
Durante las celebraciones navideñas, las comidas abundantes suelen ser protagonistas. Los efectos de estos excesos en el cerebro han sido objeto de estudio, con resultados que matizan la preocupación general sobre el impacto inmediato de una cena copiosa.
El organismo responde a una ingesta excesiva con una compleja serie de señales fisiológicas para informar al cerebro sobre la saciedad. Hormonas intestinales, metabolitos y la insulina liberada por el páncreas coordinan este proceso.
Según Tony Goldstone, endocrinólogo del Imperial College de Londres, la llamada “cascada de saciedad” se genera en distintas zonas del intestino y actúa en diferentes momentos, enviando señales al cerebro para frenar el impulso de seguir comiendo. Esta respuesta también está vinculada a la conocida somnolencia que suele aparecer tras comer en exceso. Las causas de esa somnolencia no se comprenden del todo.
Somnolencia y otras reacciones
Aaron Hengist, investigador de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos, apunta que antes se atribuía este efecto al desvío del flujo sanguíneo hacia el aparato digestivo. Sin embargo, los estudios recientes no han detectado una reducción significativa del flujo sanguíneo cerebral tras una comida copiosa, lo que sugiere que el fenómeno es más complejo y aún no está del todo esclarecido.
Sobre la reacción metabólica tras un atracón puntual, los estudios indican que, en personas jóvenes y sanas, el cuerpo regula bien los niveles de glucosa y lípidos en sangre, incluso cuando duplican la ingesta calórica habitual. Hengist dirigió un experimento donde voluntarios comieron pizza hasta el límite de su capacidad y, durante las horas siguientes, sus parámetros metabólicos se mantuvieron dentro de rangos normales.
El cuerpo logró este equilibrio gracias a un aumento en la secreción de insulina y otras hormonas intestinales, que ayudan a controlar el azúcar y a generar sensación de saciedad. Sin embargo, estos resultados no pueden extrapolarse a personas con otros perfiles, como mujeres o individuos con sobrepeso, ni a quienes padecen enfermedades metabólicas.

El panorama cambia cuando los excesos no son puntuales, sino que se prolongan durante días. En un estudio que simuló una fiesta estadounidense —en la que personas con sobrepeso consumieron grandes cantidades de comida rica en grasas y alcohol durante varias horas— se detectó un aumento relevante de grasa hepática en la mayoría de los participantes.
Mantener una dieta alta en grasas y azúcares favorece la aparición de enfermedad del hígado graso no alcohólico, que puede reducir la cantidad de oxígeno disponible para el cerebro y generar inflamación en los tejidos cerebrales. Estos factores elevan el riesgo de enfermedades neurológicas a largo plazo.
La relación entre intestino y cerebro forma parte de una adaptación evolutiva. Cuando el organismo detecta hambre, el cerebro incentiva la búsqueda de alimentos energéticos, un mecanismo que también se observa en animales.
Alternativas y conclusiones
Estudios en roedores han mostrado que los circuitos cerebrales que controlan el apetito se apagan apenas el animal localiza el alimento. En el ser humano, la preocupación evolutiva ha sido la falta de comida, y el organismo ha desarrollado estrategias para sobrellevar el ayuno, no tanto el exceso, que históricamente ha sido menos frecuente.
Respecto al impacto de los alimentos ultraprocesados, investigaciones recientes han detectado que una dieta muy calórica durante solo cinco días puede modificar la actividad cerebral en áreas asociadas a la memoria y el control del apetito.
Stephanie Kullmann, especialista de la Universidad de Tubinga, comprobó que, tras varios días de una dieta rica en azúcares y grasas, el cerebro de los participantes respondía de manera similar al de personas con obesidad, aunque el peso corporal no hubiese cambiado.
Las alteraciones en el hipotálamo y en los sistemas de recompensa pueden aumentar la preferencia por porciones más grandes y reforzar el consumo por placer, efectos que persisten incluso al volver a la dieta habitual.
Las conclusiones de los expertos sugieren que una gran comida festiva aislada no resulta preocupante para personas sanas. Sin embargo, advierten que prolongar estos excesos más allá de unos pocos días puede generar alteraciones metabólicas y cerebrales duraderas.
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