El increíble “multimillonario homeless” que vendió sus casas y cuyos bienes cabían en una bolsa de papel

Con una fortuna de US$1.700 millones, se sentía “poseído por sus posesiones” y en 2000 se desprendió de todas sus propiedades excepto una. El nacimiento de sus hijos, Olympia y Alexander -que tuvo por subrogación de vientre- lo hizo volver a echar raíces

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Hay historias dramáticas de millonarios que dieron el mal paso y lo perdieron todo. También, historias de superación de quienes pasaron de dormir en la calle a ganar fortunas. Pero lo singular de la vida del financista franco-suizo Nicolas Berggruen es que se convirtió en “homeless” cuando ya era uno de los hombres más ricos del mundo.

Hace veinte años, soltero y a punto de cumplir 40, renunció a la incomparable vista del Central Park desde el piso 31 de su lujoso departamento de Manhattan, al que vendió junto con su mansión de estilo art déco en una isla privada frente a Miami. Desde entonces, dejó de tener casa propia. Tampoco le interesaba tener auto, el símbolo por excelencia de status socioeconómico en la sociedad americana. Ni siquiera reloj pulsera.

No quería equipaje físico ni emocional. “Tengo muy pocas posesiones: caben en una bolsa de papel”, decía por entonces. En esa bolsa llevaba un Iphone, un par de libros, algunas camisas blancas con monograma que usaba hasta gastar, dos buenos trajes y dos jeans. Lo necesario para viajar liviano por las 80 ciudades que aún visita por año. Bueno, eso y otra necesidad no tan básica que no entraría en una bolsa: su jet Gulfstream IV, la única posesión que consideró “demasiado práctica” como para descartar.

Como un auténtico ciudadano global, Berggruen recorrió el mundo alternando entre hoteles cinco estrellas y haciéndose conocido como “el millonario homeless”, incluso cuando su holding tenía acciones en varias de esas cadenas hoteleras. Es que su austeridad nunca lo obligó a alojarse en hostels, ni mucho menos. En Londres, suele hospedarse en el mítico Claridge’s. En Nueva York, prefiere el Carlyle Hotel. Y en Los Ángeles, eligió por mucho tiempo el imponente Peninsula Beverly Hills, donde pasaba cerca de seis meses al año.

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Con una fortuna hoy valuada por Forbes en US$1.700 millones, Berggruen también se desprendió de propiedades y obras de arte que heredó de su padre, Heinz, un coleccionista de arte judío que escapó de Alemania a París durante el nazismo. Amigo personal de Pablo Picasso, fue uno de los mayores compradores de su obra y de la de Paul Klee, que hoy integran la colección del museo berlinés que lleva su apellido.

De alguna manera, Nicolas siempre fue un distinto. En su adolescencia, fue expulsado del internado suizo Le Rosey, quizá el más elitista del mundo, por negarse a hablar en inglés. Decía que era el idioma del imperialismo. Terminaron expulsándolo por sedición. “Sentía que el mundo era muy injusto, lo sigo pensando. Todo el mundo merece una oportunidad”, dijo en una entrevista con Vanity Fair España. A los 14, su padre lo mandó a un monasterio al cuidado de jesuitas en Cadaqués con la intención de “enderezarlo”. No sirvió de mucho, pero allí conoció a Salvador y Gala Dalí: “Me daban de beber champán rosado y me presentaban a sus fascinantes invitados como si yo fuera un adulto”. Para Berggruen “fue una manera bonita de descubrir la vida” antes de concluir sus estudios secundarios en París y mudarse a Manhattan para estudiar Arte y Ciencias en la Universidad de Nueva York.

Sus intereses y su olfato, sin embargo, estaban puestos en los negocios. Su padre le dio entonces un préstamo de US$250 mil, y comenzó a probar suerte en acciones y bonos. Como inversionista, compró propiedades en Manhattan en la década de 1980, cuando el mercado inmobiliario parecía destruido, y también edificios en Berlín. Pero es ecléctico: entre sus activos se cuentan, por ejemplo, campos de arroz en Camboya. En 1984 fundó Berggruen Holdings, un fondo que hace inversiones en cientos de empresas, entre las que se cuentan Burger King y los grandes almacenes alemanes Karstadt, a los que adquirió por el simbólico precio de un euro.

