El AirBnB de Daniel Balderston queda frente al Zoológico, a cuatro o cinco cuadras del escenario del Diario de la guerra del cerdo. Podría decirse que está en un territorio más acorde con Bioy Casares, aunque tampoco está lejos del otro Palermo, el Palermo de Borges en el que cuchilleros y malevos se movían como héroes míticos. A menos de diez minutos está la manzana pareja que persiste en el poema “Fundación mitológica de Buenos Aires” —Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga—; podríamos ir caminando, pero la llovizna del invierno nos hace entrar en un bar de República Árabe Siria y Gutiérrez.
—¡Señor, señor! —dice una mujer cuando entramos—. ¡Señor! —insiste más fuerte. Grita.
No hay nadie en el bar. Sólo ella, su marido, y ahora nosotros: Daniel Balderston, Adrián Escandar, que va a hacer las fotos, y yo. Los tres tardamos en darnos cuenta de que los gritos son por Balderston.
—Señor, yo estuve el otro día en el Centro Cultural Borges y quiero decirle que usted es un genio. ¿Usted es periodista? Póngalo en la entrevista: diga que el otro día el señor estuvo brillante.
Daniel Balderston dirige el Borges Center de la Universidad de Pittsburgh y la revista Variaciones Borges, que lleva más de 50 números publicados con artículos académicos, de investigación y crítica sobre el gran escritor argentino. Balderston es una referencia ineludible en la obra de Borges, a quien estudia desde hace más de cuarenta años. Entre sus libros se pueden señalar El precursor velado: R. L. Stevenson en la obra de Borges (reeditado por Eduvim en 2019), ¿Fuera de Contexto? Referencialidad Histórica y Expresión de la Realidad en Borges (Beatriz Viterbo, 1996), Borges, realidades y simulacros (Biblos, 2000).
Está de visita en Argentina para presentar dos libros imprescindibles que explican cómo escribía Borges: El método Borges (se publicó el año pasado por Ampersand, con traducción de Ernesto Montequin) y Lo marginal es lo más bello (Eudeba, 2022). Son dos volúmenes que funcionan como un hermoso monstruo bicéfalo que recogen los largos años de trabajo sobre los manuscritos y papeles perdidos de Jorge Luis Borges.
—Ustedes prepararon este recibimiento, ¿no? —dice, entre risas. Y borgianamente pide que la entrevista sea con la señora, que seguramente ella va a dar respuestas más interesantes.
Balderston sabe que es una suerte de celebridad de culto entre los borgianos. Estos días dio varias entrevistas, y participó en talleres y conferencias en Buenos Aires y Montevideo. Hoy, lunes, presentará sus libros en el Malba con Luis Gusmán y Luis Chitarroni. Es las 19, con entrada libre.
—¿Qué aportes le da el estudio de los manuscritos, lo que se llama crítica genética, a la obra de Borges?
—Lo desmonumentaliza. Lo saca del pedestal de la perfección de la prosa y el verso, y muestra que llegaba a través de un proceso arduo, de verter sobre la hoja muchísimas posibilidades, de ir escogiendo, puliendo, pensando el ritmo, etc. Permite reconstruir los pasos de esos textos famosos. En La muralla y los libros, por ejemplo, pudimos reconstruir todo lo que consultó sobre China: ponía en el margen izquierdo las fichas bibliográficas precisas —qué párrafo, qué verso — de lo que usaba. A veces anotaba citas traducidas, a veces las ideas. Los manuscritos muestran una relación muy cercana con las lecturas. Muchos decían que Borges tenía una erudición falsa, y el 99,5 por ciento de las citas son precisas. Eso lo dicen sus manuscritos. Hasta pone la palabra “verificar” en mayúsculas.
Muchos decían que Borges tenía una erudición falsa, y el 99,5% de las citas son precisas
—También habla de cómo Borges borronea los datos: poner en tensión la veracidad de una fuente es una forma del escritor.
—Esconde muchas citas. En El método Borges hay un par de ejemplos. La cita de Conrad al final de “El inmortal”; el verso de Kipling en “El hombre en el umbral”. Están sin comillas, un poco irreconocibles, pero son traducciones de citas.
—En Lo marginal es lo más bello, usted también muestra la importancia del Martín Fierro en Borges, que es mayor de la que se pensaba.
—Sus opiniones varían mucho dependiendo de las décadas. Cambia de opinión cuando empieza a decir que es una novela y no un poema épico, con lo que se posiciona en contra de Lugones y Rojas, y del uso en los manuales escolares. Yo creo que el Martín Fierro le interesa por muchos motivos. Borges tenía una memoria extraordinaria para los octosílabos y la poesía popular. En el diario de Bioy cita muchísimos y hasta recita poesía popular obscena. El Martín Fierro y Ascasubi son muy importantes para él, y los pone en contacto con textos circundantes no necesariamente literarios. Borges está muy interesado en cómo se inventa una literatura popular. Yo lo pondría en relación con lo que dice sobre la milonga y el tango, y el famoso ensayo “Séneca en las orillas”, que después es “Inscripciones en los carros”. Para él no existía la superstición de una superioridad de las lecturas cultas con respecto a las demás.
