
La película de José Luis Borau, Furtivos, ha regresado al Festival de San Sebastián (en una versión restaurada en 4K y un final alternativo inédito) después de haber ganado hace 50 años la Concha de Oro.
Medio siglo después de su estreno, la película, que inauguró la sección Klasikoak, mantiene no solo su vigencia sino que también pone de relieve el contexto de censura y resistencia en el que fue concebida.
La trama de Furtivos se desarrollaba en un entorno rural de Segovia, donde Ángel (interpretado por Ovidi Montllor) vivía bajo la opresión de su madre, Martina (impresionante Lola Gaos), en una casa aislada en el bosque. El equilibrio precario entre ambos se verá alterado por la llegada de Milagros, una joven que huye de un reformatorio y de la que Ángel se enamorará, provocando la hostilidad de Martina.
El gobernador, encarnado por el propio José Luis Borau, protegerá las actividades furtivas de Ángel a cambio de mantener su propio entretenimiento en las cacerías que organiza, reflejando así la connivencia y corrupción de los poderes fácticos de la época.
Una alegoría de la España franquista
Todos esos elementos, acompañados de un paisaje de severidad invernal y de la vanguardista banda sonora de Vainica Doble, compusieron una alegoría política sobre la España franquista, sobre su aislamiento y represión, a través de un lenguaje visual cargado de simbolismo y violencia explícita.
Borau, junto a Manuel Gutiérrez Aragón en el guion, construyó un relato en el que la crueldad y la incapacidad de los personajes para expresar sus deseos se manifestaban a través de referencias a mitos como Saturno devorando a sus hijos y cuentos como Hansel y Gretel.

El desenlace de la película, marcado por la brutalidad, fue especialmente impactante, ya que parte de la trama habla del incesto, que era algo imposible de concebir para la sociedad católica de la época.
El éxito de Furtivos supuso un punto de inflexión para el cine español y abrió una nueva etapa para lo que se llamaría nuevo cine español. Hasta entonces, las producciones debían recurrir a metáforas y alegorías para sortear la censura, pero Furtivos permitió abordar ciertos temas de manera más directa, aunque sin abandonar del todo el simbolismo.
El propio director explicó en su momento que un furtivo, según la Real Academia, no era el cazador que cazaba contra la ley, sino todo aquel que hacía algo a escondidas. “Por eso la paz de los bosques podía ser engañosa, encerrar muchos problemas…”, en alusión a la expresión franquista “bosque en paz” como metáfora de una España silenciada.
Problemas con la censura
La producción de Furtivos estuvo marcada por las limitaciones presupuestarias, lo que llevó a Borau a interpretar él mismo el papel del gobernador, como recuerda el documental Borau y el cine de Germán Roda.
El director no buscaba protagonismo, sino que, según sus propias palabras, “no había dinero” para contratar a otro actor. Tras su estreno, la película se convirtió en un fenómeno: alcanzó los tres millones y medio de espectadores, una cifra notable para una obra calificada para mayores de 18 años, y fue distribuida en una docena de países.
La censura franquista supuso un obstáculo considerable para la exhibición de la película. Las autoridades exigieron numerosos cortes, a los que Borau se negó, aceptando únicamente eliminar un plano de la fachada del Gobierno Civil.
El filme permaneció retenido hasta que el comité de selección del Festival de San Sebastián advirtió que no habría presencia española en el certamen si no se incluía Furtivos. Finalmente, en septiembre de 1975, la película pudo estrenarse, obteniendo la Concha de Oro a Mejor película y la Perla del Cantábrico a Mejor película de habla hispana.
La crítica reconoció en Furtivos una ruptura con los tabúes y una expresión de liberación tras años de represión. El filme, con su atmósfera opresiva y su desenlace brutal, fue calificado por Borau como “un cuento cruel fantástico, pero que no pierde pie, realidad, vamos. No he buscado símbolos fáciles, hacerme claro por este camino. Siempre dependerá de la capacidad de ver que tenga cada espectador”.
El director temía que la ambigüedad y las elipsis narrativas alejaran al público, pero el tiempo demostró lo contrario: la película se consolidó como un clásico, manteniendo su capacidad de perturbar y fascinar.
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