
En 1831, la publicación de Nuestra Señora de París marcó un antes y un después en la historia de la Catedral de Notre Dame, que este fin de semana vuelve a vivir otro hito con su reapertura luego del devastador incendio de 2019. La célebre obra del dramaturgo y novelista francés Víctor Hugo, además de narrar una historia de amor, cumplió un papel inesperado: recuperar el interés colectivo en el emblemático templo gótico que había caído en un estado de abandono y corría peligro de ser demolido.
Tras los estragos generados por la Revolución Francesa, en los que Notre Dame había sido saqueada y profanada, el escritor puso de relieve en su novela su valor histórico y artístico, en tiempos en que el arte gótico era menospreciado. Con la fuerza de su pluma, alentó al gobierno francés a tomar medidas para preservar el patrimonio histórico.

La historia de Esmeralda y Quasimodo
Nuestra Señora de París, compuesta por once libros, atrapa con el amor entre dos personajes que habitan en extremos opuestos de la sociedad francesa: Quasimodo, el jorobado campanero de Notre Dame, y Esmeralda, una joven, bella y generosa gitana. La relación entre ambos, signada por la tragedia, deja en evidencia la crueldad medieval. Quasimodo, sordo por el tañido de las campanas y con una gran joroba, es presentado como un ser temido, que genera rechazo por su fealdad. Puede ver solo con un ojo, por su cara deforme. Su aislamiento en las alturas de Notre Dame lo convierte en un paria, incapaz de comunicarse con el mundo más allá de las campanas que cuida con devoción. Hugo lo describe como un joven de unos 17 años, fuerte y ágil, tal vez por el ejercicio diario de moverse por los techos de la catedral.
La gitana bailarina despierta pasiones a su paso. El archidiácono Claude Frollo, padre adoptivo del campanero que lo cría desde que lo dejan abandonado en las inmediaciones de la catedral, se obsesiona con ella, la persigue y decide secuestrarla. Ordena entonces a su protegido Quasimodo que lo hiciera con la excusa de “protegerla” del resto de los gitanos. El secuestro no se concreta debido a la intervención del capitán Febo de Châteaupers, a quien sí corresponde Esmeralda, aunque éste tiene una relación con una joven que pertenece a la nobleza, Flor de Lis. El episodio desata furia del pueblo contra Quasimodo, quien es azotado en la plaza. Y en ese momento, Esmeralda, movida por su compasión, le ofrece una vasija de agua. Es el momento en que él se enamora perdidamente de la bella gitana quien le había dispensado un trato amoroso, que él desconocía.

Los celos de Frollo llevan a apuñalar a Febo y Esmeralda es acusada de un crimen que no existió y es condenada a la horca. Quasimodo, desesperado por protegerla, la lleva a la catedral, invocando el derecho de asilo. Pero no logra su cometido. Finalmente, venga a Esmeralda tirando a Frollo desde una de las torres de Notre Dame, pero no puede evitar su ejecución.
El epílogo de la novela deja una imagen inolvidable: en la tumba de Esmeralda, dos esqueletos entrelazados—uno de ellos deforme—yacen juntos. Quasimodo había muerto abrazado a su cuerpo.
La obra de Víctor Hugo, que con su estilo inspiró a otros célebres escritores, como Honoré de Balzac y Gustave Flaubert, fue adaptada a varios formatos fílmicos y teatrales. Primero tomó forma de un cortometraje de cine mudo bajo el nombre de “Esmeralda” en 1905, apenas 10 años después de que los hermanos Auguste y Louis Lumiére presentaran el cinematógrafo en el Grand Café de París.
Luego tuvo otras versiones mudas, que en realidad no lo eran del todo porque las películas estaban musicalizadas. Más adelante, se estrenaron versiones del cine ya sonoro. La de 1959 tuvo como intérpretes a Anthony Quinn y la curvilínea Gina Lollobrigida. En 1996 dio el salto a los dibujos animados con la versión de Walt Disney. Eso no fue todo, se filmaron películas para la televisión, un musical francés en 1998, obras de teatro y ballet.

Un descubrimiento inesperado
Por mucho tiempo se creyó que Quasimodo, el jorobado de Notre Dame, era fruto de la imaginación de Víctor Hugo. Sin embargo, un hallazgo realizado en el siglo XXI sugiere que el autor pudo haberse inspirado en un personaje real: un jorobado que trabajó como carpintero en la restauración de Notre Dame durante la época del escritor.
La clave de este descubrimiento proviene de las memorias de Henry Sibson, un aventurero británico del siglo XIX, de oficio escultor, cuyos textos compuestos por 7 volúmenes fueron adquiridos por la galería Tate de Londres y a dados en conocer en 2010. Sibson, que trabajó en París en los años 1820, describió en sus escritos a un jefe escultor jorobado que prefería mantenerse alejado de sus compañeros de taller. Según Sibson, este hombre—cuya identidad nunca llegó a conocer del todo—era una figura notable por su dedicación al trabajo y su carácter reservado.
Sibson también mencionó a Monsieur Trajan, un compañero escultor al que describió como paternal y bondadoso, quien tenía una relación cercana con el jorobado. En uno de los proyectos en los que colaboraron, Sibson escribió cómo “Monsieur le Bossu” (el señor Jorobado) solicitó específicamente que lo contrataran, mostrando su influencia y autoridad en el entorno laboral. Una vez confirmada la existencia de un jorobado, la siguiente pregunta para los investigadores fue: ¿pudo Víctor Hugo llegar a conocerlo?
En los años veinte del siglo XIX, el arquitecto Étienne-Hippolyte Godde estaba el frente del proyecto, que incluía la restauración de parte de la nave norte del templo. Y Víctor Hugo había alzado la voz respecto del nuevo diseño, dado que él junto a un grupo de notables pretendían que se le diera un estilo más cercano al gótico. Gracias a este debate con el escritor, se estableció en 1830 del Comité Histórico de Artes y Monumentos, y él se convirtió en la cara de esta demanda que, finalmente, comenzó a llevarse a cabo en 1844.
La posibilidad de que Víctor Hugo conociera al escultor jorobado no es descabellada. Los historiadores señalan que, en aquella época, Hugo vivía en el sexto distrito de París, muy cerca del taller donde trabajaban los escultores encargados de la restauración de Notre Dame. Además, registros como el Almanaque de París de 1833 confirman la presencia de Monsieur Trajan en la misma zona, lo que coloca a ambos personajes en proximidad tanto temporal como geográfica con el autor.
Otro detalle intrigante es el vínculo indirecto entre este jorobado y una de las obras más reconocidas de Hugo. En el manuscrito inicial de Los Miserables, el protagonista se llamaba Jean Trajean, un nombre que luego fue modificado a Jean Valjean, pero que parece evocar el nombre del Monsieur Trajan mencionado por Sibson.
Aunque no hay pruebas concluyentes de que el jorobado mencionado por Sibson sea la inspiración directa para Quasimodo, la coincidencia resultó fascinante. Este descubrimiento agrega una dimensión histórica a un personaje que habita en el imaginario colectivo desde hace casi dos siglos.
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