Apuntes para distinguir la verdadera poesía: sobre “Prosas fugaces”, de Mercedes Roffé

La poeta argentina radicada en Nueva York reflexiona sobre el hacer poesía, la insatifacción de casi todo lo que se lee y cuál es la búsqueda. El libro también es un diario y lo ronda la preocupación sobre grupos discriminados.

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Mercedes Roffé publica "Prosas fugaces"
Mercedes Roffé publica "Prosas fugaces"

Ecos y brillos asoman ya desde el título: Prosas fugaces trae la voz de Rubén Darío y sus Prosas profanas, y ofrece una nueva entrega de microensayos, ese género con el que Mercedes Roffé —la poeta argentina radicada en Nueva York desde hace años— había deslumbrado a sus lectores en su libro anterior, Glosa continua. Se trata de un conjunto de breves —a veces brevísimos— textos en prosa, que proponen reflexiones en torno a la creación poética y que funcionan en su condensación como iluminaciones:

Un puente, un río, un cielo… son hijos de dos madres: la idea de puente y la idea de belleza, la idea de río y la idea de belleza, la idea de cielo y la idea de belleza.

Por eso la realidad inmediata también puede ser radiante. Tanto cuanta sea la irradiación de belleza que recibe en su instancia encarnada.

Cada pasaje deja en su camino una estela de reverberaciones. La misma idea de resonancia establece su correspondencia con aquello que decía el poeta alemán Gottfried Benn: “Las palabras toman vuelo y dejan caer de sí milenios”. Consciente de este poder de las palabras, Mercedes Roffé une su voz a las voces de la tradición que la acompañan y la constituyen. Canta con ellas y por eso entre texto y texto se intercalan citas, que ya son parte de su voz: “La cita hecha sangre”, dice la poeta y va desplegando un diálogo con un amplio conjunto de autores y autoras, algunos no tan difundidos, como Susan Howe o Kathleen Raine, que son una invitación a ampliar la biblioteca.

Mercedes Roffé engarza su voz a estas otras voces, pero también las discute. En esa torsión que va de “profanas” a “fugaces”, de aquello que está fuera del templo de lo sagrado a lo que se dibuja en el cielo, las prosas de Roffé asumen la perspectiva desde la cual la poeta percibe el mundo, o los mundos, una percepción en la que la palabra poética puede ser un puente. Dice en el texto titulado “Mis dos mundos”:

No importa que la meta sea en sí inalcanzable, no importa que el ideal quede por siempre diferido. Importa lo que moviliza, lo que inspira, lo que ayuda a intuirse siquiera como posibilidad. Me gustaría ir más lejos y dejar planteada al menos la pregunta acerca de si la poesía —y otras aproximaciones a la experiencia artística— no pertenecería, precisamente, más a la esfera de lo real —es decir, lo abstraído, intuido, incorpóreo, adivinado, contemplado— que a la de la realidad inmediata.

Alejandra Pizarnik, una de las autoras en las que Roffé reconoció "la verdadera poesía".
Alejandra Pizarnik, una de las autoras en las que Roffé reconoció "la verdadera poesía".

Y esta es una de las preocupaciones centrales de estos ensayos y probablemente de toda la obra de Roffé: la búsqueda de aquello que permita distinguir la verdadera poesía, aquella que la poeta reconoció tempranamente en San Juan de la Cruz, Garcilaso, José Asunción Silva o Pizarnik. Pero esa excepción, ese estado de gracia, según Roffé, muy pocas veces se alcanza, y advierte —sin eludir polémicas— sobre la “inmediatez del mostrar o del publicar” y sobre la insatisfacción que produce mucho de lo que se lee: “Hablo del noventa por ciento de todo lo que leemos, de todos los idiomas y de todas las épocas”.

Pese a ello, pese a que “ningún poema es tan excelso como esperamos que sea la poesía” (la cita es de Donald Hall), persiste tenaz la búsqueda de la poeta:

Hemos decidido dedicar una vida, una vida entera, la nuestra, a eso, a ese ideal de plenitud que una y otra vez se nos escapa.

Esta preocupación reaparece en otros ensayos, porque este es un libro de motivos que vuelven como un eco, con variaciones y resonancias múltiples. Así ocurre, por ejemplo, con la traducción, tema sobre el que Roffé reflexiona en varios de estos textos, especialmente en relación con sus efectos en la propia escritura, por eso a la hora de elegir qué traducir Roffé prefiere a los y las poetas que hacen algo distinto, cuya traducción le permita “abrir posibilidades de nuevas poéticas en mi lengua”. El motivo de las traducciones deja también este pasaje fugaz:

La traducción latina de un texto árabe lleva por título “De chemia” (De la química). El título del original era “Agua de plata y tierra estrellada”.

Otra preocupación que atraviesa Prosas fugaces es la discriminación, en particular la de las mujeres y la de la comunidad judía. Roffé advierte sobre la recurrencia de ficciones que demonizan a las mujeres y sostiene: “No hay tal cosa como ese feminismo extremo que cada tanto les sirve para adjudicarles un agente externo, anónimo y colectivo, a su propio pánico”.

Roffé se detiene varias veces en los casos de artistas outsiders, aquellos que han traspasado los límites de su arte para explorar otros lenguajes. Nombra, por ejemplo, los dibujos de Michaux, las tintas de Victor Hugo, el violín de Paul Klee, entre otros. Este interés es, sin duda, un modo de indagar en la propia experiencia de Mercedes Roffé en otros lenguajes, como el de las artes plásticas o la fotografía. Pero también una manera de pensar este libro: estos ensayos son también un “fuera de campo”, un modo de lanzarse hacia afuera, de explorar otras aproximaciones entre mundos.

