El martes 3 de septiembre de 2024, Erik Michael Watkins, de Pensilvania, Estados Unidos, fue finalmente condenado a prisión por el brutal asesinato de su madre, Patricia Watkins, ocurrido en diciembre de 2020. Tras haberse declarado culpable de asesinato en tercer grado, el hombre de 43 años fue sentenciado a entre 15 y 40 años de cárcel.
Aquella madrugada del 13 de diciembre de 2020, en la pequeña localidad de Sugar Notch, Pensilvania, Erik atacó a su madre, dejándola irreconocible, en lo que él describió como un impulso originado por un “poder superior”. La tranquila comunidad no volvería a ser la misma.
El día de su asesinato, Patricia fue encontrada sin vida en la bañera de su casa. Su rostro, destrozado por los golpes, era prácticamente irreconocible. Watkins había regresado a vivir con su madre y su hermanastro, y según declaró más tarde a la policía, una fuerza superior le había hablado, instándolo a cometer el crimen. “Escuchaba voces”, confesó. Había fumado marihuana antes de acostarse, y fue entonces cuando, según él, las alucinaciones tomaron control de su mente, impulsándolo a atacar a quien le había dado la vida.
Poco después, su hermanastro, Jeremy Brodbeck, escuchó un fuerte golpe que lo alarmó. Al bajar, vio a Erik sobre su madre, golpeándola salvajemente en la cara. Horrorizado, trató de intervenir, pero solo logró huir por la ventana del baño, buscando ayuda desesperadamente. Cuando la policía llegó a la escena, se encontró con un Watkins fuera de sí, que gritaba: “Ella está muerta, mi mamá está muerta, yo la maté”.
Este no se trataba de un episodio aislado. En 2009, Patricia ya había solicitado una orden de protección contra su hijo. Entonces, había alegado que Erik la empujó contra un radiador y la amenazó con prender fuego la casa mientras ella quedaba atrapada adentro. La violencia de Watkins ya había mostrado su rostro, pero nadie imaginó que culminaría en un desenlace tan trágico.
El informe forense no dejó espacio a dudas: Patricia Watkins murió a causa de múltiples lesiones traumáticas. Su rostro presentaba fracturas tan graves que apenas podía ser reconocida. Tenía costillas rotas, y los huesos de su cara y cuello estaban destrozados. La brutalidad del ataque quedó impresa en cada golpe que su propio hijo le había propinado, y en los detalles escalofriantes que reveló la autopsia.
Durante su juicio, Erik Watkins apareció visiblemente afectado. Entre lágrimas, intentó explicar lo inexplicable: “Me gustaría empezar diciendo que lo siento por mi familia. Estoy profundamente arrepentido. No hay palabras que puedan definir lo terrible que me siento. Amaba a mi madre”. Ante los ojos de la ley y de los familiares presentes, sus palabras parecían vacías frente a la magnitud de la tragedia. Pero Watkins siguió, intentando justificar lo que muchos consideran injustificable: “Sufría un trastorno por abuso de sustancias y problemas de salud mental. Tomé lo que pensé que era Xanax y me hizo entrar en un torbellino, me hizo alucinar, tener delirios, cosas que no puedo describir. Lo he perdido todo por culpa de las drogas”.
Jeremy Brodbeck, hermano de Erik y testigo del brutal asesinato, no pudo contener las lágrimas al hablar sobre su madre. Patricia había sido la única persona que nunca le había dado la espalda a Erik, a pesar de su oscuro historial de abuso. “Mamá no merecía morir así”, dijo Jeremy, llorando. “Perdió a todos y solo nos tuvo a nosotros. Haría todo lo que pudiera por nosotros. Solo quería que tuviéramos una buena vida”.
A pesar de la disculpas del acusado, sus familiares continúan lidiando con el trauma causado por su acción. Una sobrina de Patricia Watkins pidió la sentencia máxima, diciendo: “Nunca te perdonaré por esto”.
El juez Michael T. Vough dictó la sentencia: Erik Watkins pasaría entre 15 y 40 años en prisión. Se le otorgó tiempo cumplido por los 1.361 días que ya llevaba encarcelado. The Citizens Voice señaló que Watkins evitó una cadena perpetua obligatoria al declararse culpable de asesinato en tercer grado.