
Cuando le preguntaron al doctor en biología y autor de “Antiaging para el cerebro”, Jordi Olloquequi, qué mascota era mejor para la salud de las neuronas, si perro o gato, su respuesta fue instantánea y categórica: “Lo lamento mucho porque yo soy persona de gatos, pero aquí la ciencia es clara. Las personas que tienen perros tienen un riesgo más bajo de desarrollar enfermedades neurodegenerativas”, respondió en un programa de la Televisión Española.
De todos modos, aclaró que “el solo hecho de tener una mascota, gato o perro, regula los niveles de estrés, porque brinda compañía y porque acariciarla tiene un efecto relajante”.
Recientemente, en The Conversation, Laura Elin Piggot publicó un artículo titulado: ”Tener un gato tiene beneficios para tu cerebro… y para el suyo”, que a simple vista podría parecer una desmentida a las afirmaciones de Olloquequi.

Pero no. Lo que hace esta profesora de Neurociencias de la Universidad South Bank de Londres es explicar cuál es ese mecanismo por el cual los animales de compañía producen un beneficio a nuestro cerebro. Se debe a una sustancia química, la oxitocina, bautizada por algunos como “hormona del amor”. “Es la misma que se libera cuando se acuna a un bebé o se abraza a un amigo, y que alimenta la confianza y el afecto”, dice Laura Elin Piggot.
La novedad sería que los gatos, a pesar de su comportamiento independiente y a veces esquivo al afecto, también generan y experimentan ese efecto calmante que produce la oxitocina, que además “reprime la secreción de cortisol, la hormona del estrés, y activa el sistema nervioso parasimpático -el del descanso y la digestión- ayudando al cuerpo a relajarse”.
Piggot aclara que hace mucho que los científicos han confirmado que los intercambios amistosos entre perros y dueños “desencadenan la liberación de oxitocina” pero asegura que hasta hace poco no se sabía mucho sobre este mecanismo en los gatos.

Todo el que haya tenido gatos y perros sabe que los primeros son más avaros en prodigar cariño, pero, dice Piggot, en 2021, investigadores japoneses aseguraron que unos pocos instantes de caricias a un felino bastaban para aumentar el nivel de oxitocina.
“Muchas personas encuentran reconfortante acariciar a un animal que ronronea, y los estudios han demostrado que esto no se debe solo a la suavidad de su pelaje", dice la especialista. Esa acción “puede desencadenar la liberación de oxitocina en nuestro cerebro”. Más aun, sostiene, escuchar el ronroneo gatuno “puede reducir la frecuencia cardíaca y la presión arterial y es la oxitocina la responsable de estos beneficios”.
Ahora bien, ella misma reconoce que ese efecto lo producen los perros en mucha mayor medida. “En 2016, científicos realizaron un experimento que causó gran revuelo en el que midieron los niveles de oxitocina en animales de compañía y sus dueños antes y después de diez minutos de juego. Los perros presentaron un aumento medio del 57 % en su nivel de oxitocina tras jugar, mientras que los gatos, aproximadamente el 12 %.”

Está claro que la conducta de un animal de manada, como el perro, no puede compararse a la de un cazador solitario como el gato. El perro necesita socializar, el gato puede pasar de ello. Lo que no significa que no llegue a desarrollar un vínculo intenso con un humano.
Volviendo a Olloquequi, éste afirma que, si bien toda mascota tiene ese efecto positivo de regulación del estrés, “las personas que tienen perro, lo tienen que pasear, incluso dos, tres veces, con lo cual, ya les estás obligando a caminar un poco, a hacer ejercicio”.
Muchos dueños de perros lo confirman. Alejandro, 76 años, asegura que si no fuese por su perro no saldría a caminar tres veces al día como lo hace actualmente, completando unos cinco kilómetros diarios de marcha.

