
Es Día de San Valentín y en Madrid los enamorados caminan de un lado a otro. Cristian, junto a Jorgelina, le hacen frente al frío europeo y se dirigen hacia un supermercado cercano. Cristian Galotto es uno de los amigos íntimos de Ángel Di María y, Jorgelina, la mujer del por entonces jugador del Real Madrid.
El rosarino se asombra a cada paso con la alucinante capital española y hace las veces de auxiliar de la esposa de un Fideo que cumple años ese mismo 14 de febrero y lo celebrará junto a amigos por la noche. A pesar de que habían contratado un catering, Jorgelina le había pedido que lo ayudara con algunas compras para el festejo.

Aprovechando sus vacaciones, Kiki -tal como lo llaman los más cercanos- se hospedó en el hogar de la familia Di María y siguió a su amigo de la infancia a todos lados.
"Pepe (el defensor portugués) dijo que quería hacer una sangría", le dice Jorgelina a Cristian ya en el mercado. Entonces él se dirige hacia la góndola de los vinos, evade los tetrabrik a los que no les hace asco en Rosario y se enfila a agarrar uno de mejor calidad. Piensa en el limón, el azúcar y ya se imagina revolviendo la jarra con mucho hielo. Pero la mujer de Ángel lo frena, algo risueña: "Acá no arman así la sangría".
Claro, el trago de origen español que también suele ser muy degustado en el país lusitano lleva otros ingredientes, más allá del vino. Puede ser triple sec, brandy, whiskey, tequila o sidra, fruta picada y canela, además de azúcar y jugo de limón. Quizás hasta es más parecido al clericó.

Con el chango lleno, retornaron a la casa y empezaron con los preparativos junto al mediocampista zurdo que estaba transcurriendo una excelente temporada en el Madrid.
Como no tenían empleada doméstica ni habían contratado un ayudante, la puerta era golpeada, los anfitriones la abrían, invitaban a pasar, se acomodaban y repetían el proceso. A esa altura ya había llegado algún jugador del plantel merengue. Pero de repente se escuchó el rugido de un motor que se apagaba y, pocos segundos después, volvió a sonar el timbre. Ángel, entretenido con algunos comensales, le pidió a su fiel compañero que atendiera.
Kiki jamás pensó que detrás del umbral iba a aparecer el mismísimo Cristiano Ronaldo. "No lo podía creer", le recuerda a Infobae. No había tenido acceso a la lista de invitados y se le formó un nudo en la lengua cuando la imponente estrella cruzó su mirada con él.

"Cristiano habrá pensado que yo era el empleado, me habló en portugués y yo no le entendí muy bien. Creí que me estaba diciendo si podía estacionarle el Lamborghini, pero después me di cuenta de que me preguntaba si podía dejarlo donde estaba". Cristian cuenta la anécdota junto a algunos amigos que se agarran la cabeza y no pueden ocultar su risa.
Los que conocen a CR7 después le revelaron que ante la gente a la que no conoce siempre habla en portugués, pero que cuando tiene confianza, utiliza el español.
Más entrada la noche, siguieron desfilando las figuras: Marcelo, Pepe, el Pipita Higuaín fueron algunas de ellas. En un ambiente descontracturado y con los futbolistas de alto nivel dándose algún permitido, el argentino empezó a ser apuntado. "Me agarraron para la joda en la mesa. Y después de ese día empecé a ir a los entrenamientos", dice.

Parte del plantel merengue disfrutó del agasajo a Di María, que terminó temprano. Antes de la medianoche todos habían partido porque tenían que madrugar. A eso de las 9 de la mañana tenían que presentarse en una de las canchas del complejo Valdebebas.
Los jugadores reconocían a Cristian y lo saludaban en la pasarela posterior al vestuario y anterior a los campos de juego. Mientras tanto, Cristian y dos amigos más, desayunaban en uno de los comedores del predio. Repitieron el itinerario por varios días.
De vuelta en la casa, compartían charlas y mates con Ángel jugando al truco, hasta que él se iba a dormir. Ahí destapaban alguna cerveza o descorchaban un vino esperando que el sueño los invadiera por la madrugada. Cuando el despertador sonaba, iban derecho para Valdebebas.

Mientras mojaban las medialunas en el café con leche o devoraban algún sandwich, saludaban a los futbolistas del Real como si los conocieran de toda la vida.
Un día, uno de los chicos faltó a la práctica porque su estado etílico lo había vencido. Sergio Ramos pasó caminando con Di María, se percató de que faltaba uno de los "tres mosqueteros" para observar el entrenamiento y le dijo: "Ey, Fideo, uno se te ha tirado del barco ya".
Cristian, que ve a Di María como alguien terrenal por conocerlo de toda la vida, se maravilló con los monstruos que lo rodeaban y guardó para siempre una linda historia.
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