La crítica internacional se ensaña con la tercera entrega de Avatar: “Es soporífera”

La nueva película de James Cameron, ‘Avatar: Fuego y ceniza’, está a punto de estrenarse en nuestro país y las reseñas previas son negativas

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'Avatar: Fuego y ceniza', la tercera parte de la saga creada por James Cameron.

La tercera entrega de la saga Avatar, titulada Avatar: Fuego y ceniza, llega por fin a las salas para cerrar la primera trilogía de James Cameron y, al mismo tiempo, reavivar el debate sobre el futuro de una franquicia que ha marcado un antes y un después en la historia del cine pero que, lo cierto, no ha logrado encontrar una auténtica conexión emocional con el público.

Y es que, la recepción crítica de esta tercera parte ha puesto de manifiesto una sensación de agotamiento en la fórmula, así como una creciente distancia entre el despliegue visual y la capacidad de emocionar al espectador. ¿El resultado? La mayor parte de las reseñas son negativas.

Desde su estreno, Avatar ha sido reconocida por su imponente despliegue tecnológico y visual, una constante en la obra de Cameron. Sin embargo, pesar de la magnitud de su universo digital y de la apuesta por el 3D, la película se mantiene como un espectáculo grandioso que carece de un arco narrativo capaz de implicar al espectador.

'Avatar: Fuego y ceniza' (Disney)
'Avatar: Fuego y ceniza' (Disney)

Esta tercera parte ha continuado la tradición de la franquicia de James Cameron, que ha persistido en el uso de la tecnología 3D incluso cuando el resto de la industria cinematográfica ha optado por dejarla de lado. Las salas que proyectan esta nueva superproducción de tres horas siguen entregando gafas especiales a los asistentes, perpetuando una experiencia visual que se encuentra desconectada de cualquier otra tendencia del sector.

La crítica de The Guardian coincide en destacar la magnitud del universo digital creado, describiéndolo como “un espectáculo deslumbrante”, pero al mismo tiempo la define como una sarta interminable de disparates.

De qué va esta tercera parte de ‘Avatar’

La trama retoma la historia pocas semanas después de los acontecimientos de la segunda película. Jake Sully (Sam Worthington) y Neytiri (Zoe Saldaña) continúan refugiados entre los arrecifes y las islas del clan Metkayina, liderado por Tonowari (Cliff Curtis) y Ronal (Kate Winslet).

La familia sigue marcada por la pérdida de su hijo mayor, Neteyam (Jamie Flatters), una herida especialmente profunda para su hermano Lo’ak (Britain Dalton), que se culpa de la tragedia. La convivencia con Spider (Jack Champion), el hijo humano de Quaritch (Stephen Lang), añade complejidad a la dinámica familiar y a la relación entre especies.

La principal novedad argumental es la aparición del clan Mangkwan, conocidos como el pueblo de las cenizas, liderados por Varang (Oona Chaplin). Este grupo, marcado por el resentimiento tras la destrucción de su hogar volcánico, se alía con los humanos en su lucha contra los Na’vi.

Una imagen de la tercera
Una imagen de la tercera parte de 'Avatar', aunque podría ser de cualquier entrega

The Hollywood Reporter destaca el papel de Varang como “la incorporación más interesante”, interpretada como una “hechicera sedienta de sangre”, aunque lamenta que el guion no le otorgue mayor complejidad. La alianza entre Varang y Quaritch introduce una nueva dimensión en el conflicto, pero la película vuelve a recurrir a la “lucha titánica entre los Na’vi y los invasores humanos”, resolviéndose de nuevo con la intervención de criaturas marinas gigantes.

Una fábula ecologista que ya cansa

En el plano temático, la película insiste en los grandes conceptos de la saga: la defensa de la naturaleza, la espiritualidad y la lucha contra la codicia humana. Sin embargo los discursos de autoayuda suenan cada vez más forzados y vacíos.

Todos los especialistas coinciden en que la capacidad de sorpresa de Pandora y su universo se ha diluido, y que la trama resulta “perezosa y hasta repetitiva”, con conflictos y dudas que ya se han explorado en las entregas anteriores. “Es soporífera”, añade The Guardian.

A pesar de las reservas sobre el guion, la película brilla en los momentos de acción, la especialidad del director. Pero, al mismo tiempo, ese frenesí constante acaba por agotar al espectador, generando una sensación de trituradora de imágenes a un ritmo loco.