
La leyenda de El Dorado, la supuesta ciudad perdida del oro en el corazón de Sudamérica, ha cautivado a exploradores, escritores y soñadores durante siglos. Su promesa de riquezas incalculables impulsó expediciones, inspiró tragedias y dejó una huella profunda en la cultura popular.
Aunque su origen se encuentra en rituales indígenas en la actual Colombia, la búsqueda de El Dorado se transformó en una obsesión europea que, como relata National Geographic, nunca condujo al hallazgo de la mítica ciudad, pero sí a innumerables historias de ambición y misterio.
El ritual en el lago Guatavita
El mito de El Dorado nació en las alturas de los Andes, donde los conquistadores españoles del siglo XVI escucharon relatos sobre una tribu que celebraba la llegada de un nuevo jefe con una ceremonia singular en el lago Guatavita.

Según las versiones recogidas por National Geographic, el líder tribal se cubría de polvo de oro y, junto a su pueblo, arrojaba oro y joyas al lago para apaciguar a una deidad acuática. Este ritual, que habría terminado a finales del siglo XV tras la conquista de la tribu por un grupo rival, fue el germen de la leyenda.
Los españoles, impresionados por la abundancia de oro entre los pueblos de la costa norte sudamericana, imaginaron que debía existir una fuente aún mayor de riquezas en el interior del continente. Así, el jefe dorado pasó a ser conocido como “El Dorado”, y el lago Guatavita se convirtió en el epicentro de la codicia europea.
La fiebre por encontrar la ciudad dorada movilizó a algunos de los exploradores más célebres de la época. Gonzalo Jiménez de Quesada y Francisco de Orellana, ambos españoles, así como el alemán Philipp von Hutten, lideraron expediciones en busca de El Dorado.
En 1545, los españoles intentaron drenar el lago Guatavita y lograron recuperar cientos de piezas de oro en la orilla, aunque el supuesto tesoro sumergido en las profundidades permaneció fuera de su alcance.

Tragedia y ambición: la expedición de Raleigh
La búsqueda no se limitó a los conquistadores ibéricos. El cortesano inglés Sir Walter Raleigh organizó dos viajes a la región de Guayana. Durante su segunda expedición, en 1617, envió a su hijo Watt Raleigh río arriba por el Orinoco, mientras él permanecía en el campamento base en la isla de Trinidad.
La misión resultó desastrosa: Watt Raleigh murió en combate contra los españoles. Según el arqueólogo Eric Klingelhofer, citado por National Geographic, la noticia de la muerte de su hijo enfureció tanto a Raleigh que acusó al mensajero de negligencia, quien, abrumado, se quitó la vida en su camarote.
En tanto, Raleigh regresó a Inglaterra, donde el rey Jacobo lo condenó a la decapitación por desobedecer la orden de evitar conflictos con los españoles. En resumidas cuentas, las consecuencias de la búsqueda de El Dorado fueron devastadoras para muchos de sus protagonistas.
Más allá de las muertes en combate y las penalidades de las expediciones, la obsesión por la ciudad dorada condujo a tragedias personales, como el suicidio del miembro de la expedición de Raleigh y la ejecución del propio explorador inglés. Estas historias, recogidas por National Geographic, ilustran el alto precio de perseguir un mito que nunca se materializó.
Un símbolo cultural persistente

Con el paso del tiempo, la leyenda de esta ciudad perdida evolucionó. Como explica el folclorista Jim Griffith en declaraciones a National Geographic, “El Dorado cambió de ubicación geográfica hasta que finalmente pasó a significar simplemente una fuente de riquezas incalculables en algún lugar de América”.
La ciudad dorada dejó de ser un lugar concreto para convertirse en símbolo de la búsqueda incesante de fortuna y de los sueños imposibles. Su influencia se extiende hasta la actualidad, presente en la literatura, el cine y los videojuegos. El profesor José Oliver, del University College London, sostiene que la persistencia del mito responde a un deseo colectivo: “queremos que sea cierta”.
La fascinación por El Dorado sigue viva, alimentando nuevas interpretaciones y manteniendo el enigma en el imaginario global.
Así, la historia de El Dorado no solo narra la búsqueda de una ciudad perdida, sino que refleja la eterna aspiración humana por alcanzar lo inalcanzable, una búsqueda que, como sugiere la propia leyenda, nunca parece tener fin.
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