Lo perdió todo más de una vez. Y ese todo es bastante acertado. Después de muchos años, de décadas, logró resurgir. Y lo que pensó que ya no era para él, llegó. Reconocimiento del público, veneración por parte de sus colegas, un súper grupo, éxitos en los charts. Pero tampoco pudo disfrutar ese momento. Un infarto terminó con él justo cuando había logrado volver. Tenía tan sólo 52 años, un talento enorme y una serie de tragedias personales casi imposible de resistir. El dolor detrás de esos anteojos negros era demasiado real, insoportable.
En orden cronológico: el desengaño amoroso, la viudez, el incendio de su casa, la muerte de dos de sus hijos, el derrumbe de su carrera. El destino se ensañó con él, no le dio tregua. Sus canciones tristes, la mayoría compuestas antes de todas las tragedias, son la banda de sonido perfecta, la única compañía que los solitarios aceptan.
Roy Orbison nació en Texas el 23 de abril de 1936, hace 85 años. Desde muy chico había mostrado su interés por la música, pero al llegar a su juventud, cantantes consagrados quedaban maravillados con su voz profunda, melodiosa y oscura. Eso lo animó a intentar ser profesional. Empezó cantando country y rockabilly. Johnny Cash llamó a Sam Phillips del sello Sun (que en ese tiempo había grabado a Elvis por primera vez) y le dijo que debía incorporarlo. Obcecado, Phillips respondió que a él nadie le decía quien sacaba discos en su sello. pero pocos meses después, se cruzó una noche con Orbison y reconoció su talento de inmediato. La relación entre el cantante y el productor fue breve y poco fructífera. Phillips no solía ser prolijo ni generoso en el pago de regalías. Roy Orbison buscó nuevos caminos. Su estilo fue decantando hacia el rock. Elvis había explotado y todos iban tras él.
Roy no podía bailar, tampoco le interesaba. En el escenario se lo veía rígido, reconcentrado, como si quisiera que cada espectador fuera ciego y sólo deseara escuchar. Toda su atención la ponía en su garganta. Traje negro y una guitarra. El pelo ordenado y teñido cayendo con una ondulación sobre la frente. Y los anteojos negros, que lo ocultaban, que no dejaban ver su mirada, que, todos sabemos, es triste. Desgarradoramente triste.
En la primera mitad de la década del sesenta llegaron los hits. Más de veinte canciones en el Top 40 en cinco años. Algunos clásicos inexpugnables.
Cuando escribió Only The Lonely junto a Joe Melson, el mundo de la música y en especial la industria discográfica le habían mostrado su dureza. Ya tenía 26 años y una esposa y tres hijos. Sabía que era difícil hacerse un nombre. Pero le quedaba el recurso de hacer grabar el tema por algún artista de mucho éxito. Hasta el momento su mayor fuente de ingresos habían sido los derechos de autor de una canción que los Everly Brothers le habían grabado como lado B de un single exitoso. Intentó con ellos pero la rechazaron. También se la hizo llegar a Elvis Presley: el arco dramático de la canción estaba pensado para la voz y el histrionismo de El Rey, pero Presley también dijo no. Así que Orbison decidió entrar de nuevo al estudio. El tema ascendió en los charts hasta llegar al número 2. Su voz, que parecía de origen inmaterial, provocaba cimbronazos en el público. Se convirtió en una presencia frecuente en los distintos shows televisivos. La leyenda cuenta que Elvis, al escuchar la canción en la radio, fue hasta una enorme disquería y compró todas las copias del simple. Y que las regalaba a cada amigo que veía, conminándolos a escuchar esa canción, esa voz.
A partir de ese instante los hits llegaron aluvionalmente. In Dreams, Blue Bayou, Crying, Running Scared, It´s Over. Pero todavía el más grande de todos, no había sido escrito.
