
A las 17.35, la atmósfera en el primer piso del Centro Cultural Recoleta (Junín 1930) - el lugar donde se lleva a cabo la última jornada del IV Magistral de Ajedrez Szmetan-Giardelli- está colmada de ansiedad y nervios. Decenas de aficionados, expertos, familiares, periodistas y curiosos siguen atentamente cada palabra que el gran maestro uruguayo Andrés Rodríguez Vila utiliza como moderador en la sala de análisis sobre la transmisión en vivo de la partida, que en otra sala contigua están disputando, el ocho veces campeón argentino, el juninense Diego Flores, de 43 años y el prodigio Faustino Oro, de 12.
El destino del campeón del torneo ya no está en juego; el gran maestro noruego Aryan Tari, quien igualó rápidamente su partida con el argentino Sandro Mareco, se aseguró el puesto de vanguardia y espera si alguien puede darle alcance. Fausti -como lo llaman sus familiares- y el Turu -como le dicen sus amigos- están jugando su duelo personal; por romper un score que está igualado 2 a 2 tras las cuatro veces que se enfrentaron en partidas pensadas, y luchan, además, por darle alcance al puntero. Pero para el más pequeño está latente la posibilidad de lograr su segunda norma de gran maestro, aunque sea necesaria sumar una nueva performance más para la conquista del título. Un empate le bastará, y él, y toda esa gente que hoy colmó el salón de análisis y que incluso hizo colas en los pasillos en busca de un lugar para el ingreso, también lo saben. Por eso tanta expectación.
El desborde de público, una mezcla de entendidos y no tanto, obligó al árbitro de la prueba, Leandro Plotinsky, a poner un cordón a modo de vallado sobre uno de los pasillos que desembocaba en la sala de juego. “Silencio, por favor. Ya no pueden avanzar más. Para ver la partida vayan a la sala de análisis, y por favor apaguen sus celulares”.
Al fondo de ese pasillo, la puerta de vidrio cerrada no impide visualizar su interior. Allí adentro se lo observa a Faustino frotándose sus manos contra su cabello crespo y rapado, acaso, como si de su mente, al igual que de una lámpara, pudiera dispararse una nueva genialidad. Mientras contorsiona su figura, también, se acomoda sus gafas rojas. Se nota que está sintiendo el rigor de la partida; los ademanes de su cuerpo y los mohines de su rostro explicaban lo que allí está pasando. La partida es tensa, con leve ventaja de las blancas (Diego Flores) mientras que el bando negro (Fausti), si bien no ofrece ninguna debilidad, sólo puede aguantar. Un error del niño avivó las posibilidades del mayor, pero éste no continuó como indican los algoritmos tan de moda en el ajedrez, y la posición vuelve a igualarse. Aunque poco después Flores se atreve a forzar, ahora es el mayor el que se equivoca. El resultado de la partida se vuelve incierto. ¿Arriesgará Faustino e irá por la victoria del torneo en lugar de asegurar el puntaje para la norma? Sobre la mesa está el reloj de juego, de cada ajedrecista, sólo le quedan 60 segundos. En ese instante, el más experimentado de los jugadores ofrece el empate.
Son las 17.40 y al “Messi del Ajedrez” la alegría lo embargó; se sonrojó y se le escapó una sonrisa cuando supo que con el final de la partida había cumplido con una parte importante de uno de sus objetivos. El niño, que el pasado 14 de octubre cumplió 12 años, y que causa asombro jugando al ajedrez, acababa de dar un nuevo salto en su chispeante y ascendente carrera junto a los trebejos. A esas alturas, su mamá (Romina), que había superado el vallado, lo aguardaba detrás de la puerta. Fue ella la primera en recibirlo, abrazarlo, besarlo y felicitarlo. Una explosión de júbilo completó la escena viviente.
