuando un fanático musulmán le dio más de diez puñaladas. Es muy difícil concentrarse en la literatura, pero lo tenemos que intentar.

Tal vez, para imaginarnos este posible abordaje, tendríamos que inventar un lector imaginario. ¿Puede ser que aún exista una apasionada lectora principiante que devore las novelas en un frenesí, sin importarle las biografías de los autores o los contextos históricos y políticos de libros (y sin estar conectada a Internet)?

¿Recuerdan esa etapa de la vida? ¿Cuando el tiempo era elástico? ¿Cuando el cuerpo daba para todo? Cuando, sin querer, te tirabas sobre el sillón al crepúsculo con un libro en las mano y -de repente, como si hubiera pasado un momento nomás- se escuchaban los primeros pájaros de la mañana. Levantabas tu cara de las páginas y las ventanas estaban ya grises con el amanecer. Sin darte cuenta, no habías parado de leer.

Este es el espíritu que hay que traer a la lectura de Ciudad Victoria. Luego habrá tiempo para reflexionar sobre su significado más amplio. Pero en este nivel cero de lectura -despojada de contexto- la novela no revela ninguna de las tramas biográficas del autor. Ni, necesariamente, se podrá determinar el género o edad de quien la escribió. Antes que nada, es un gran entretenimiento.

Abrimos la tapa, vamos a la primera página y, abracadabra, se abre un mundo. La acción está situada en una versión del imperio Vijayanagara, del sur de India, entre siglo XIV y el XVI. Es una narración polifónica, armada en mosaico, burlona, erótica, irreverente. Es puro contar. Siempre quieres saber... ¿y ahora qué pasa?

En el último día de su vida, con doscientos cuarenta y siete años de edad, la poeta, profeta y milagrera -Pampa Kampana- pone final a su poema épico sobre el imperio de Bisnaga. Nos enteramos de entrada que la novela es, en realidad, un resumen en prosa de los acontecimientos relatados en el poema de más de veinticuatro mil versos titulado Victoria y Derrota. El narrador sin nombre nos avisa que la historia busca el entretenimiento y posible instrucción del lector de hoy: “…sea joven o viejo, culto o menos culto, ya busque la sabiduría o le divierten los disparates, gente del norte como del sur, seguidores de tal o cual dios o de ninguno, de miras amplias o de miras estrechas, hombres y mujeres y miembros de los géneros intermedios o de más allá, vástagos de la nobleza y plebeyos de carnet, gente buena y granujas, embaucadores y extranjeros, sabios humildes y tontos egoístas.”

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Como Las ciudades invisibles de Italo Calvino, Ciudad Victoria es una narración sobre cómo se construyen mundos. Tras haber tirado unas semillas y sembrado Bisagna de un día para el otro, se tiene que ocupar de darles vida a sus ciudadanos. Va caminando por las calles de los durmientes seres, aún inconscientes, susurrándoles, “Estos nuevos ciudadanos necesitan historias que les expliquen qué clase de personas son. Si honestas, deshonestas o una cosa intermediaria. La ciudad entera no tardará en tener anécdotas, recuerdos, amistades, rivalidades. No podemos esperar toda una generación para que la ciudad devenga en un lugar real.

Así comienza esta historia. Pero sabemos que Ciudad Victoria también es un capítulo en la historia de Rushdie mismo. Y que esa es una de las historias más conmovedoras de la literatura de este entresiglo literario. Todos sabemos el cuento. El 14 de febrero de 1989, Rushdie tenía 42 años. Llevaba unos meses de gira promocionando su tercera novela, Los versos satánicos, que se había publicado en septiembre del año anterior. Su novela previa, Hijos de la medianoche (1981) había sido recibida con elogios rimbombantes. Ganó el Booker. La vida le sonreía. Pero ese San Valentín del 1989, el mismo día del funeral de su amigo Bruce Chatwin, el líder de Irán, el Ayatola Jomeini, pidió la ejecución de Rushdie por blasfemia contra el Islam.

Visto retrospectivamente, la fatwa contra Rushdie se puede ver como la contracara del optimismo que provocó la caída del Muro de Berlín en noviembre de ese mismo año. El Occidente se vestía de fiesta. Algún cambio sísmico había ocurrido, se pensaba. Francis Fukuyama, rimbombantemente, declaró el Fin de la Historia. Lo de Rushdie era un escándalo, pero, al mismo tiempo, se vivió como una anomalía. Con la caída de la Unión Soviética, más aún, la injusticia sobre Rushdie se veía no como un caso inicial de un nuevo paradigma, sino como una desgracia marginal.

El escritor Salman Rushdie vivió años ocultándose.
El escritor Salman Rushdie vivió años ocultándose.

Por varios años, Rushdie vivió en la clandestinidad; al comienzo, más famoso por sus circunstancias que por su arte. Pero pronto se acomodó y eligió la escritura como su forma de resistencia. Sin rencor y sin convertir sus desgracias en material para su ficción. Volvió a salir al mundo, sin guardaespaldas, sin temor. Se hizo ciudadano de los Estados Unidos. Retomó la vida de un hombre de letras, un dandy de alto calibre en Manhattan.

La autora real de Ciudad Victoria es Pampa Kampana. Ella crea el imperio y le da forma. En un traspié, el narrador oculto nos cuenta, “Fue así como Pampa aprendió la lección que todo creador, inclusive el propio Dios, debe aprender: una vez que has creado a tus personajes, tienes que apechugar con las decisiones que tomen. Ya no tienes la libertad de rehacerlos a tu antojo. Son lo que son y hacen lo que hacen.”

Catastróficamente, el guionista macabro de la vida de Rushdie quiso ponerle un capítulo final a su vida hace seis meses. El 12 de agosto del año pasado, un soleado viernes a la tarde en el bucólico pueblo de Chautauqua en el estado de Nueva York, Rushdie se presentó frente a una audiencia para dar una charla. Y pasó lo que siempre estuvo latente: un atacante, vestido de negro, se le tiró encima apuñalándolo en la cara y el cuerpo muchas veces, dejándolo al borde de la muerte. Como el Ayatola Jomeini en su momento, el atacante de Rushdie, un triste joven anónimo, no había leído a Rushdie. La ponencia que iba a dar el novelista de 75 años era sobre los Estados Unidos como un refugio seguro para escritores perseguidos.

Salman Rushdie, sin embargo, como sus mismos personajes, resiste contra las narraciones que se le imponen desde una inteligencia cósmica. En Ciudad Victoria, Pampa Kampana le dice a un amante: “Bukka, Bukka -musito-, la vida es un balón que sostenemos entre las manos. Depende de nosotros decidir a qué jugamos con él.

No hay dudas que esto también es una convicción del creador de Pampa Kampana. Las últimas fotos de Rushdie lo muestran sonriendo, mirando fijo a la cámara, con uno de sus lentes de sus anteojos de vidrio negro. Parece un pirata jocoso. Parece el autor de una novela tan efervescente, alegre y abundante como Ciudad Victoria.

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