Pero, a medida que crecía su fortuna, se decepcionó con lo que podía comprar: se sentía atado, poseído por sus propias posesiones. Descubrió que no quería depender, en lo personal, de las cosas materiales, y que no disfrutaba al decir “esto es mío”. “No me interesa tener cosas –dijo por entonces–. Vivir en un gran entorno para demostrarme a mí mismo y a los demás que soy rico no tiene ningún interés para mí. Todo lo que tengo es temporal, porque estamos aquí por un tiempo corto. Es lo que hacemos lo que perdurará. Eso es lo que tiene valor real.

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Berggruen tiene predilección por las empresas en peligro y las inversiones filantrópicas. Como cuando salvó al grupo de medios español Prisa, dueño del diario El País, en 2010, y se puso a la vanguardia entre los magnates que invirtieron en la industria gráfica. Tres años después, el fundador de Amazon, Jeff Bezos, siguió sus pasos y compró The Washington Post y, en 2015, el mexicano Carlos Slim se convirtió en el principal accionista de The New York Times. El financista asegura que, cuando algo lo aburre, se lo saca de encima y busca un nuevo interés que lo gratifique: “Hice mi dinero con las finanzas, pero ahora invierto en el mundo real, en cosas que perdurarán durante generaciones y mejorarán la vida de la gente”.

La pregunta que lo guía, según dijo a Die Zeit en 2010, es “¿Qué puedo hacer yo para cambiar las cosas?”. Ahora tiene otro objetivo en la vida: salvar a la democracia, en particular en Europa, para lo que ha creó un ‘Consejo para el futuro de Europa’, y un think tank, el Nicolas Berggruen Institute, que estudia los modelos de gobierno más eficientes a nivel global. Algo así como su propio G20, del que participan ex mandatarios de todo el mundo y periodistas como la fundadora del Huffington Post, Ariana Huffington, que se han reunido en cumbres anuales con el presidente chino Xi Jinping.

No todo es altruismo, sin embargo. Cuando los almacenes Karstadt cayeron en desgracia, en 2014, algunos medios en Alemania se preguntaron si “no sería más oportuno que, como empresario, Berggruen creara empleos en vez de filosofar sobre un mundo mejor” y fueron lapidarios: “Se complace en el papel de salvador del mundo, pero no tiene ningún plan para salvar a sus trabajadores”.

De cualquier modo, Berggruen ha cosechado más elogios que detractores. Cada año organiza una fiesta la noche anterior a la entrega de los Oscars en el mítico Hotel Chateau Marmont de Los Ángeles, en honor a las celebridades de Hollywood y otras personalidades que le han dado su apoyo. Olivia Wilde, Leonardo Di Caprio, Woody Harrelson y Paris Hilton son algunos de sus invitados frecuentes.

Noor Alfallah, Nicolas Berggruen
Noor Alfallah, Nicolas Berggruen

Además, junto a Bill Gates, Warren Buffet, Ted Turner y otros multimillonarios, forma parte de la iniciativa Giving Pledges, por la que se proponen “devolverle a la sociedad” lo que consideran que les fue dado, con la donación de parte de sus fortunas. De hecho, en más de una ocasión, Berggruen declaró públicamente su intención de legar toda su fortuna a obras de caridad y su colección de arte a distintos museos una vez que muera.

Pero eso es algo que podría cambiar. Hace cinco años, el magnate decidió dejar a un lado la vida de hoteles para asentarse en California junto a Olympia y Alexander, los dos hijos que tuvo solo y por subrogación de vientre. “No hay mayor gesto de compromiso con el futuro que el de ser padre”, dijo entonces Berggruen a Vanity Fair. Acababa de comprar 162 hectáreas en las montañas de Monteverdi para construir un “monasterio civil” para su think tank, de la mano de los premiados arquitectos suizos Jacques Herzog y Pierre de Meuron. También una mansión en Holmby Hills a la que durante la pandemia le anexó la propiedad vecina; está valuada en US$63 millones, y tiene un bosque de pinos con senderos, cascadas y escaleras naturales, un estanque con peces koi, una pileta de piedra, canchas de tenis, y una espectacular casa de huéspedes.

“La paternidad te da una nueva perspectiva. Antes yo era lo más importante, ahora lo son mis hijos”, confió el magnate, a quien sus amigos definen como “un gran padre”. A punto de cumplir 60 años, y tras un breve romance con la ex de Mick Jagger Noor Alfallah, “el millonario homeless” encontró finalmente una razón para atarse a una residencia fija: ¿cómo no invertir en el mercado de bienes de raíces ahora que él mismo las había echado?

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