Hay otro beneficio que trae el perro, según Olloquequi: “Es muy frecuente también que las personas que tienen perro, en el momento en que éstos se acercan para olerse los traseros, pues les preguntan: ‘Ay, ¿cómo se llama?, ¿cuántos años tiene?’, con lo cual, estás también socializando”. Y agrega: “El hecho de socializar también estimula la neuroplasticidad. Por todas estas razones, tener un perro, pues parece ser que es más neuroprotector que tener un gato”.
Olloquequi admite sin embargo que los felinos también aportan lo suyo: “Sí que hay un estudio que muestra algunos resultados positivos con gatos, pero no son tan contundentes como con los perros”.
Claro que los factores a analizar no son solo los mentales. El estado físico y el hábitat también inciden en la determinación de cuál es la mascota más conveniente para un senior.

La doctora veterinaria Marisa López crió gatos de raza británica durante 25 años. Acaba de cerrar su criadero quedándose con siete ejemplares que ya “son parte de la familia”.
Ante la consulta de Infobae, responde: “Tanto el gato como el perro -el perro de tamaño pequeño- son una gran compañía para los adultos mayores. Especialmente para los que viven solos. El gato es ideal para los que viven en departamentos, los más sedentarios o con problemas de movilidad, los que disfrutan de su compañía silenciosa y con menos exigencias. Los perritos son ideales para aquellas personas que necesitan estímulos físicos y sociales”.

Sandra Ramos también fue criadora de gatos -siameses y orientales- por muchos años. “Más allá de las preferencias personales de cada uno, creo que hay que considerar cada caso en particular. No es lo mismo un mayor que tiene movilidad, una vida activa, que puede salir a caminar o trotar, que se mueve de manera totalmente independiente, que uno que por ahí no puede salir de su casa, se mueve muy poco o nada… En el primer caso, un perro le serviría de ‘excusa’ para salir, ‘ejercitarse’ con las caminatas -y sabemos todos los beneficios que trae el ejercicio, no solo a nivel físico, sino también mental, emocional, hormonal, etc.- y, además, socializar”.
En la línea de Olloquequi, Sandra Ramos señala que “es habitual que los dueños de perros se paren a conversar y a intercambiar experiencias. “Quizás surjan amistades -agrega- pero además hay ‘clubes’ de razas que se reúnen en distintos tipos de encuentros, siempre que se tenga un perro de raza, claro”.
Pero salir con el perro también tiene sus bemoles, advierte: “Si la persona mayor no tiene fuerza suficiente para manejar a su perro, también puede ser una molestia o un peligro, para sí o terceros”.

El escritor y docente mercedino Oscar Dinova comparte ese criterio: “El perro genera mucho más dinamismo, pero tiene que ser bien elegida la raza o el carácter, porque, por ejemplo, una que yo tengo, tan bonita, es muy indócil y demasiado dinámica, es una gran escapista. Tuvimos que reforzar el alambrado, un laburo tremendo, pero todo en pos de que no se escape porque corriendo puede hacer caer a una moto o bicicleta y causar daño; es nuestra responsabilidad, por eso ponemos empeño en que no se escape y hasta ahora lo venimos logrando… con algunas derrotas”.
La compensación es grande: “La compañía que nos da y estas mismas preocupaciones y ocupaciones hacen que uno establezca un vínculo de afecto muy fuerte”.

Pero cree que, en el caso de una persona muy mayor hay que elegir bien, fijarse en “que sean perros que caminen tranquilos, que acompañen, dóciles”. También está el tema del tamaño y peso: “A veces hay que levantarlos para ponerlos a resguardo, bajar, subir o pasar por ciertos lugares. Y hay perros muy grandes, pesados, difíciles de llevar.”
“En el caso de alguien que no se puede mover de su casa, obviamente el gato es mejor opción ya que es un animal que no necesita salir para vivir una vida ‘completa’ -dice Sandra-. Aunque no son mi especialidad, entiendo que los perros sí, que aunque tengan un jardín enorme para correr y saltar, es muy importante para su salud emocional salir y olfatear a sus ‘semejantes’”.
Recuerda el caso de su abuela paterna, en Pehiuajó, donde se crió. “Ella era muy viejita y apenas caminaba. Pasaba las tardes sentada en su sillón hamaca mirando el jardín. Yo tenía 8 años y solía ir a merendar con ella y le llevaba mi gato, un mestizo de pelo largo, bicolor: gris y blanco. Él se acomodaba en la falda de mi abuela y ella le hacía mimos. Mi abuela lo amaba. Ese gato, le hacía bien".

