
El Instituto Nacional de Estadística (INE) ha publicado la ‘Encuesta de Condiciones de Vida’ correspondiente a 2024, un trabajo que pretende ir más allá del PIB y ofrecer una fotografía más rica del bienestar. Promovido y respaldado por iniciativas académicas y organismos como Naciones Unidas, la Comisión Europea o la OCDE, el documento agrupa sus indicadores en nueve dimensiones —condiciones materiales, trabajo, salud, educación, ocio y relaciones sociales, seguridad física y personal, gobernanza y derechos básicos, entorno y medioambiente y experiencia general de la vida— con el fin de medir tanto aspectos objetivos como percepciones personales.
Una de las preguntas más directas del cuestionario sirve como termómetro subjetivo: “Si usted tuviese que indicar, del 0 al 10, cómo de satisfecho está con su vida, siendo cero ‘nada satisfecho’ y diez ‘plenamente satisfecho’, ¿qué nota le daría?”. En esa escala, y pese a algunas mejoras objetivas en el país, los gallegos aparecen entre los menos satisfechos: son los terceros por la cola entre las comunidades autónomas, lo que obliga a atar datos objetivos y sensaciones para entender la contradicción aparente entre longevidad y malestar.
Más años, menos calidad percibida: la paradoja gallega
Los datos de esperanza de vida sitúan a Galicia en 83,6 años (2023), apenas por debajo de la media nacional (83,8). Madrid, Navarra y Cantabria encabezan la lista nacional, y, como sucede en el resto del país, las mujeres mantienen una esperanza de vida superior a la de los hombres. Ahora bien, cuando la mirada cambia de la cantidad de años a la calidad de esos años —la esperanza de vida con buena salud— se observa un signo de alarma a nivel nacional: España registra 62,1 años de vida con calidad frente a 63,1 en la Unión Europea, cifras que además son inferiores a las anteriores a la pandemia. No se dispone en el desglose autonómico de estos últimos años con buena salud, pero la comparativa nacional sirve para enmarcar la situación gallega: más longevidad real, pero con menos años vividos sin limitaciones funcionales.
Esa diferencia entre datos objetivos y percepción se evidencia en la salud autopercibida: Galicia es la comunidad en la que menos personas declaran encontrarse en un estado de salud bueno o muy bueno, aunque la tendencia ha mejorado respecto a los años posteriores a la crisis sanitaria. El envejecimiento poblacional, en el que Galicia es una de las comunidades más veteranas, explica parte de este resultado: a mayor edad aumenta el porcentaje de quienes declaran un estado de salud regular, malo o muy malo. Esa correlación edad–percepción explica por qué, pese a la esperanza de vida relativamente alta, el sentimiento colectivo sobre la salud no termina de ser positivo.

El tipo de hogar contribuye a matizar la lectura: los porcentajes más elevados de salud muy buena se encuentran entre hogares formados por dos adultos con hijos dependientes, mientras que los peores registros corresponden a hogares donde vive una mujer sola de 65 o más años. Es decir, la estructura familiar y la soledad —particularmente entre mujeres mayores— actúan como factores determinantes de la percepción del bienestar sanitario.
Enfermedades de larga duración y accesibilidad a la atención completan la imagen: en 2024, un 39,9% de los gallegos declaró padecer problemas de salud con más de seis meses de duración, lo que sitúa a la comunidad como la segunda con mayor porcentaje de cronicidad; aunque mejoran los registros frente a 2023 (41,1%), la cifra sigue siendo alta. Además, el 3,2% reconoció no haber recibido atención médica cuando la necesitaba —por coste, distancia o listas de espera— frente a un 1,8% a nivel nacional, un dato que dibuja brechas de acceso que influyen en la insatisfacción general.
Dónde falla y dónde progresa Galicia
La encuesta dedica un bloque a los determinantes de salud que permiten explicar factores de riesgo y tendencias. En 2023, a nivel nacional, un 39,8% de la población adulta tenía sobrepeso y un 15,2% obesidad. Galicia presenta cifras parecidas: 38% con sobrepeso y 17,9% con obesidad. Por sí solos, esos porcentajes ya condicionan la carga de enfermedad crónica; acompañados por bajos niveles de actividad física explican parte del deterioro en la salud funcional.
En materia de ejercicio, Galicia aparece en puestos bajos: es la segunda comunidad donde menos se practica actividad física de forma regular, solo por delante de Castilla-La Mancha. Las diferencias de género son claras: el 35,3% de los hombres gallegos realiza ejercicio frente al 24,6% de las mujeres. También emergen desigualdades socioeconómicas: el 20% de los participantes con ingresos más altos casi duplica la tasa de actividad del 20% con salarios más bajos. Esto evidencia cómo la capacidad material influye de forma directa en la posibilidad de cuidarse y, por extensión, en la sensación de bienestar.
En cuanto al tabaco, la evolución es positiva: en Galicia el porcentaje de fumadores diarios pasó del 22,2% al 14,9%, una reducción notable. Sin embargo, el descenso no ha sido homogéneo por sexos: los hombres han reducido el consumo en once puntos porcentuales desde 2009, mientras que las mujeres lo han hecho en 7,4 puntos. Esa menor reducción entre las mujeres coincide con la advertencia lanzada por sociedades médicas —la SEOM alertó en 2025— sobre el crecimiento del cáncer de pulmón entre la población femenina, lo que añade urgencia a campañas dirigidas por género.
Relaciones, confianza y entorno
La dimensión social del bienestar —ocio, relaciones, red de apoyo y confianza— muestra a Galicia en una posición intermedia en la mayoría de indicadores: frecuencia de contacto con seres queridos, satisfacción con las relaciones y disposición para pedir ayuda. Sin embargo, la confianza en los demás es baja; Galicia es una de las comunidades donde menos se confía en otras personas, un rasgo que el informe vincula con una reserva cultural que puede limitar la cohesión social y, por tanto, el apoyo informal que tanto influye en la salud mental.
Por el lado positivo, el entorno físico ofrece ventajas: Galicia está entre las regiones con menor exposición a la contaminación (cuarta posición a la baja) y a la contaminación acústica (tercera), lo que protege la salud respiratoria y el descanso. No obstante, la satisfacción con las zonas verdes y áreas recreativas es sorprendentemente baja y persistente en el tiempo; datos de 2013 ya reflejaban descontento y la percepción no ha cambiado de forma significativa, lo que sugiere problemas de acceso, calidad o mantenimiento de esos espacios urbanos y periurbanos.
La economía del trabajo no es ajena a la salud: Galicia es la séptima comunidad con mayor porcentaje de trabajadores con salarios bajos (18,2%) y la segunda donde más empleados dedican más de 49 horas semanales (8,8%), condiciones que tensan el tiempo disponible para el autocuidado y el ocio. La satisfacción laboral, con 7,3 puntos, queda apenas por debajo de la media nacional, pero es suficiente para entender que la presión sobre el tiempo y los ingresos condiciona profundamente la experiencia general de la vida.
Al entrelazar todos estos hilos la radiografía que deja la encuesta es compleja: Galicia vive más años, disfruta de un entorno relativamente limpio, reduce el tabaquismo y mantiene niveles de esperanza de vida altos, pero la acumulación de enfermedades crónicas, la baja práctica de ejercicio, la precariedad salarial y la falta de confianza social hacen que la percepción del bienestar se mantenga entre las más bajas del país, convirtiendo la aparente longevidad en una longevidad que no siempre es vivida con calidad.
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