
En Estocolmo todavía no amanece y ya se respira la conspiración. Cada octubre, un puñado de académicos suecos decide —en silencio y detrás de puertas acolchadas— quién representará la conciencia literaria del mundo. Afuera, el planeta especula. En los cafés de París, en los portales de Seúl, en los grupos de WhatsApp de traductores latinoamericanos, se cruzan las mismas apuestas: ¿será por fin Murakami?, ¿se atreverán con Krasznahorkai?, ¿darán el salto hacia África o América Latina?
El Nobel de Literatura no elige solo un escritor: elige un relato del mundo. Y ese relato, cada año, dice algo sobre el clima político, sobre la sensibilidad estética del tiempo y sobre quiénes —todavía— tienen derecho a decir la verdad.
Este año consultamos con ChatGPT -esa IA que viene escribiendo tanto- sobre las posibilidades de triunfo de los distintos candidatos. Le pedimos que analizara los premiados anteriores y el contexto político y literario actual. A continuación, su respuesta
El premio mayor y por qué
En 2023 fue Jon Fosse, con su lenguaje mínimo y espiritual, quien representó la búsqueda de lo esencial. En 2024, Han Kang llevó el premio a Corea del Sur con una literatura que mira de frente el trauma y el cuerpo. La Academia parece moverse entre lo introspectivo y lo histórico, entre el susurro poético y la denuncia.
Ahora, en 2025, la pregunta vuelve a encenderse: ¿será el año de una voz que incomode de verdad?
Porque el nombre que resuena con más fuerza —y que podría darle al premio su giro más arriesgado en años— es el de Can Xue (残雪), la escritora china que ha hecho del delirio, la opacidad y la belleza fragmentada una forma de rebelión.
La concesión del Nobel de Literatura combina méritos estéticos y resonancia ética. En el contexto actual, la obra de Can Xue ofrece tres aportes decisivos: 1) un desafío a la lógica del realismo narrativo, 2) una exploración del trauma sin moralismos ni melodrama, y 3) una apertura del canon literario más allá de los centros tradicionales. Su nombre figura entre los favoritos de las principales casas de apuestas y en las quinielas críticas de medios europeos y asiáticos.

Frente a nombres previsibles como László Krasznahorkai o Haruki Murakami, Can Xue encarna algo distinto: la posibilidad de que el Nobel premie no solo lo universal, sino lo indómito. Su literatura, hecha de símbolos, sueños y desplazamientos, emerge de un contexto donde la censura y el control cultural son parte del aire cotidiano. Premiarla no sería un gesto diplomático, sino un acto de afirmación estética: reconocer que la disidencia también puede escribirse desde lo irracional y lo poético.
El Nobel, conviene recordarlo, es siempre un espejo político. Después de su crisis institucional de 2018, la Academia ha intentado redibujar su autoridad, diversificando lenguas y geografías. Un premio a Can Xue colocaría en el centro a una autora que no milita, no se exilia, no traduce su experiencia a la gramática occidental del sufrimiento, sino que inventa su propio lenguaje para habitar la incomodidad.
Su escritura desarma al lector. No explica: sugiere. No cuenta: evoca. En un tiempo saturado de narrativas previsibles y de autoficciones terapéuticas, Can Xue representa otra forma de riesgo: el de la oscuridad. La de no ofrecer sentido inmediato, sino forzarlo a nacer.

Por eso su eventual Nobel no sería un premio más. Sería una toma de posición. Frente al confort del mercado y la previsibilidad del gusto, la elección de Can Xue recordaría que la literatura no está para calmar, sino para inquietar.
La Academia anunciará su decisión este jueves 9 de octubre de 2025, según informó NobelPrize.org. Hasta entonces, el rumor seguirá ardiendo: entre quienes esperan justicia geográfica y quienes desean un salto estético real.
Si el Nobel busca una voz que refleje el desorden del siglo XXI —una literatura que no consuele, sino que desestabilice—, Can Xue es la respuesta. Porque hay veces en que el mundo no necesita claridad. Necesita una grieta.
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