Una experiencia parecida hizo Oscar Dinova con su madre. Cuando murió su padre, él le llevó una perrita abandonada. “Siempre pensé que no hay peor enfermedad en la vejez que la soledad. Busqué una perrita adecuada para mi madre que ya era una persona mayor, de pequeño porte, amigable, fácil de manejar. Y esa perrita le hizo compañía durante 8 años, realmente fueron muy felices juntas".
Unos meses antes de morir, su madre lo llamó: “Tengo que hablar muy seriamente con vos, me dijo, y yo pensé que era un tema de papeles, de la casa. Pero no. ‘Quiero saber qué va a ser de la Mili cuando yo no esté’. ‘’No pienses en eso, mamá’. ‘No, no, quiero saber con quién se va a quedar’. ‘Con nosotros mamá, quedate tranquila’. ‘Pero yo tengo miedo de que los perros de tu casa no la acepten’...”
Entonces hicieron una prueba piloto para ver si la perrita se adaptaba y no hubo problemas. “Ahora me puedo ir tranquila’, me dijo. Y Mili está con nosotros”.

Pero tener una mascota no es sólo recibir cariño y compañía. También implica responsabilidades y cuidados, que pueden ser estresantes para una persona mayor. Por eso hay que evaluar con cuidado cada caso y es difícil establecer un criterio universal.
En otro artículo en The Conversation, los psicólogos sociales Christophe Gagné y Catherine Amiot, de la Universidad de Quebec en Montreal, señalaron que, por estar “muy extendida la creencia de que las mascotas aportan numerosos beneficios a sus dueños”, la gente suele recurrir a ellas “para mejorar su estado de ánimo y encontrar compañía”.
Pero agregan que hay que evitar el “adoptar mascotas sin tener plenamente en cuenta las responsabilidades y exigencias que ello implica”. Afirman que es necesario examinar “cuándo, cómo y para quién las mascotas pueden —o no— mejorar el bienestar”. Los cuidados que requiere un animal “pueden a veces ser emocionalmente agotadores y perjudicar el bienestar psicológico del dueño”. Tener una mascota implica una inversión de tiempo, energía y dinero. “Para algunos, esta responsabilidad puede suponer una fuente adicional de estrés”.

Otras fuentes posibles de preocupación pueden venir del “comportamiento del animal” o “del duelo tras la pérdida de una mascota”.
Entonces, señalan, es importante asegurarse de “disponer del tiempo, la energía y los recursos necesarios para satisfacer sus necesidades” y “elegir una mascota con cuidado, en función de lo que realmente podemos ofrecerle y basándonos en información fiable sobre sus características y necesidades”.
Ricardo Bruno es médico veterinario, experto en comportamiento animal. Es autor de “Miau! Una guía para entender a tu gato” (Grijalbo, 2017) y acaba de publicar un nuevo libro “Cómo son los gatos”. Sobre la disyuntiva perro o gato, dice: “Depende mucho de la edad y el estado de la persona mayor de edad. Históricamente la terapia asistida con animales se inició en los Estados Unidos utilizando gatos en geriátricos. En definitiva, mi opinión es que no tiene sentido el buscar qué especie es mejor sino evaluar a cada anciano y en virtud de esa evaluación seleccionar la especie, perro o gato, que más se adecúe a cada situación en particular”.

Oscar Dinova tiene una solución salomónica: “Lo ideal sería tener dos. Un perro para afuera y un gato para adentro -bromea-. Pero se tienen que criar juntos, si no, se corren”.
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