
Tres periodistas con vidas muy diferentes y ajenas, una Lima distópica, la exageración del “periodismo ciudadano” y un reality show para conocer al próximo alcalde de la capital peruana. Eso es en resumen Matalisuras, la nueva novela de Christian Reto.
Infobae conversó con el escritor peruano acerca de la génesis de este libro de cerca de 300 páginas, la política peruana, el periodismo y la anécdota que le salvó la vida gracias a la tecnología.
—¿De dónde salió la palabra Matalisuras, el programa periodístico del que lleva el nombre de la novela?
—Esa es una consulta recurrente, y cuando la oigo no sé qué responder. Y entiendo la curiosidad; es un nombre pegajoso. Como Matalaché. Imagino que cuando lo inventé seguí ciertas reglas marqueteras, como esa de bautizar a una marca con un nombre que no significa nada (Kodak, por ejemplo). Pero supongo que yo, Reto, el autor, no tengo la potestad para responder. Digo, responder desde nuestra realidad; pero sí desde la ficción, desde el universo del libro, así que esto es un bonus track que no incluí en la obra: El Lobo y otros productores del canal se reunieron para decidir cómo se llamaría el programa de entrevistas cuya misión era vapulear a candidatos a la alcaldía; pensaron en el “matamos menos”, en referencia una infame frase de Jorge Trelles (exvocero fujimorista), luego en el juego de infancia “Matagente”, que sonaba crudo e infantil al mismo tiempo. Al final quedó Matalisuras. Porque sonaba a nada. Como Kodak.
—En Matalisuras hay una crítica a los medios de comunicación peruanos con sus noticias virales o este reality show, sin embargo, hay un grupo de periodistas, como El Lobo, intentando salvarlo. Tú eres periodista, ¿eres pesimista o aún crees que se puede ‘salvar’ el periodismo peruano?
—Sí, existe tal crítica a los contenidos informativos. Hace más de 90 años, imagínate, Huxley en su ensayo Revolutions decía: “El entretenimiento es una ocupación a tiempo completo, importante y regulada”. O sea, el ocio está al alcance de la mano y los medios se prestan a ello.
A mí me sorprendió que algunos matutinos serios difundieran por un tiempo —no sé si hasta ahora— videos de gatos o un recuento de los mejores memes que dejó un partido de la selección de fútbol. Pero entiendo cómo piensa alguien que autoriza ese contenido. De hecho, hasta cumple con la norma esencial del periodismo: informar. E informar viene de informare; dar forma, interpretar. Entonces, ¿qué es mejor, que te llegue al WhatsApp un video viral sin cortes o que el noticiero de turno difunda ese mismo video con la voz y narración de Fernando Llanos? Pero no soy un paradigma periodístico para criticar.
Como periodista he disfrutado y propuesto artículos y entrevistas de un tono más relajado (pero ojo, no por eso menos riguroso, porque con la información no se juega). Mi protagonista, el Lobo, tampoco es un hombre de prensa ideal. En parte, si intenta salvar al periodismo local es porque detesta el periodismo ciudadano y la prensa que ha convertido la noticia en entretenimiento. Su motivación es egoísta y revanchista; y sus métodos son criticables. Por otro lado, lo primero que se debería salvar o educar es la exigencia del televidente o lector. Si se le ensaña a no comer chatarra, no lo hará. Pero la grasa con todas las temperas siempre gana.
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—¿Crees que la política peruana es un reality show?
—¿Qué no? Mira nada más cómo se desarrollan los debates presidenciales o municipales que son televisados. Los postulantes en contienda son capaces de prometer, soltar disparates e insultarse para ganar o llamar la atención. Y eso incluye regalarnos a Forsyth en un video con un discurso lleno de referencias al anime para ganarse el voto y el kokoro de los electores ‘otakus’. La historia, como una broma sincronizada, nos recuerda que mientras Orwell escribía 1984 salía al aire el primer programa de cámara escondida. Pues bien, la política mundial, no solo la peruana, es un reality show porque la cámara ya no está tan oculta.
Tengo una explicación; aunque algún video-ensayo de un youtuber podría ilustrarlo mejor que yo: los políticos defienden una ideología, ergo, su discurso preserva una postura, una declaración, un statement. Si tú te levantas temprano y tonteas por el centro de Lima, podrás ver a dos congresistas rivales desayunando juntos en el Sheraton. Ah, pero en el hemiciclo se dirán de todo en defensa de su credo. ¿Por qué? Porque allí los están grabando; son coherentes con su statement frente a cámaras. La cámara (de un canal o de un celular) modifica el comportamiento de las personas, los hace seguir un guion. Todos sabemos posar. Bad Bunny tirando el celular de una fan (mientras otro lo graba) no es soberbia; es parte de su statement como cantante urbano.
