César Bordón se pone en la piel de Erminio Rabitti con la misma dedicación que aquel hombre tenía para recorrer las calles de General Lagos en su Jeep verde, vendiendo pan de forma ambulante. En la ficción y en la memoria, Bordón encarna la insistencia y la ternura de quien un día se animó a pedirle al padre Luis Dri, confesor de Jorge Bergoglio antes de que fuera el papa Francisco, que le cediera un terreno junto a la iglesia para que los chicos del pueblo pudieran jugar.
A los 53 años, Rabitti dejó de repartir pan para dedicarse por completo a un proyecto que sería su vida: buscar a los chicos, organizar las divisiones y hacer crecer un club que apenas empezaba. Esta historia, comienza así.
El terreno lindero a la iglesia de General Lagos estaba destinado a la siembra. Podían haber sido papas. Pero Erminio Rabitti tenía otra idea. Donde otros veían tierra baldía, él imaginó una cancha. Donde había surcos posibles, pensó en líneas de cal. Así nació el Deportivo Infantil San José, un club que no sólo cambió el destino de un espacio físico, sino también el de varias generaciones de chicos del pueblo.

Erminio siempre contó el origen del San José como quien recuerda una decisión tomada sin estridencias, pero con absoluta convicción. Todo empezó una mañana de domingo, después de misa, cuando se animó a preguntarle al padre Luis Dri qué destino iba a tener el terreno baldío que lindaba con la iglesia. El cura lo escuchó y lanzó una pregunta simple. El diálogo pudo ser así:
—¿Y usted qué piensa hacer acá? ¿Sembrar papas?
—No, padre. Papas, no. Acá quiero sembrar chicos jugando a la pelota. En el Club Atlético Libertad no los dejan entrar, los grandes se quedan con todo. Yo quiero un lugar para ellos solos, un lugar donde puedan jugar, aprender y quedarse.

El permiso llegó sin vueltas. Quedó asentado en el libro de actas y sellado con un gesto simbólico: el cura dio el puntapié inicial en una cancha que todavía no era cancha, con una pelota que Erminio guardaría como si fuera una reliquia.
Luis Pascual Dri fue un fraile capuchino. Nació en Federación, Entre Ríos en 1927. Dedicó su vida al acompañamiento espiritual y a la escucha de los fieles. Vivió y ejerció su labor pastoral en Santa Fe, donde acompañó de cerca a las comunidades locales antes de trasladarse a Buenos Aires. En 2023 fue declarado Ciudadano Ilustre de Villa Gobernador Gálvez, ciudad aledaña a General Lagos.

Ya en Buenos Aires, Dri se convirtió en confesor de Jorge Bergoglio, mucho antes de que este llegara al papado, ganándose reconocimiento por su humildad y cercanía. Su trayectoria fue reconocida en 2023, cuando Francisco lo creó cardenal, consolidando un legado de fe y servicio que perdura hasta hoy. Dri falleció el lunes 30 de junio en Buenos Aires, a los 98 años.
“Esa fue la primera pelota”, decía Erminio, cada vez que contaba la historia. Al día siguiente de la sesión del terreno no hubo tiempo para dudas ni arrepentimientos: se subió a un tractor y empezó a emparejar el terreno. Marcó límites, pensó arcos, imaginó camisetas. El campo que hasta entonces era apenas un espacio sin nombre empezó a transformarse en un lugar.

El club se fundó el 20 de junio de 1986. Todavía faltaban dos días para que Diego Maradona marcara contra Inglaterra los dos goles que quedarían en la memoria emocional de una sociedad que necesitaba símbolos. Argentina disputaba el Mundial de México y el fútbol ocupaba el centro de la escena colectiva en una democracia joven, todavía en etapa de aprendizaje, con Raúl Alfonsín en la presidencia.
En el mundo, la Guerra Fría marcaba el pulso político y la reciente explosión de la central nuclear de Chernobyl, ocurrida el 26 de abril, había dejado una huella profunda en la carrera armamentística. En un contexto de tensiones, incertidumbres y expectativas, en la pequeña General Lagos alguien emparejaba un terreno convencido de que el futuro también podía empezar ahí. En el medio de una planicie húmeda llena de horizonte.
Así nació el Deportivo Infantil San José. No como una institución formal, sino como una respuesta concreta a una necesidad del pueblo. Erminio se encargó de todo: convocar a los chicos, organizarlos por edades, conseguir pelotas, fijar horarios, imponer reglas claras. Blanco y amarillo, los colores del Vaticano, como había prometido. A los chicos les daba todo. Tiempo, paciencia, contención.
“Eran mi vida”, resumía. Y ese club, levantado con trabajo diario y sin grandilocuencias, empezó a convertirse en una patria chica para muchos de los que, años después, seguirían diciendo que allí aprendieron algo más que a jugar al fútbol.

