“Estamos predispuestos a la imagen”: el español Manel Loureiro presentó en Latinoamérica su novela ‘La ladrona de huesos’

El escritor nacido en Pontevedra, el único autor español que ha estado entre los más vendidos de The New York Times, presentó en Colombia su más reciente libro y conversó con Infobae sobre su recorrido.

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Diseño a partir de fotografías: Jesús Aviles /Infobae.
Diseño a partir de fotografías: Jesús Aviles /Infobae.

[”La ladrona de huesos” puede adquirirse, como libro electrónico, en Bajalibros, clickeando acá.]

Manel Loureiro (Pontevedra, España, 30 de diciembre de 1975), el único autor español que ha estado entre los más vendidos de The New York Times, estuvo en Bogotá presentando su más reciente novela, “La ladrona de huesos”, un thriller policiaco enmarcado en el famosísimo Camino de Santiago.

“Necesito más café antes de seguir”, le dice a la persona que nos presentó tan pronto llega al sitio en el que me citaron para entrevistarle. “No sé por cuál taza voy, pero si no tomo más, no voy a dar”. Lleva el cabello, entre cano y grisáceo, desordenado sobre la cabeza, viste una camiseta que dice algo así como “No puedes evitar lo que eres”, y trae puesta una chaqueta de cuero que lo hace ver como un harlista.

Loureiro lee todo lo que pasa frente a los ojos, porque es eso, antes que cualquier otra cosa, un lector. Aquello me lo confirmaría unos minutos después, habiendo hablado sobre su nueva novela La ladrona de huesos, que trata de una mujer de 41 años que ha perdido parte de su memoria y lucha por recuperarla. Se llama Laura y, sin saber muy bien cómo, termina metida en un lío que involucra también a su pareja, Carlos. Si ella quiere volver a verlo, tendrá que hacer lo que le dicen: robar los huesos del apóstol Santiago en la Catedral de Santiago de Compostela.

Para hacerlo, Laura solo tiene siete días y junto a ella, los lectores le daremos la vuelta al mundo, yendo de Madrid a Moscú, y de ahí a México, donde un sinfín de personajes nos hará sentir que, mas que un libro, estamos viendo una película. “Y no es que yo quiera escribir de esa manera”, dice Manel. “Lo que pasa es que todos nosotros ya vemos el mundo de esa forma. Estamos predispuestos a la imagen”.

Foto: Santiago Díaz Benavides.
Foto: Santiago Díaz Benavides.

Con esta novela coral, el escritor español volvió al genero con el que ha conseguido éxito entre los autores más leídos en España y otros países. El thriller somete al lector desde las primeras páginas y no le da tregua. “Venimos consumiendo este tipo de libros desde hace mucho, lo que pasa es que ahora parece que le interesa más a los editores”, comenta.

¿Qué implicó la caracterización de un personaje como el de Laura, cuya cabeza es tan compleja y es casi que el escenario que más habita el lector durante la novela?

— Es una pregunta compleja, pues exige explicar algo con anterioridad. Los personajes femeninos a mí me atraen muchísimo. Me ofrecen la posibilidad de dar muchos más matices. Hombres y mujeres a nivel racional somos exactamente iguales. Hay hombres listos y mujeres listas, hombres tontos y mujeres tontas, buenos y malos, buenas y malas. A nivel emocional sí que hay una diferencia. Eso es maravilloso porque es también lo que nos atrae.

Nosotros tenemos una tendencia frente a los problemas y es tratar de embestirlo, de derribarlo. Es una actitud muy masculina esa de querer liquidar todo tipo de problemas. La actitud femenina, en cambio, es mucho más tangencial. Cuando se presenta un problema, ellas lo rodean, le dan vueltas, lo estudian. Así saben bien cómo atacarlo desde diferentes ángulos. Esa mentalidad femenina, en un thriller como este, me interesa mucho más que si tuviera a un tipo que se mastica el problema de entrada. Me gusta la idea de tener un personaje que lo vaya desmenuzando hasta dar con la clave exacta, que puede no ser la solución más aparente sino fruto del pensamiento lateral.

