
El 28 de mayo del 2000 es una fecha que quedará guardada para siempre en la memoria de Andrés D’Alessandro. Ese día cumplió su sueño de debutar de manera oficial con la camiseta de River Plate. El Cabezón, por ese entonces una de las jóvenes promesas de la cantera millonaria, ingresó a los 31 del segundo tiempo por Diego Placente para intentar dar vuelta el marcador (finalmente cayeron por 2 a 1 como locales ante Unión).
Pese a que su estreno en la máxima categoría del fútbol argentino fue de la mano de Américo Rubén Gallego, su relación con el Tolo no era la mejor. Así le explicó el propio jugador al periodista Diego Borinsky, autor de “Cabezón, biografía oficial de Andrés D’Alessandro”.
“Gallego se manejaba con los grandes, no tenía diálogo con los pibes. Era corto en el trato, un poco bruto. Con los chicos no había explicación. Era así, bancátela y listo. No tenía nada que ver con jugar o no jugar, porque era difícil meterse en ese equipo de los cuatro fantásticos, con Ortega, Saviola, Aimar y Ángel”, rememoró el futbolista con pasos en Wolfsburgo de Alemania, Portsmouth de Inglaterra, Zaragoza de España, San Lorenzo e Inter de Porto Alegre.
En ese plantel, que terminó adjudicándose el título con comodidad (aventajó por seis unidades a Independiente, Colón y San Lorenzo), además de su poderoso ataque contaba con figuras de la talla de Roberto Bonano, Hernán Díaz, Eduardo Berizzo, Mario Yepes, Marcelo Escudero y Leonel Gancedo, entre otros.
“El tema era el trato. Cada técnico tiene su estilo. A propósito de ese trato, como nunca fui de callarme, un día me crucé con Flavio Pérez, el preparador físico del Tolo. Había terminado una práctica y quise quedarme a patear unas pelotas más. ‘Vamos, vamos, ya terminó’, me apuró el profe. Yo ya había puesto las pelotas para patear unos tiros libres. No sé qué podía molestarle que pateara esas pelotas, me parecía ridículo. Agarré y pateé igual”, ejemplificó en el libro el campeón mundial Sub 20 y de los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 con la camiseta de la selección argentina.
Su actitud no fue tomada con alegría por el cuerpo técnico de Gallego, ya que tomaron la decisión de sancionarlo: “El profe no me bancó, pasó la data al técnico y me suspendieron. Me bajaron un par de semanas a Reserva. Me dio una bronca terrible, no es que falté a un entrenamiento o que llegué tarde o que me fui antes o que laburé menos. No. Quería quedarme a patear un rato. Me la tuve que bancar. Y eso también dilató mi presencia en la Primera”.
Andrés D’Alessandro también contó el rigor que le hicieron sentir sus experimentados compañeros durante las prácticas: “En la pretemporada (2000) tuve mis primeras prácticas con los grandes. El ritmo de entrenamiento lo aguantaba, el tema era que algunos te cagaban a patadas. Así de crudo. No lo pasé bien. Agarré nenes bravos: Celso Ayala, el Cabo Sarabia, Leo Ramos y, sobre todo, Trotta. Mamita... No solo te hacían sentir el rigor del entrenamiento. También te hacían pasar vergüenza si abrías la boca cuando no tenías que abrirla. Lo mejor era estar callado y no llamar la atención, pero yo nunca fui de guardarme las cosas que tenía para decir. Ese es mi carácter. Cuando me sacudían, los miraba y algo decía. No me callaba. A muchos no les gustaba y me lo hacían saber.”.
Otro punto interesante dentro del libro es cuando D’Alessandro ahondó en cómo son las prácticas comandadas por Marcelo Gallardo y cómo el entrenador utiliza distintos ejercicios para ver cómo reaccionan sus dirigidos ante distintas situaciones: “Gallardo me llegó en un momento importante de mi carrera. Sus entrenamientos son cortos, 40 o 50 minutos, quizás una hora, pero a full full. Tiene que ser con el estilo de juego que pregona: presión permanente, alta intensidad para recuperar cerca del arco rival y luego atacar de manera vertical. Todo esto sin olvidarnos de saber jugar al fútbol. No es nada más que correr, sino saber para la pelota, tener buenos controles, ser inteligente para elegir la mejor opción y dársela a un compañero”.
“Te pone a propósito un reducido de marca individual para ver si te quedás parado, si tenés espíritu de grupo o no. Arma un 5 contra 5, y si no corrés, matás a tus 4 compañeros, se hace muy evidente si te quedás parado. Ahí el DT evalúa tu actitud ante la adversidad, tu reacción ante el error si perdés una pelota. Hoy más que nunca, el entrenador es un gestionador de grupo, debe ser un buen psicólogo, entender muchas veces la cabeza del jugador”, concluyó.
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