Rabitti no fundó un club para ganar campeonatos. Lo fundó para ordenar la infancia. Para dar pertenencia, colores y una rutina compartida. Primero la escuela, después el fútbol. La frase se volvió una regla no escrita y, con el tiempo, una síntesis de su manera de entender el deporte de General Lagos, la comuna del sur santafesino, pegada a Rosario, que tiene pulso de pueblo.
Lagos conserva una escala donde las distancias se miden caminando y los nombres propios se repiten generación tras generación. Fundada como comuna en 1915 y con San José como santo patrono, creció entre escuelas, clubes y calles tranquilas, bajo un clima templado que marca con claridad las estaciones.
De ese entramado barrial surgieron historias diversas, como la de Roberto Sensini, exdefensor de la selección argentina y Newell’s, pero también otras menos visibles y más profundas, como la del fútbol infantil.

Junto a su compañera de vida, Élida, Don Erminio sostuvo durante décadas una estructura que excedía lo deportivo. Había que buscar a los chicos, llevarlos, darles la merienda, conseguir camisetas, infladores, pelotas. Había que estar. Rabitti estaba siempre.
En su Jeep verde, de una punta a la otra del pueblo, armando y desarmando canchas, organizando bailes, picnics, festivales. El club era una extensión de su casa y, cuando el cuerpo ya no le permitió seguir, decidió que la memoria tampoco podía quedar a la intemperie.
En el garaje de su vivienda armó un museo. Fotos de todas las categorías, carnets, trofeos, recortes periodísticos, camisetas gastadas, pelotas viejas, mates, pocillos, una radio, un tocadiscos. No era una colección: era un archivo afectivo. Cualquiera podía entrar. Rabitti recibía a los visitantes como quien abre un álbum familiar. Cada objeto tenía una historia. Cada historia, un nombre.

Ese gesto fue el disparador para el escritor santafesino Damián Andreoli. La figura de Erminio apareció en su vida mucho antes de convertirse en literatura: llegó en la infancia, cuando su padre lo llevó a jugar al fútbol a un club recién formado, a pocos kilómetros de casa. Era 1988. Tenía nueve años. Jugó en la división 79 del San José. No ganaron muchos partidos, pero ganaron algo más duradero: la amistad.
Años después, al enterarse de la existencia del museo, Andreoli sintió que esa historia no podía quedar quieta. Así nació el cuento ‘El hombre que sembrara pelotas’, una narración donde la memoria personal se mezcla con la ficción y donde lo único completamente real, según el autor, es el sentimiento. El texto no busca la biografía exacta, sino capturar un espíritu: el de alguien que entendió que construir comunidad también es una forma de trascender.

El cuento puso palabras a una escena fundacional que ya era parte del mito local: Rabitti pidiéndole al cura el terreno junto a la iglesia. A partir de ahí, el campo se llenó de chicos, de camisetas y de una idea simple pero poderosa: pertenecer.
La historia no se detuvo en el papel. Un lector le señaló a Andreoli que ese cuento estaba lleno de imágenes. Que había cine ahí. El proyecto empezó a crecer hasta convertirse en ‘Gol gana’, una serie de ficción basada en su libro homónimo, cuya primera historia está inspirada en Rabitti. El relato se actualiza, se traslada al presente y se pregunta qué haría hoy alguien como él frente a las problemáticas actuales de la infancia.

