Una cosa es el deseo. Y otra muy distinta es el amor. ¿O son la misma cosa? Para la protagonista de Una vida más verdadera (la novela publicada en 2017 por Penguin Random House) ese límite no existe. No hay fronteras. Es todo lo mismo. Parece no darse cuenta de que lo que le pasa no es más que una emisión de luz por calor. Es un destello incandescente. Pero también es su verdad. La única verdad posible para esa mujer divorciada, con una hija, que toma clases de teatro. “Me doy cuenta que estoy dispuesta a aceptarlo todo: los lugares comunes, el teléfono que suena a cada rato, los bostezos, que hable de política echado hacia atrás, que me pregunte qué hice de comer. Todo. (…) Somos una telenovela”.
P. es el antiguo novio de la adolescencia que reaparece después de 40 años. Pero ahora es un tipo grande ya. Un hombre casado y con hijos. Y que no tiene ni la más mínima intención de cambiar eso. Nada. Será porque ella tiene una manera sacrificial de estar en el mundo. No sé. Y ella tampoco lo sabe. O sí. “Seducir es una cosa, llevar a delante las consecuencias para lograrlo es otra”.
La cuarta edición de esta novela breve, que se lee en una tarde, plantea esta cuestión y muchas otras más. Todas ligadas a la encrucijada de los amantes que se meten en un lío terrenal que parece celestial hasta que se queman los pies con el mismo infierno. “Le ofrezco a Dios esto que pasa (dijo él) o esto que está por pasar. (…). Las cosas se me mezclan también. Pedirle a Dios que mire con buenos ojos el adulterio es un pedido raro. Pero P. tiene derecho a lidiar con sus conflictos como mejor le parezca.”
Y entonces me acuerdo de Roland Barthes y su obra Fragmentos del discurso amoroso (de 1977). Allí, el semiólogo y crítico francés decía que el discurso del amor no es otra cosa que un “loop” de frases hechas, ya dichas mil veces antes. Aunque con eso se pretenda inmortalizar ese instante que sentimos eterno, pero no. “No se ama al amado por tal o cual cualidad o defecto sino por él como un todo, y ese todo, inabarcable, solo puede expresarse en una palabra vacía”. Y sí. “Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma”, escribió Cortázar. Y algo de sentido pareciera tener para estos dos pobres en desgracia que no pueden gestionar desde la razón algo que nace de las tripas y el corazón. “Mi padre decía que una mujer es virgen cada vez que está frente a la decisión de entregarse a un hombre. También dijo que (…) no hay nada más desagradable que una mujer caliente”. Uy.
Inés Garland juega con el desborde y con todo lo que habilita el género. Y leerla es una oportunidad de sumergirse en el fondo de las preguntas de rigor que aparecen cuando pasan estas cosas. Habitar la transformación de P. y de la mujer divorciada es un gran espejo donde los lectores podrán mirarse una y otra vez y hasta, quizás, reconocerse en alguna de las tantas contradicciones de la experiencia. “Lo que Dios ha unido, que ningún hombre lo separe. Él hizo un pacto. Yo no quiero ser el motivo que lo rompa. Quiero que el amor por mí sea más fuerte que todos sus pactos. No quiero hacer sufrir a una mujer buena a la que no conozco, a cuatro hijos buenos que estudian y trabajan. Me ne frega la mujer y los hijos. Todos nos vamos a morir”. No pinta nada lindo todo esto. Pero sigo.
Entonces me pregunto: ¿Y cuándo una vida es más verdadera? ¿Cuándo nos tiramos a la pileta sin agua, cuando destruimos todo a nuestro paso por no sabemos bien qué, o cuando esa causa es suficiente excusa para hacer cualquiera? ¿Qué tiene el engaño de verdadero? No lo sé. Y la historia te lo pregunta (y no lo responde, aviso) una y otra vez, desde su título hasta el final. Y de pronto, “lo mejor va a ser que no nos veamos más”, leemos como una sentencia irrevocable que se levantará en 5 segundos. Solo dice eso. Y nada más. La página está en blanco. Como debe estar la narradora, a quien acompañamos -ciegamente- durante todo el derrotero, de no más de 100 páginas, de capítulos breves y aniquilantes.
Donde hubo fuego
La adolescencia es otro de los escenarios que evoca Garland y tiene que ver con esa pasión pendiente, que quedó en suspenso, que no pudo ser “porque él esperaba a que ella creciera”. Hasta que fue, pero 40 años después. Y todo parece estar sucediendo como si fuera la primera vez, pero no lo es. Y es por eso que el reencuentro abre tantas heridas como preguntas. El tema es quién las responde y cómo. “Esto es enamorarse hasta las patas. Lo necesitaba como el aire. Me mira con el mismo regocijo con que lo miro yo a él. Pero, ¿quién decepcionará a quién? ¿Quién de los dos será el que nos traicione?”.
Lo que pasa es que a veces algunas preguntas tienen una respuesta que no querés oír. Aun cuando esa respuesta sea la única soga que te salve de caer en el abismo. Y esto va para todas las situaciones en las que no pensás con la cabeza. Y no aclaro porque oscurece. Como sea, también es cierto que donde hubo fuego, cenizas quedan y que esas brasas que parecen nimias pueden quemar hasta lo intolerable. “En la voz de él hay algo aterrado. Me llama después. Era ella. Sabe lo nuestro. ¿Lo nuestro? (…) no quiero saber. Todos los lugares comunes juntos se nos vienen encima. ¿Quién me creí yo, que pensé que era capaz de evitarlos?”.
Y aunque Garland no nos cuente mucho de los personajes, ni sus nombres, ni el lugar donde viven, ni datos precisos que nos den alguna pista de su cotidianidad, nada de todo esto hace falta para entender lo que les pasa y lo que están haciendo con eso. Son un cliché y lo saben. Al menos ella lo tiene clarísimo. Pero les importa un bledo. Pero al final sí. Y mucho. “Un domingo cualquiera, años después, me paso todo el día sola. La soledad mía estuvo antes de él y después de él, siempre. A la noche me cocino dos huevos pasados por agua y un par de tostadas. Afuera está oscuro y como si me viera desde el patio, ahí estoy, en la cocina vacía, rodeada de mis cosas. Y pienso en P. Me veo reflejada en el vidrio. Tal vez lo esté odiando como si estuviera casada con él. No sé si eso es verdad”. Fin.
Quién es Inés Garland
♦ Nació en Buenos Aires en 1960.
♦ Es escritora, traductora y periodista.
♦ Publicó las novelas para jóvenes: El jefe de la manada (2014), Los ojos de la noche (2016) y Piedra, papel o tijera (Santillana, 2009) –que recibió el galardón de la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil Argentina (ALIJA) y que coronó a su autora como la primera hispanoparlante merecedora del Deutscher Jugendliteraturpreis, uno de los premios más importantes del mundo editorial en Europa.
♦ Con Alfaguara publicó la novela El rey de los centauros (2006) y los libros de cuentos Una reina perfecta (2008) –premiado por el Fondo Nacional de las Artes y reeditado en 2017 por la editorial Club Cinco–, La arquitectura del océano (2014), Una vida más verdadera (2017) e Historia de una mudanza (2024).