Borges está muy interesado en cómo se inventa una literatura popular. Para él no existía la superstición de una superioridad de las lecturas cultas con respecto a las demás.
—Durante años se creyó que el primer cuento de Borges había sido “Pierre Menard, autor del Quijote”, y después se supo que no era así. ¿Cuál fue el primer cuento de Borges?
—Los primeros están en Textos recobrados. Son textos sobre la guerra de trincheras de la primera Guerra Mundial claramente influidos por Kafka, a quien él dice en una nota que reproduzco en El método Borges que lo había leído en alemán entre 1916 y 1918. Borges fue uno de los primeros lectores que, viniendo de otras lenguas, se fijaron en Kafka antes de que fuera Kafka. Algunas personas llegaron a la ridícula conclusión de que Borges no tradujo “La metamorfosis” por casticismos en la versión que salió en Revista de Occidente… que tenía correctores españoles. Pero él dice le dice a Victoria Ocampo en una nota que reproduzco que sí lo había traducido junto con otros cuentos. Borges viene traduciendo e imitando a Kafka desde los años 20, así que para cuando escribe “La lotería de Babilonia” y “La biblioteca de Babel” ya lo tiene internalizado.
—¿Por qué, entonces, decide —o decide decir— que su primer cuento es Pierre Menard?
—Borges decide decir muchas cosas en las entrevistas. En las entrevistas en español dice que leyó el Quijote en inglés...
—Sí: tampoco es verdad.
—… y en las entrevistas en inglés dice que por supuesto lo había leído en español. También dice que aprendió alemán leyendo a Heinrich Heine con un diccionario. Estudió cuatro años alemán. Yo creo que lo hace para burlarse de la idea de Funes, que había aprendido latín leyendo a Plinio.
—Es que uno siente que Borges es un estratega constante y, si dice que su primer cuento es “Pierre Menard”, no parece que sólo fuera un chiste.
—Julio Premat acaba de publicar un libro [Borges. La reinvención de la literatura] donde argumenta, entre otras cosas, la importancia de “El acercamiento a Almotásim”, que es una incursión en ese terreno varios antes de Pierre Menard. Los cuentos de Historia universal de la infamia son calcos de lectura. Es decir que la idea de reescribir cosas ajenas viene de antes. Hay que recordar que la inmensa mayoría de las entrevistas y el Ensayo autobiográfico son del tiempo en que ya era famoso. Y cuando era famoso le encanta molestar al entrevistador. Provoca. Dice cosas, pero no todo eso es verdad.
—En Borges: el misterio esencial, de Willis Barnstone, que incluye conversaciones en universidades norteamericanas, Borges cae en varias imprecisiones. La más evidente, para mí, es sobre el “Poema conjetural”, que dice que lo escribe durante el peronismo, cuando, en realidad, lo escribió tres años antes.
—Lo escribe en el 43, pero lo lee en Montevideo en el 45 al final de una charla sobre poesía gauchesca. Perón llega por las urnas al poder al año siguiente, pero en el 45 ya era una figura importante. Borges reconoce en ese poema una intervención sobre un asunto político que le importa y que, después, va a desarrollar en “El escritor argentino y la tradición”, en “El culto de los libros” —que es una respuesta a “Alpargatas sí, libros no”—, en “Destino escandinavo”, en “El pudor de la historia”, donde dice que los grandes acontecimientos son producciones de directores de cine. Hay una serie de textos del 51 al 53 en los que claramente usa sus lecturas y sus ideas literarias para intervenir en el debate público.
—Menciona “El escritor argentino y la tradición”, sobre el que escribió en El método Borges. Ese texto es crucial para la literatura argentina, pero ¿cómo lo lee un lector de los Estados Unidos?
—Yo creo que ese ensayo cobra intensidad en los debates en torno a la condición poscolonial y su importancia excede la Argentina y Latinoamérica y llega hasta a los escritores de África y Asia. Desde el 80 para acá, se lee así. A mí me interesa como objeto, porque hay dos juegos de apuntes: tres páginas en un cuaderno, tres hojas sueltas donde no desarrolla mucho el argumento, luego lo presenta en el Colegio Libre de Estudios Superiores, y la versión que se publica dos años después en Cursos y conferencias se basa en una versión taquigráfica. No lo corrige; hay errores de puntuación y sintaxis en la versión publicada.
—Pero está también en Discusión.
—Sí, lo pone en la segunda edición. Lo publica en Cursos y conferencias en el 53, en Sur en el 55 y en Discusión en el 57. Lo de Discusión es pura casualidad: como Otras inquisiciones ya se había publicado en el 52, en la segunda de Discusión acomoda ensayos publicados después. Lo mismo pasa con Ficciones: la segunda edición tiene “Tres versiones de Judas”, “El sur” y “El fin”, que son más parecidos a los de El Aleph. Pero la primera edición de El Aleph es del 49 y la segunda del 51. Como la segunda edición de Ficciones es posterior, pone esos cuentos aunque no tengan el mismo aire de familia. Borges descuidaba los libros.
SEGUIR LEYENDO