“El legado de Erminio aparece con el tiempo”, dice Andreoli. “Te vas encontrando o reencontrando con personas que hoy son grandes y que de chicos pasaron por el Sanjo. En el momento en que eso se detecta, uno se pone al lado del otro y vuelve a ser del mismo equipo. Eso es un montón. Te une, te acerca, te infla el pecho”.
Cuando intenta resumir a Erminio en una imagen, no duda. “Hay una escena donde el actor que lo interpreta, César Bordón, fabrica pelotas en la soledad de la noche, con retazos de tela y cuero. Después sale a desparramarlas por las calles del pueblo, barrio por barrio. Esa escena pinta de cuerpo y alma el paso de Erminio por la vida”.
Sobre lo que espera que quede después de ver el primer capítulo de ‘Gol gana’, Andreoli lo piensa en clave generacional. “Para los cuarentones va a ser un viaje directo a una niñez libre de tecnología y pantallas. Para los más chicos, un asombro: ver cómo se recuperan la calle y la vereda con una pelota. Y eso va a seguir aportando herramientas a un debate hermoso y muy actual entre las pantallas y las infancias”.

La elección de General Lagos como escenario no fue casual. Allí están los espacios reales, los recuerdos compartidos y una comunidad que reconoce esa herencia como propia. El rodaje del primer capítulo reúne a un equipo mayoritariamente santafesino y convierte al pueblo en protagonista de un hecho cultural que cruza literatura, cine y memoria colectiva.
El capítulo ‘Sembrar pelotas’ se rodó con un elenco de actores argentinos encabezado por César Bordón y Mario Alarcón, junto a un equipo técnico integrado por más de cincuenta profesionales santafesinos.

La producción tuvo un fuerte anclaje comunitario: vecinos y vecinas de la localidad participaron como extras y formaron parte del proceso de filmación. El rodaje se complementó con actividades culturales paralelas, entre ellas charlas, encuentros y debates en escuelas y espacios comunitarios, que acercaron el lenguaje audiovisual al pueblo y reforzaron la idea de una ficción construida desde y con la comunidad.
“Armar y, a la noche, desarmar y traer”, resumía Erminio, como si esa rutina no tuviera nada de extraordinario. “Me ayudaron muchos, de una manera impresionante. Después vino el playón para los bailes. Hay que tener cariño para hacer las cosas, sobre todo para hacerlas bien. Y nada de orgullo ni de política, porque esto es una institución. Si es San José, hablemos de San José”, dijo en una entrevista a Notilagos.
En esa canchita no sólo se jugaba al fútbol. Las generaciones medianas y adultas todavía recuerdan los grandes bailes, los picnics, la música, los eventos para chicos, los pesebres. “El baile de Erminio”, le decían. Jornadas multitudinarias, con bombas, festejos y una sensación de celebración compartida que atravesaba al pueblo entero.

En General Lagos, el rodaje no fue solo una filmación: fue un acontecimiento. Así lo vivió el presidente comunal Esteban Ferri, que describe esos días como algo inédito en la historia del pueblo. El cine salió de las salas y se metió en las calles, en los barrios y en las instituciones, y ese movimiento dejó una marca visible en la comunidad.
La historia que se contó no era ajena: era la del club infantil por el que el propio Ferri pasó de chico, la de Erminio Rabitti y su familia, que abrieron un espacio donde el fútbol fue también encuentro y pertenencia. “Fue muy emocionante para todos, ver cómo los vecinos y vecinas se convertían en protagonistas y cómo el pueblo entero se reconocía en esa historia”, resumió Ferri.
“Antes era todo así, a lo grande, se le daba importancia a las cosas”, decía. “Hoy es distinto. La gente cambió, tal vez no quiere colaborar. No está esa armonía ni ese entusiasmo. En un país tan rico, tener tanto odio es una pena”. Aun así, nunca dejó de agradecer. A quienes ayudaron, a su familia, a Élida, su compañera de vida. “Esto no es mío ni de un grupo —aclaraba—, es de la comunidad de General Lagos”.
Erminio Rabitti falleció el 28 de octubre de 2020, a los 87 años. Las despedidas coincidieron en una idea: dejó un legado basado en la educación, el deporte y la amistad. No levantó monumentos. Emparejó un terreno. Sembró pelotas. Las dejaba tiradas para que cualquier pibe que pasaba por ahí se pusiera a patear. Cosechó infancias.
Hoy, quienes pasaron por el San José se reconocen entre sí con una complicidad inmediata. Vuelven a ser del mismo equipo. Tal vez ese sea el verdadero triunfo de Rabitti: haber construido algo que sigue jugando. Aun cuando él ya no está en la cancha.
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