Eso es algo que uno como lector agradece porque cuando se plantea el problema de la puerta cerrada y no se puede salir de la habitación, el pensamiento lateral femenino, en este caso, el de Laura, va a sugerir que no saldremos por la puerta sino por la ventana. Eso es maravilloso, te deja la sensación de asombro que te va a arrastrar a lo largo de toda la historia.

Construir a Laura, entonces, exigía meterse de lleno en esa cabeza, que para un hombre es ya bastante complejo, poder intuir en qué momentos hablaba, cómo lo hacía, cómo razonaba, cómo sentía. Además de ser mujer, este personaje trae una complejidad añadida y es que ha sufrido un episodio de amnesia retrograda por estrés postraumático. No recuerda nada de su vida que tenga más de un año de antigüedad. Eso, al momento de construir un personaje, es una putada. No se puede decir de otra forma. Normalmente, un escritor utiliza el pasado del personaje para definirlo, para que los lectores empaticen con ella. Aquí yo no tuve esa herramienta, con lo cual tuve que ir reconstruyendo el pasado de Laura al mismo tiempo que lo hacía ella. Fue un desafío total, pero también fue sumamente divertido, por el ritmo tan ágil que fue tomando la historia.

En comparación con sus libros anteriores, “La ladrona de huesos” es realmente una novela de personajes. Las acciones, al margen de ellos, por sí solas no se sostendrían. Y esto es algo que ha venido explorando en su obra en el último tiempo.

— Esta es una historia coral. Hay muchos personajes. Estoy de acuerdo contigo en que cada vez me gusta más trabajar los personajes, caracterizarlos, montarlos bien. No había llegado a la conclusión de que todos y cada uno de ellos, incluso el más secundario, deben tener algo en su historia, se use o no en el desarrollo de la trama, que les permita ser protagonistas. Aquí lo he aplicado y me he dado cuenta de que esto les dota de una personalidad que hace que sean mucho más importantes cada una de sus intervenciones y las consecuencias de sus relaciones con los demás personajes.

¿Existen referentes para haber logrado esto, para decidirse a trabajarlo?

— No existe un referente concreto. A mí me pasa una cosa y es que estoy obsesionado con los detalles. Me fijo en todo. Voy acumulando experiencias. Yo defino mi oficio de escritor como si fuera un vampiro ambulante que va robando escenas de la vida cotidiana y las va guardando, como las ardillas, que van almacenando un montón de nueces para no pasar hambre durante el invierno. Bueno, pues así lo hago yo. Muchos de los personajes que aparecen en mis historias surgen de gente con la que he compartido y los utilizo en entornos totalmente distintos. Me resulta mucho más fácil visualizarlos, focalizarlos y dotarles de una vida, aunque ellos no lo saben, evidentemente. Tú mismo ahora podrías terminar metido en todo esto. Puede que en un tiempo, meta la mano en el bolsillo y saque esta nuez que me he dejado guardada.

Cuidado con quien termine como tu personaje, entonces.

— Solo los que me caen mal acaban muriendo.

(Risas)

Hablemos un poco de cómo ha sido todo después de haber sido un autor que escribía en un blog a uno de los escritores españoles más vendidos en Estados Unidos.

— Todo suma. Me gusta pensar que todavía estoy aprendiendo. Los futbolistas, por ejemplo, tienen su etapa de desarrollo entre los 22 y los 26 años. Ahí explotan o se caen. Hacia los 35 o 37 años ya están al final de su etapa creativa, por llamarlo de alguna manera. Aunque hay excepciones, claro. En ese momento, la carrera de un futbolista ya está en franca decadencia. Ahora bien, en cuento a los escritores, se supone que el pico de creatividad de un autor está entre los 50 y los 70 años, con lo cual, soy un alevín. Todavía me queda muchísimo por recorrer.

Día a día tengo la sensación de que aún estoy aprendiendo a navegar, a trazar esas primeras líneas del mapa. Eso significa que cada vez puedo hacerlo mejor, porque todavía no he encontrado mis límites. Además, es una maravillosa cura de humildad. Cuando piensas que algo está demasiado bien hecho, tienes la sensación de que en un futuro lo leerás y querrás viajar a ese pasado para poder decirte: “A ver, esto no se hace así”.