Los textos de Prosas fugaces se pueden leer como las entradas de un diario de escritor, y en serie con otros, como los de Pizarnik, los de Abelardo Castillo o los de Piglia, por nombrar algunos de los escritores argentinos que han ido nutriendo esta tradición no tan común en nuestra literatura. Hay algunos textos de Prosas fugaces que nos ofrecen esa ilusión de acercarnos a cierta intimidad de la poeta, acompañarla a un museo o a una actividad cotidiana. Pero los textos de Roffé eluden toda anécdota personal que no esté ligada estrechamente con la experiencia estética. Y otro rasgo: cada entrada es una pieza pulida, y aunque fragmentaria, consciente de su participación en una totalidad.

Genealogía de escritoras

Prosas fugaces se lee también en línea con la genealogía de ensayos de escritoras, especialmente de poetas, muchos de ellos citados, como los de Muriel Rukeyser, Denise Levertov y Olga Sedakova. En el juego de armónicos y reverberaciones que propone este libro, cabe nombrar algunas obras locales, más o menos recientes, que dialogan con él y alimentan esa familia de libros luminosos: La obligación de ser genial, de Betina González, que también indaga en el oficio de escribir y arrima su eco cuando dice que “lo escrito nunca está a la altura de nuestra imaginación”. Y especialmente Inundación, de Eugenia Almeida, tal vez porque tanto ese volumen como Prosas fugaces son libros de ensayos pero parecen estar más cerca de la poesía.

Para la autora de esta nota, "Prosas fugaces" se incribe en una tradición de la que también participa "La obligación de ser genial", de Betina González.
Para la autora de esta nota, "Prosas fugaces" se incribe en una tradición de la que también participa "La obligación de ser genial", de Betina González.

La escritura de un poema es “como la traducción de un silencio, de un patrón rítmico, o el vislumbre de una palabra o frase aún no articulada”. Y algo de eso hay en estos textos: Roffé entra al ensayo con la sensibilidad y la intuición con que llega al poema. Los hace hablar desde el silencio. La forma breve, el pequeño formato, abonan esta cualidad: las entradas de este libro están rodeadas de silencio, vienen de él, son ensayos “apenas murmurados”. Dice Roffé:

La absoluta intensidad del sentimiento o la intuición que expresa el poema no dura más que lo que dura el poema y lo que nos quede de él.

Y con estas palabras parece estar aludiendo también al carácter fugaz de estas prosas, con las que el poema comparte la capacidad para capturar en un instante un fragmento verdadero, al que “no se suele llegar sino por ráfagas de (sin) sentido”.

Lo dijimos al pasar, pero conviene volver sobre otro aspecto: la unidad del libro. Cada texto es una isla, pero a la vez es parte de un archipiélago con el que comparte una materia común. Los temas que se reiteran son hebras que se van entrelazando unas a otras formando un tapiz. O un collage, cuyos materiales diversos se combinan en una unidad que los trasciende. El haz de motivos que habitan este libro va diseñando esa figura rítmica. Una “música del sentido”.

Prosas fugaces no es un libro erudito (aunque Mercedes Roffé lo es). Es un libro de iluminaciones que se dejan regir por el entendimiento pero sobre todo por la intuición y la belleza.

Prosas fugaces (fragmento)

«¡QUÉ BIEN ESCRIBE!»

Sale en el periódico un artículo firmado por un fiscal que desde hace años inspecciona las cárceles de su ciudad y denuncia abusos, maltrato, malas condiciones de vida… La nota —una radiografía del infierno— se complementa con una foto de agencia en la que, por entre las rejas, salen los brazos y manos de los presos, pul- cros, blanquísimos, sin un rasguño, ni un vello de más. Lo mal escrita que está la nota —por pretender educir esa ajada interjección, «¡Qué bien escribe!»— me incita a denunciarla. Y no sólo por mal escrita sino por lograr distraer, con su artificiosidad, del punto de la cuestión, que no es precisamente su estilo. Sólo me retiene el hecho de que el hombre está dado a una causa noble, aun si del preso que visitó no nos dice nada, más que su condición infrahumana en una celda inmunda. Con la intención de elegir algunas citas para fundamentar un artículo, consulto una antología donde se reúnen poemas del poeta que debo reseñar. Pero el libro no se abre en ningún poema sino en una especie de crónica sobre un encuentro en el que se debatían algunas experiencias claves de los poetas de esa generación. Le sigue otra crónica, esta vez sobre la lectura de una poeta ampliamente admirada que probablemente tuviera lugar en ese mismo marco. Otra vez: la voluntad de estilo sofoca todo lo demás. Se oye el esfuerzo. Se oyen palabras como forceps tratando de educir la misma interjección: «¡Qué bien escribe!» [Las itálicas aquí no indican sino el temblequear de una voz profundamente conmovida.] Cómo circunvalar el mandato de escribir con el fin de procurar el beneplácito. Cómo lograr poner la mira en que no se note, en que no se haga notar, en que no destelle. Cómo procurar que así tal vez la prosa no trastabille en el escorzo que deschava la constante voluntad de seducir, su asmática ansiedad por aspirar al prestigioso título de «escritura».

Quién es Mercedes Roffé

♦ Nació en Buenos Aires en 1954. Vive en Nueva York desde 1995.

♦ Es poeta, traductora y editora

♦ Entre sus libros están El tapiz (1983), Cámara baja (1987), La ópera fantasma (2005) y Las linternas flotantes (2009).

♦ Su obra se tradujo en Italia, Canadá e Inglaterra.

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