Así, a los 12 años, 2 meses y 2 días, Faustino Oro quedó a un paso de abrazar uno de sus sueños: convertirse en gran maestro -la graduación más alta a la que aspira todo ajedrecista-. Para conseguirlo, y ya nadie duda que lo hará, deberá sumar una nueva norma; repetir una performance como la de hoy, aquí en Buenos Aires o como la conseguida en septiembre último en Madrid, para cumplir con el requisito de la obtención de tres normas que la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE, según sus siglas francesas), exige en su reglamentación para otorgar y homologar el título de gran maestro, uno más entre los casi 2000 ajedrecistas, que solamente poseen esa distinción en el mundo del ajedrez.
Mientras la madre y su hijo recorren el pasillo, las miradas se posan sobre Faustino. Brotan los pedidos de autógrafos y de selfies a su paso, que no lograron detenerlo para su ingreso a la sala de análisis. Un aplauso cerrado lo recibe. Enseguida pregunta: “¿Estaba muy mal, no?“. Él sentía que la había pasado mal, y que se había salvado por poco. “No Fausti”, lo consoló Andrés Rodríguez, y completó “en verdad hiciste fácil lo que parece muy difícil, el poder resistir en esta posición. Las máquinas indican igualdad”.
Luego de casi 40 minutos de análisis de cada jugada e idea que tuvieron cada uno de los jugadores, que fueron compartidas junto a otros maestros como Oscar Panno, Hugo Spangenberg, Marino Cid y Sergio Slipak, la conclusión fue unánime. El empate fue justo.
Recién allí, se produjo un respiro y Diego Flores pudo hablar con Infobae. “En realidad no tenía ninguna intención de arruinarle nada a Fausti, pero quería que él supiera lo que es luchar una partida de este calibre, cuando está en juego tu posibilidad de hacer una norma”, dijo el flamante campeón nacional.
-Debe ser difícil jugar contra un niño que tiene una ilusión y que vos se la quites.
-Fausti está en una edad en la que creo está empezando a forjar su personalidad competitiva. Él necesita de gente que le tire “tiros” en este tipo de partidas, porque eso lo hará fuerte también en este campo.
Luego Diego “Turu” Flores dio su visión de lo sucedido en las casi tres horas de partida. “Creo que llegué a controlar una posición que me gustaba. La sensación allí frente al tablero era que él estaba sufriendo y yo era el que tenía la pelota. Después, si analizás cada jugada con la computadora, eso ya es otra cosa. Él se había quedado sin plan, estaba a la espera y es muy incómodo jugar así cuando te sirve el empate. Después pasó lo que todos vieron, me equivoqué e incluso podía perder”.
-¿Te tocó alguna vez jugar una partida con tanta presión por el resultado?
-Me pasó muchas veces y en el ajedrez sucede de manera cotidiana. La semana pasada me tocó en la final del campeonato argentino jugar con Federico (Pérez Ponsa) y él estaba obligado a ganar para forzar un desempate, y a mí el empate me bastaba para ganar el torneo. Él iba a arriesgar todo lo necesario porque sabía que yo siempre iba a aceptar el empate. Por eso, te repito, creo que es importante que Fausti pase por estas situaciones, que son tan cotidianas en el ajedrez.
-¿Y cómo lo viste a él en el torneo?
-Lo vi muy bien, manejó algunas partidas y en otras lo hicieron transpirar, pero terminó haciendo su trabajo, lo que le convenía.
La partida entre Flores y Faustino fue la última en concluir en la jornada. Atrás quedaron las victorias de Julio Granda (Perú) e Iván Cheparinov (Bulgaria) ante Alexei Shirov y el maestro argentino Sergio Slipak, respectivamente. En tanto, el prodigio juvenil, Ilan Schnaider sumó un duro empate con el experimentado Tomás Darcyl.
Con estos resultados, las posiciones finales fueron las siguientes: primeros Tari (Noruega) y Cheparinov (Bulgaria), con 6 puntos; terceros, Shirov (España), Faustino Oro y Flores, 5,5; sextos, Granda (Perú) y Mareco, 4; octavo Slipak, 3,5; noveno Ilan Schnaider, 3 y décimo, Darcyl, 2.
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