Foto: Santiago Díaz Benavides.
Foto: Santiago Díaz Benavides.

¿Cuál es su opinión respecto al curso actual del thriller como género y su ferocidad en materia comercial, no solo en España sino en casi todo el mundo?

— El thriller ahora mismo es, quizás, el género de moda. Los géneros tienen picos, como los temas. La novela negra, la novela histórica, los dramas, el testimonio. Justamente hoy, uno de los autores de los que más se habla en España es el suizo Jöel Dicker, que la ha sacado del estadio con sus novelas. Junto a él, hay un montón de gente que está haciendo cosas muy brillantes en el mundo del thriller y yo creo que responde un poco a la coyuntura de la etapa actual que vive el mundo. Vivimos en un tiempo de mucha ansiedad, en un mundo que intenta salir de un pequeño apocalipsis y, de repente, parece enfrentarse a otro. Esto, literariamente hablando, llama y gusta mucho, pero no es algo de hoy. El thriller se escribe casi que a la par con los grandes conflictos sociales del siglo XX y no parece querer agotarse, de momento Es un género muy agradecido, pues permite tratar de desconcertar al lector, mantenerlo ahí, y es una de las formas más cercanas que tienen el cine y la literatura de confluir en un terreno narrativo común.

Hablando de cine, ¿existe alguna influencia en su obra?

— Por supuesto. Y en todos nosotros, a decir verdad. No es que un autor vea esta u otra película o siga de cerca la obra de un director. Tiene que ver con lo que tenemos en la cabeza. Somos hijos de la generación audiovisual, hemos crecido merendando delante del televisor. Hemos ido al cine un montón de veces. Esto hace que en nuestras cabezas tengamos acumulados un montón de códigos. Lo que un escritor hace con eso, como es mi caso, es meterse en la cabeza del lector y con total desvergüenza urgar en esos códigos, usarlos para contar una historia y manipular el impacto que esta pueda llegar a tener.

Cuando Benito Pérez Galdós escribió Trafalgar no podía hacer algo distinto a describir una batalla naval en varias páginas, pues el lector no tenía los medios para visualizar aquellas escenas. No había forma, salvo que lo hubieses presenciado. Ahora, si yo te hablo de un día a bordo de un navío, aunque nunca te hayas montado en uno, ya sabes cómo es, porque lo has visto, porque tienes el código en la cabeza gracias a lo que el cine te ha dado. Si te describo una escena que tiene lugar en un cuarto de baño y tras la cortina de la ducha se encuentra una mujer, la puerta está abierta, el vapor impregna toda la habitación y gotas de agua caen por los azulejos. Tú ves esa figura de la mujer tras la cortina, a trasluz, y de repente una mano se acerca y sostiene un chuhillo. Yo intuyo qué sonido estás oyendo en tu cabeza. Todas las piezas ya están en nosotros y a eso le apuestan la literatura y el cine, a explorar en nuestra tendencia a fusionar las narrativas.

¿Cómo es el Manel Loureiro que se dedica a leer?

— Bastante ecléctico. Leo de todo, primero por gusto, y después por deformación profesional. Soy un lector compulsivo desde que tenía 8 o 9 años. Además, soy un bibliófilo sin remedio. Mi mayor vicio es acumular libros. Y más que una pulsión, es una cuestión de amor. Me enamoré de la literatura desde muy temprano y siempre he tenido la certeza de que a lo largo de mi vida habrá un libro cerca.

¿Y cómo define esa vida? ¿Cómo define su obra hasta este punto?

— Suerte. No soy más que un tipo con suerte. Si esta no hubiese estado el día que yo empecé a escribir un blog, no estaría aquí. Si la suerte no hubiese estado el día en que ese blog se hizo viral, no estaría aquí. Si la suerte no hubiese estado el día en que ese blog se transformó en un libro porque un editor, casualmente, tropezó con él y le gustó, no estaría aquí. Si la suerte no hubiese hecho que mis libros fueran mejores uno tras otro, no estaría aquí. Eso es todo, pura suerte.

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