—Los congresistas en Matalisuras utilizan los videos que suben los ciudadanos para deshacerse de sus rivales. Aunque el libro es una distopía, no estamos tan lejos de esa realidad. ¿Hubo una investigación previa con respecto a casos de algunos parlamentarios?
—En efecto, en la novela el material de los reporteros ciudadanos se usa como arma contra los rivales. Pero eso no tendría efecto sin la complicidad de los medios de comunicación (como se describe en el libro). Chuponeo hubo bastante y los vladivideos se tumbaron todo un régimen. Pero, en particular, recuerdo un caso jocoso que me llamó la atención en su momento.
Allá por 2006, el congresista Torres Caro fotografió a sus pares Velásquez Quesquén y José Vega en una juerga en Sao Paulo, donde bailaban samba de lo lindo, un recreo post Parlamento Latinoamericano. Las imágenes eran para reír, incluida una de Vega dejándose levantar por detrás por un hombre. Es obvio que la idea de Torres Caro era quemar a sus colegas. Este tipo quería ser un paparazzo. Lo más loco es que cuando el Congreso lo suspendió solo a él por su payasada salió con: “Hubiéramos caído los tres. Mi error fue tomar las fotos”. Torres Caro era un adelantado al reporterismo ciudadano. A mediados del año pasado, salí con una amiga al bar Maldeamores de Barranco y Torres Caro llegó junto a una dama y ocuparon una mesa. Lo reconocimos al toque y recordamos lo que acabo de contar y, por tener un souvenir de ese ‘avistamiento’, le tomé una foto con el celular. Torres Caro se dio cuenta que lo fotografié. No solo me miró; me escaneó. ¿Quién más que él para saber de lo invasiva que puede ser una cámara?
—Matalisuras me hizo recordar a la película Nightcrawler, que se trata, en cierta manera, sobre el periodismo ciudadano, ¿cuál crees que es el límite del periodismo ciudadano?
—Nightcrawler es una buena mención de tu parte. El protagonista de la película es un desempleado, se gana la vida deshonestamente, no lo contratan porque es ladrón y comercia con lo robado. Un día descubre que se puede hacer plata vendiéndole noticias rojas a los canales. Su experiencia y vida, hacen que se convierta en un reportero que entra a casas sin permiso para grabar, y hasta llega a mover un cadáver donde haya luz para hacer una mejor toma. Kapuściński decía que el periodismo es gregario porque depende de la opinión de los demás; el extremo de ello es el periodismo ciudadano. Pero este tipo de prensa cojea por gente que, como el personaje de Nightcrawler, no puede ser reportero por el solo hecho de portar una cámara; necesita una formación ética.
Fotografiar al expresidente Alan García en una camilla a punto de morir no es ético. Hoy las imágenes que no deberían difundirse son virales. Si Platón viviera y se metiera a Twitter, se alarmaría porque vivimos una sociedad dominada por lo que él despreciaba y entendía como doxa; habitamos un mundo plagado de millones de opiniones formadas no desde el conocimiento, sino desde lo mero perceptible.
La trama de Matalisuras es curiosa en ese aspecto, porque, como parte del proyecto estatal de periodismo ciudadano, la novela presenta a los ‘editores’, una suerte de purgadores de lo que se debe publicar y lo que no, para así evitar que la doxa banal impere. En teoría, eliminan lo desagradable que grabaría cualquier ciudadano sin tino y sin formación periodística. Lo paradójico que ese filtro les permite borrar lo que no les conviene.
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—La adicción tecnológica es peligrosa, pero también te salvó la vida en algún momento tal como escribes en la dedicatoria: “A mi yo del 13 de julio de 2013 que sobrevivió a un balazo pero perdió un Blackberry”.
—Claro, esta es una historia personal que ahora cuento con desparpajo para amenizar reuniones o citas, pero cuando estuvo fresca me dolía. Hay narradores que se centran en su experiencia, de allí que abunde la autoficción. En mi caso, y en particular en el Matalisuras, por ser una distopía especulativa, me rijo por las ideas, por el fondo. Igual lo que contaré, me doy cuenta, no deja de tener correspondencia con varias aristas del libro.
