
“Anunciamos con inmensa tristeza el fallecimiento de nuestra fundadora y presidenta, Madame Brigitte Bardot, actriz y cantante de renombre mundial, que eligió abandonar su prestigiosa carrera para dedicar su vida y energía al bienestar animal”. Con esas palabras, la Fondation Brigitte Bardot cerró este domingo un capítulo que comenzó en París el 28 de septiembre de 1934, cuando nació una niña destinada a romper moldes y desafiar la moral de su tiempo.
La infancia de Brigitte Anne-Marie Bardot, en el seno de una familia acomodada del barrio XVI, transcurrió entre el rigor de la educación francesa y la disciplina de la danza clásica. Nadie podía imaginar que, pocos años después, esos pasos de ballet la llevarían a recorrer los escenarios más importantes de Europa y, finalmente, a los platós de cine. Fue en 1952 cuando la joven de ojos grandes debutó en la pantalla, pero el verdadero estallido llegó en 1956, cuando Roger Vadim —su primer marido y mentor— la colocó en el centro de “Y Dios creó a la mujer”. Aquel filme fue más que una película: fue el nacimiento de un mito.

La imagen de Bardot bailando descalza en un bar de Saint-Tropez, con el cabello rubio suelto y el cuerpo envuelto en una sensualidad desafiante, se convirtió en símbolo de una revolución cultural. En una Francia aún marcada por la rigidez conservadora de la posguerra, Bardot encarnó el deseo, la libertad y la rebeldía. El mundo la bautizó como “BB”, y su fama cruzó fronteras. Su rostro adornaba portadas de revistas en Nueva York, Buenos Aires, Londres y Tokio; su figura inspiraba a diseñadores, artistas e intelectuales. Simone de Beauvoir escribiría poco después: “Bardot camina lascivamente, y un santo vendería su alma al diablo por verla bailar”.

Durante casi dos décadas, Bardot se movió entre el glamour y la controversia. Participó en más de 45 películas y grabó más de 70 canciones, colaborando con directores como Jean-Luc Godard y Louis Malle. En “La vérité” (1960), bajo la dirección de Henri-Georges Clouzot, ofreció su interpretación más intensa y ganó el David di Donatello. En “El desprecio” (“Le Mépris”, 1963), Godard la llevó a explorar la desintegración emocional y la mercantilización del cine, en una de las escenas más recordadas de la Nouvelle Vague. Fue musa de Serge Gainsbourg, quien compuso para ella la sensual “Je t’aime… moi non plus”, y que grabaron juntos en secreto en 1967, debido a la oposición del esposo alemán de Bardot, Gunter Sachs.
Su vida privada era tan mediática como sus películas. La prensa seguía cada uno de sus romances, matrimonios—cuatro en total—y rupturas. Su relación con su hijo, Nicolas Charrier, estuvo marcada por el conflicto y la distancia. Bardot nunca ocultó sus heridas: sobrevivió a intentos de suicidio y a dos abortos voluntarios, episodios que relató con crudeza en sus memorias. El público la veía como un mito, pero detrás de la pantalla y las luces, Bardot luchaba con la soledad, la presión y la incomprensión.

En 1973, cuando tenía solo 39 años y estaba en la cima del reconocimiento internacional, Bardot tomó una decisión radical: se retiró del cine. “La fama es una prisión dorada”, decía. Con ese gesto, rompió con su pasado y se alejó del bullicio de los focos. El mundo del espectáculo perdió a una de sus mayores estrellas, pero el movimiento animalista ganó a su defensora más apasionada.

En 1986, fundó la Fondation Brigitte Bardot (FBB), dedicando toda su energía y recursos a la lucha contra el maltrato animal. Sus campañas, como la que protagonizó en Terranova en 1977 abrazando a una cría de foca, dieron la vuelta al mundo y lograron cambios legislativos importantes. Bardot se convirtió en referente del activismo animalista, impulsando leyes y campañas internacionales contra la caza, la experimentación y el comercio de animales. A lo largo de décadas, defendió causas como la prohibición de la carne de caballo en Francia y la mejora de las condiciones en los mataderos.
La voz de Bardot, sin embargo, nunca fue dócil. En la esfera pública, sus opiniones generaron polémica y, en ocasiones, condenas judiciales. Apoyó a la líder ultraderechista Marine Le Pen, describiéndola como “la Juana de Arco del siglo XXI”. Criticó el feminismo contemporáneo y relativizó el movimiento #MeToo, asegurando que muchas actrices “calientan a los productores para conseguir un papel”. Durante la pandemia de covid-19, se negó a vacunarse, alegando alergia a los productos químicos. Varias de sus declaraciones sobre inmigración e islam le valieron cinco condenas por incitación al odio, según reportó France 24.
A pesar de las controversias, Bardot nunca perdió su magnetismo. Su influencia en la moda—fue pionera de las bailarinas, los vaqueros remangados y el escote Bardot—sigue intacta. Fue admirada por intelectuales como Marguerite Duras, François Truffaut y Jean-Luc Godard. Su imagen, reproducida en miles de pósters y fotografías, continúa inspirando a artistas, diseñadores y generaciones de mujeres.

En sus últimos años, Brigitte Bardot vivió retirada entre sus mansiones de Saint-Tropez, interviniendo esporádicamente en el debate público, sobre todo en defensa de los animales. En 2025, en una entrevista con BFMTV, relanzó su última batalla: la prohibición de la caza de montería, que consideraba de una crueldad extrema.
La muerte de Bardot marca el final de una era. Su vida fue una sucesión de rupturas y reconstrucciones: de niña burguesa a símbolo sexual, de estrella internacional a activista radical, de musa de cine a figura política y social. El legado de Brigitte Bardot es indeleble. Desafió tabúes, incomodó a su país y al mundo, y defendió hasta el final su derecho a ser libre, polémica y auténtica. En la memoria colectiva queda su risa, su mirada desafiante y la certeza de que, como escribió una de sus biógrafas, “Bardot siempre ha sido y será una niña”.
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