Una tarde de 1964 Roy componía en su casa junto a Bill Dees. Claudette Freddy, su esposa, los interrumpió y le dijo a su marido que iba de compras y que necesitaba efectivo. Dees quiso hacer un chiste y sentenció: “Una mujer bonita nunca necesita plata”. Esa ocurrencia fue el inicio de su mayor éxito. La dupla tuvo la canción lista en menos de una hora. Oh Pretty Woman lideró los rankings a ambos lados del Atlántico por varias semanas. Cuando Claudette volvió no imaginó que había inspirado uno de los grandes temas de los sesenta.
La relación con Claudette había comenzado cuando ella era adolescente. Tras un breve noviazgo se casaron. En los últimos tiempos la pareja se había resquebrajado. Ella sostenía que él no le prestaba demasiada atención, que viajaba demasiado. Roy sospechaba que ella tenía un romance oculto con el arquitecto que les estaba construyendo su nueva casa. Se separaron unos meses pero se volvieron a reconciliar. Esa dinámica se repitió en varias oportunidades. Pero en junio de 1966 estaban juntos de nuevo. A ambos les gustaban las motos. Una tarde manejando juntos en una ruta, Claudette perdió el control de su moto y chocó contra la parte trasera de un camión. Murió en el acto.
Dos años después, en 1968, mientras Orbison se presentaba en un festival inglés, llegó el llamado macabro, aquel que le demostraría que nada de lo que había pasado hasta el momento era tan terrible como eso. Su casa se había incendiado y en el siniestro habían muerto sus dos hijos mayores.
Durante un tiempo Roy no supo cómo seguir adelante. A su hijo menor, el único sobreviviente, lo mandó a vivir con los padres de él. Tiempo después conoció a Barbara Jakobs, una chica alemana de 18 años. Se casaron enseguida. Tuvieron otros dos hijos.
Antes de que comenzaron a acontecer las desgracias, Roy Orbison, tras el boom de Oh Pretty Woman, se convirtió en alguien codiciado por las discográficas. La canción vendió más de 7 millones de copias. Al vencer el contrato con Monument Records, lo contrató MGM. La cifra pagada fue millonaria. Los planes eran ambiciosos. Varios discos y cinco películas. Pero el primer lanzamiento resultó un fracaso comercial. Lo mismo ocurrió con la película, la única que llegó a filmarse de las 5 comprometidas. La Invasión Británica había ganado la pelea. Y Roy, entre las terribles y repetidas desgracias personales y el cambio de época, empezó a perder conexión con su público. Se convirtió en un consumo nostálgico, de otro tiempo. Casi para no pensar, para no detenerse a mirar lo que había pasado siguió tocando en cuanto pueblo y festival fuera contratado. Sus discos ya no se vendían a pesar de que él lo seguía intentando.
A principios de los ochenta algunos covers de sus temas registrados por artistas consagrados (Linda Ronstadt, Don Mac Lean), algún dúo con Emmylou Harris y la aparición de una de sus canciones en escenas claves de Blue Velvet, la película de David Lynch, hicieron que su figura tuviera un empujón pero no el necesario como para revivir una carrera que parecía anquilosada.
Había esperado demasiado tiempo. Pero todo llegó de golpe. Orbison habrá soñado en sus años horribles en un regreso. Pero nada de lo que pudo haber soñado se compara con lo que le empezó a suceder a fines de los ochenta. Propuestas discográficas, admiración a voz viva de los máximos referentes, honores y, por supuesto, la invitación a formar parte de los Traveling Wilburys.
Los más jóvenes se debían preguntar quién era ese hombre de pelo teñido y anteojos negros parado entre esos monstruos del rock. George Harrison, Bob Dylan, Jef Lynne y Tom Petty. Una reunión de amigos hoscos reconvertido en súper grupo (luego de esta unión de talento, gloria y leyenda nadie puede dudar que los Wilburys fueron el súper grupo por excelencia; los demás empalidecen ante él). El disco, desparejo, parece brillar en cada intervención de su voz y con la soltura de Harrison. Los que no sabían quién era, descubrían por qué lo habían invitado apenas cantaba la primera nota.