A mediados de 2013, caminaba de medianoche frente a las instalaciones de Latina, luego de tomar unos tragos. Un taxi se estaciona frente a mí, se bajan dos tipos, los veo con intención de meterme en el carro, me sujetan, la adrenalina me obliga a forcejar, escapar y correr en zigzag. Mientras corro suena un disparo. Al oírlo, me freno, como rindiéndome, se acercan, me quitan mi Blackberry y se largan. Minutos después, me arde el brazo y lo siento húmedo. Me habían disparado de espaldas, a traición, apuntando a la cabeza, pero, increíblemente, perforó el brazo que estaba en movimiento. Es un evento traumático. De pronto, los de Latina, por estar cerca, me graban sin permiso saliendo herido de una ambulancia hacia la clínica San Felipe. De hecho, no podía quedarme allí. Que la familia de un herido de bala busque clínica para trasladarlo en plena madrugada es un estigma. Pocos te quieren aceptar. Una bala es sinónimo de delincuencia. Al día siguiente, internado, la policía llegó para preguntarme una sola cosa: ¿qué hacía un chalaco en Jesús María? Bueno, era su chamba; la pregunta debía estar en su manual.
Los medios me buscaron, llegaron a mi casa; vendieron bien su idea, estábamos en el gobierno de Humala y la inseguridad ciudadana crecía. “Con el testimonio de un periodista queremos concientizar al gobierno”, decían. Recuerdo que salí en vivo en un noticiero de ATV. Yo soy recontra sarcástico; pero esa vez estuve muy educado. Lo peor fue que, a mi parecer, me lanzaron una sugerencia desubicada: “¿Entiendes que lo mejor es dejarse robar a forcejear con el ladrón?”. El conductor pretendía que razonara en un momento de supervivencia. Él no estuvo allí para saber lo que pasa por la cabeza de alguien que de pronto tiene un carro al frente, ¡un auto fungiendo de taxi!, alguien que teme un secuestro, que lo lleven a cajeros a vaciar sus cuentas y luego lo rematen. Porque sí, esos pensamientos, en un segundo, pasaron por mi cabeza. Mi pareja de ese entonces, que también era periodista, me sugirió no declarar más. Que haya huido me salvó. Que los delincuentes hicieran ruido con el disparo los hizo solo quitarme el celular y fugar de una zona seudo residencial.
Por otro lado, no soy muy gadgetero. El mercado de celulares, sus precios, el estatus que da, es algo que no entiendo. Hasta hace un año, si no fuera por la ‘obsolescencia programada’, me hubiera quedado con un móvil que aún tenía un botón físico (en plena época de pantalla táctil total) de lo más feliz. Por la ambición del último modelo roban teléfonos.
—Hay algo que me llamó mucho la atención y son los problemas personales de los periodistas. Debido a la inmediatez de la noticia actualmente, hay muchas personas que creen que debemos estar 100% conectados sin pensar que los periodistas también tenemos problemas personales como cualquier persona.
—Claro, es porque es parte de nuestro statement demostrarle a la gente que estamos pendientes de todo, que permanecemos “bien informados”, que la profesión es un apostolado que no admite descanso. Si la novela abunda en detalles de la vida personal de sus tres protagonistas, es adrede. Un texto de Mijaíl Bajtín me ayudó a moldear personajes creíbles; así que era imposible que solo los describiera como periodistas. La idea es mostrar su personalidad como gente de prensa y como seres humanos o cotidianos. Ivana tiene un carácter fuerte, dilemas y conflictos con su madre, hermano y compañeros de trabajo. Está en una lucha constante con su moral; pero frente a cámaras sabe que tiene que ser la conductora de Matalisuras. El ‘Lobo’ es un callejero, se siente desubicado en su casa, comete errores; en la profesión lo ven como un capo de capos. Adrede, también, el único que no puede separar la vida personal de la laboral es el personaje de Fabián. Su nostalgia, su adicción a la música afectan su desempeño.
No lo había visto, pero sí, Matalisuras es un libro cuya columna vertebral es el reportero ciudadano (la persona que quiere ser periodista), pero cuyos personajes principales son todo lo contrario (periodistas que buscan ser personas reales). No había de otra al momento de concebir estos personajes. He convivido con varios periodistas. Nos contamos nuestros dilemas. Brindamos, escuchamos música, vamos al cine, nos preguntamos qué leemos, nos reímos. También la cagamos.
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