El video es increíble y retrata bastante bien cómo se vive el fútbol en buena parte de la Argentina. Lo que debería ser una fiesta casi siempre termina empañada y esta vez no fue una tragedia simplemente porque los cinco micros de Racing que pasaron por “territorio enemigo” no eran de la barra brava, sino de una filial de zona Sur que equivocó el camino. Y que en vez de seguir a la caravana de los violentos agrupados bajo el nombre “Los Pibes de Racing” y “La Guardia Imperial la vieja escuela”, que iba con acompañamiento policial por la avenida Vélez Sársfield, decidieron tomar Iriarte, algunos dicen que para hacer más rápido, otros como una provocación, y se metieron de lleno en la zona de Barracas lindera con la Villa Zavaleta, que es centro neurálgico del grupo que hoy domina la barra de Independiente autotitulado Los Dueños de Avellaneda.
De hecho, esta facción de los violentos del Rojo que tiene como líderes a Juani Lencziki y Mario Nadalich suele reunirse en el club Juventud Unida que queda en Iriarte al 3200 y por ahí pasaron los micros que llevaban a los hinchas de la Academia. También hay que darle gracias a la diosa fortuna que en ese momento en el club no estaban los barras del Rojo, porque todo podría haber terminado mucho peor. Y que tampoco en los micros viajaba la facción de Villa Corina que domina el paravalanchas de la Academia con Leandro Paredes a la cabeza, porque hoy estaríamos hablando de un enfrentamiento de proporciones.
La situación que se refleja en el video es patética pero también muestra el grado de violencia con que se vive según el color de camiseta que te identifique. Los cinco micros escolares de la filial cruzaron por el puente Victorino de la Plaza que era el lugar señalado para todos los que iban al estadio desde la zona Sur, cosa de que no se produjera un colapso en el Puente Pueyrredón que quedó liberado para el tránsito particular. Hasta ahí la decisión policial parecía correcta. El camino debía seguir por Vélez Sarsfield hasta Amancio Alcorta, donde los micros debían estacionar en un sector previamente delimitado y desde allí los hinchas podían ir caminando seis cuadras hasta el estadio. En esa ruta el choque con otras barras era casi imposible. Por un lado, la de Tigre venía por Perito Moreno hasta Alcorta y de allí iba directo hasta la entrada de Luna sin posibilidad de cruzarse ni siquiera con las filiales de Racing de Zona Oeste, que venían por autopista. Tampoco había posibilidad de toparse con la de Huracán, que para en la Plaza José C. Paz, a la altura del hospital de agudos José María Penna, ni tampoco con la facción de los violentos del Globo que pisa fuerte en el asentamiento conocido como El Pueblito, cercano al Puente Alsina.
Por eso el grueso de la barra de Racing que tuvo acompañamiento de la Policía Bonaerense en la primera parte y de la Policía de la Ciudad en la segunda, llegó sin pasar inconvenientes ni producir incidentes en su trayecto. Pero, insólitamente, cinco micros cuando faltaban 45 minutos para el partido se metieron por Iriarte. Y allí, aunque parezca mentira, comenzaron las provocaciones. Desde los micros con cantitos contra Independiente y Huracán que fueron respondidos desde las casas de la zona con objetos contundentes. Adoquines, sartenes, piedras de distintos tamaños, ladrillos, todo lo que la gente tenía a mano en sus casas o en las calles aledañas sirvió para arrojarles a los colectivos de los hinchas de Racing que afortunadamente no pararon su trayecto salvo cuando los tomó un semáforo sobre Iriarte y en donde cerca de ocho energúmenos con la camiseta albiceleste se bajaron a tratar de pelear y por suerte los micros volvieron a arrancar rápido para que nada sucediera.
Lo insólito de todo esto es que como ese trayecto no estaba diseñado en el operativo como lugar de tránsito para los que iban a la cancha, no sólo no había fuerzas de seguridad en el camino, sino que había tránsito de día normal, con autos particulares y colectivos de línea pasando por Iriarte que se vieron inmersos en una situación violenta e indeseada. Al no haber presencia policial, no hubo detenciones y como tampoco hubo denuncias por daños en la vía pública, todo quedó como una anécdota más de un fútbol argentino que vive entre la intolerancia y la violencia.
Dicha zona, además, tenía en su momento presencia de Gendarmería que la hacía bastante menos insegura pero desde el traspaso hacia las fuerzas de la Ciudad, según los propios habitantes, el barrio el lugar se puso bastante más inseguro. Tan inseguro como ir a ver un partido de fútbol en el que cualquier cosa puede pasar y en el que una moneda tirada al aire decide si cae del lado de la violencia irracional con víctimas que lamentar o sólo queda como un incidente más que afortunadamente todos pueden contar.
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