Parecía mucho más viejo que el resto pero sólo tenía 52 años.
Ese no fue el primer contacto con Harrison. En la primera mitad de los sesenta, Roy tocó en shows junto a los Beatles (también lo hizo con los Stones y con los Beach Boys). Lo contrataron para tocar en Inglaterra. Al llegar, le informaron que él salía primero, que los que cerraban eran los Beatles, un grupo que Orbison nunca había oído mencionar. No podía entender cómo le hacían eso a una estrella como él. ¿Qué es un Beatle?”, preguntó. “Algo así como yo”, le respondió John Lennon que justo pasaba por detrás de él. Los de Liverpool al escucharlo en los shows quedaron prendados con su voz. Y él comprendió por qué ellos cerraban las actuaciones. En esa gira entabló una amistad con George.
Era el tiempo de la cosecha. Poco antes había sido introducido al Salón de la Fama del Rock. Lo presentó uno de sus máximos admiradores, Bruce Springsteen. El Jefe lo cita en Thunder Road, su mejor canción: Roy Orbison singing for the lonelys (Roy Orbison canta para los solitarios). Esa noche Springsteen contó que su ambición era escribir letras como las de Dylan, sonar como un disco producido por Phil Spector, pero sobre todo, cantar como Roy Orbison. Pero todos sabemos, dijo, que nadie canta como Roy Orbison.
Al poco tiempo, en medio de ese comeback, uno de los más colosales de la historia, un concierto especial, grabado como especial de televisión y uego editado en CD, que se llamó A Black and White Night. Una noche en la que grandes figuras subieran al escenario a cantar con él, a homenajearlo. Springsteen, Tom Waits, Bonnie Raitt, Elvis Costello y Jackson Browne fueron algunos de los invitados.
Mientras tanto Jeff Lyne oficiaba de productor de su nuevo disco (el que póstumamente sería Mistery Girl) y los Wilburys llegaban a la cima de los charts con Handle with Care.
Los shows se multiplicaban por todo el mundo. Johnny Cash contó que en una de esas presentaciones, Roy le reconoció que sentía dolores en el pecho. En algún recital, los espectadores lo vieron débil aunque su estricta palidez, el hábito negro, la papada que flotaba y los anteojos oscuros nunca lo hacían parecer demasiado enérgico: cargaba con (un entendible) cansancio existencial. Era tapa de revistas, animaba los rankings y hasta le propusieron filmar su biopic. Orbison quería que el actor que lo encarnara fuera Martin Sheen.
El 6 de diciembre de 1988 después de almorzar con su madre, se descompuso en su casa. Los intentos por revivirlo fueron inútiles. Tenía 52 años. Parecían muchos más. Demasiados.
En los meses posteriores se convirtió en el primer artista desde Elvis en tener dos canciones en el Top 5 norteamericano e inglés después de muerto (You Got It y Mistery Girl). Muchos de sus discos se agotaron. Y ganó algunos Grammys póstumos (uno de ellos por un magnifico dúo con K.D.Lang).
Pero dos años después de su muerte, su canción más exitosa que parecía estar destinada a pasarse sólo en las radios de Oldies but Goldies, tuvo un renacimiento inesperado. Los productores convencieron al guionista para que cambiara el tono del guión. Esa película que empezó siendo un drama, casi una denuncia de la explotación, se convirtió en una comedia romántica que marcó una época y lanzó a Julia Roberts al estrellato. El cambio de registro implicó también una modificación en el título. De 3.000 (por la tarifa que cobraba la protagonista) se transformó en Pretty Woman. Y esa mujer bonita caminando por Beverly Hills no podía tener mejor acompañamiento sonoro que la canción de Roy Orbison, que dos años después de su muerte conocía otro renacimiento. otro gran éxito que no pudo disfrutar.
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